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El ejército de Estados Unidos contamina más que 140 países: se impone reducir esta maquinaria de guerra

Cazas de la Fuerza Aérea de EE UU durante la Guerra del Golfo de 1991. Everett Historical / Shutterstock
Benjamin Neimark, Lancaster University; Oliver Belcher, Durham University y Patrick Bigger, Lancaster University

Las fuerzas militares de los Estados Unidos dejan una huella de carbono inmensa. Al igual que las cadenas de suministro empresariales, utilizan una amplia red mundial de buques portacontenedores, camiones y aviones de carga para abastecer sus operaciones de todo lo necesario, desde bombas hasta ayuda humanitaria e hidrocarburos. Nuestro nuevo estudio calculó la contribución de esta descomunal infraestructura al cambio climático.

Para contabilizar las emisiones de gases de efecto invernadero, normalmente se tiene en cuenta la cantidad de energía y combustible que consume la población civil. Pero, según han mostrado trabajos recientes, entre ellos el nuestro, las fuerzas militares de los Estados Unidos son uno de los mayores contaminantes de la historia, ya que consumen más combustibles líquidos y emiten más gases de efecto invernadero que la mayoría de los países de tamaño medio. Si fueran un país, solo su consumo de combustible las situaría en el puesto 47 de los principales emisores de gases de efecto invernadero del mundo, entre Perú y Portugal.

En 2017 las fuerzas militares norteamericanas compraron unos 269.230 barriles de petróleo al día y emitieron más de 25.000 kilotoneladas de dióxido de carbono con la quema de esos combustibles. Las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos adquirieron combustible por valor de 4.900 millones de dólares, la Armada, 2.800 millones, seguida por el Ejército, con 947 millones, y los Marines, con 36 millones.

Buque de guerra perteneciente a la Armada de los Estados Unidos repostando frente a la costa de California. Jason Orender/Shutterstock

No es ninguna casualidad que las emisiones ocasionadas por las fuerzas militares de los Estados Unidos se suelan pasar por alto en los estudios sobre el cambio climático. Resulta muy difícil obtener datos coherentes del Pentágono y los departamentos gubernamentales estadounidenses. De hecho, los Estados Unidos insistieron en que se los eximiera de notificar las emisiones militares en el Protocolo de Kyoto de 1997. Ese vacío jurídico se subsanó en el Acuerdo de París, pero con la administración Trump, tras la retirada del acuerdo en 2020, volverá a producirse.

Nuestro estudio se basa en datos extraídos de numerosas solicitudes presentadas, de conformidad con la Ley sobre Libertad de Información, ante el Organismo de Defensa Logística de los Estados Unidos, el gran organismo burocrático encargado de gestionar las cadenas de suministro de las fuerzas militares estadounidenses, incluidas sus adquisiciones y su distribución de hidrocarburos.

Las fuerzas militares de los Estados Unidos han comprendido hace ya tiempo que no están a salvo de las posibles consecuencias del cambio climático, y reconocen que este fenómeno constituye un “multiplicador de amenazas” que puede agravar otros riesgos. Muchas bases militares, aunque no todas, se han estado preparando para las consecuencias del cambio climático, como, por ejemplo, la subida del nivel del mar. Tampoco han ignorado las fuerzas militares su propia contribución al problema. Como ya hemos mostrado en anteriores ocasiones, las fuerzas militares han invertido en el desarrollo de fuentes de energía alternativas como los biocombustibles, pero estos abarcan una parte insignificante del gasto en combustibles.

La política sobre el clima adoptada por las fuerzas militares norteamericanas presenta contradicciones. Se han hecho intentos de “ecologizar” algunos aspectos de sus operaciones, por ejemplo incrementando la generación de electricidad renovable en las bases, pero las fuerzas militares de los Estados Unidos siguen siendo, por sí solas, el consumidor institucional de hidrocarburos más grande del mundo. Además, en los próximos años no tendrán más remedio que utilizar sistemas de armas basadas en hidrocarburos, al depender de las aeronaves y los buques de guerra existentes para sus operaciones.

No se trata de “ecologizar”, sino de reducir las fuerzas militares

El cambio climático se ha convertido en un tema candente en el período de campaña para las elecciones presidenciales de 2020. Destacados candidatos demócratas, como la senadora Elizabeth Warren, y miembros del Congreso, como Alexandria Ocasio-Cortez, están pidiendo que se lleven a cabo iniciativas de envergadura en relación con el clima, como el Nuevo Pacto Verde. Para que cualquiera de esas medidas resulte eficaz, es preciso que las políticas internas y los tratados internacionales sobre el clima afronten el problema de la huella de carbono que dejan las fuerzas militares de los Estados Unidos.

Nuestro estudio muestra que la labor de lucha contra el cambio climático exige que se abandonen enormes secciones de la maquinaria militar. Hay pocas actividades en el mundo tan desastrosas desde el punto de vista ambiental como librar una guerra. Si se recortara de forma significativa el presupuesto del Pentágono y se redujera su capacidad para librar guerras, disminuiría enormemente la demanda del mayor consumidor de combustibles líquidos del mundo.

De nada sirve hacer pequeños ajustes en el impacto ambiental de la maquinaria de guerra. El dinero gastado en adquirir y distribuir combustible a lo largo y ancho del imperio estadounidense podría invertirse, en cambio, como dividendo de paz, ayudando a financiar un Nuevo Pacto Verde, sea cual sea la forma que adopte. No son pocas las prioridades políticas que podrían aprovechar este empujón financiero. Cualquiera de estas posibilidades sería mejor que abastecer de combustible a una de las fuerzas militares más grandes de la historia.

Benjamin Neimark, Senior Lecturer, Lancaster Environment Centre, Lancaster University; Oliver Belcher, Assistant Professor of Geography, Durham University y Patrick Bigger, Lecturer of Human Geography, Lancaster Environment Centre, Lancaster University

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Esta entrada fue modificada por última vez en 19/01/2020 15:34

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