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MRD: El cráneo que está cambiando lo que creíamos saber sobre la evolución

Cráneo de MRD. Dale Omori, cortesía del Museo de Historia Natural de Cleveland.
Hester Hanegraef, Natural History Museum

El reciente descubrimiento de una calavera de 3,8 millones de años carente de mandíbula inferior se ha convertido en el tema de conversación por excelencia entre los paleoantropólogos. Pero se encuentran fósiles todo el tiempo, así que ¿por qué es tan importante la calavera de este viejo hombrecillo? Pues resulta que el descubrimiento está cambiando cómo creíamos que evolucionaron las primeras especies de homínidos a partir de las cuales surgieron los humanos. Comencemos por el principio para entenderlo mejor.

En 1995, los investigadores encontraron en Kenia varias mandíbulas parciales, así como dientes y huesos de extremidades sueltos de entre 4,2 y 3,9 millones de años y los asignaron a una nueva especie: el Australopithecus anamensis. Encontraron todos estos fósiles en los sedimentos asociados a un antiguo lago o “anam”, que significa lago en el idioma local. Después se encontraron otros cuantos especímenes más en Etiopía que, según se cree, pertenecen a la misma especie.

Los rasgos primitivos del A. anamensis nos han llevado a pensar que esta especie es el antepasado del Australopithecus afarensis, un homínido más joven de Tanzania, Etiopía y quizás Kenia que vivió hace entre 3,8 y 3 millones de años. El fósil más emblemático de A. afarensis probablemente sea el esqueleto parcial que conocemos como Lucy y que, durante mucho tiempo, fue considerado el antepasado del ser humano más antiguo del que teníamos constancia.

Anagénesis y cladogénesis. Author provided

La calavera que se acaba de descubrir, a la que han apodado “MRD” por su número de registro (MRD-VP-1/1), presenta muchas similitudes con los especímenes de A. anamensis ya existentes, por lo que se asignó a esta especie. Sin embargo, la calavera del MRD estaba lo suficientemente intacta como para permitir que los científicos analizasen por primera vez la cara y el cráneo al completo, y examinasen las partes de la cavidad craneal que faltaban en el registro fósil del A. anamensis.

Los autores descubrieron nuevos rasgos morfológicos en la calavera del MRD que normalmente se consideraban propios de las especies más jóvenes del linaje humano. La profundidad del paladar, por ejemplo, excede la de todos los especímenes conocidos de A. anamensis y A. afarensis e incluso se encuentra entre los paladares más profundos de las especies posteriores de Australopithecus. Esto pone en entredicho la larga y extendida creencia de que la especie de Lucy evolucionó gradualmente a partir del A. anamensis sin ramificarse de la línea evolutiva, un proceso conocido como anagénesis.

Reconstrucción facial del MRD. Matt Crow, cortesía del Museo Natural de Historia de Cleveland. La reconstrucción facial realizada por John Gurche fue posible gracias a la generosa contribución de Susan y George Klein

Dado que estos rasgos modernos ya estaban presentes en las especies más antiguas, lo más probable es que la especie de Lucy se formase por divergencia evolutiva a partir del A. anamensis, un proceso conocido como cladogénesis. Sin embargo, no se sabe exactamente cuándo experimentó esta divergencia el A. afarensis. Otras pruebas de la cladogénesis proceden de un hueso frontal de 3,9 millones de años procedente de Etiopía y descubierto en 1981. Su forma es diferente a la del MRD, lo que sugiere que este fósil probablemente pertenece al A. afarensis.

En tal caso, debemos revisar la línea temporal de la evolución humana, dado que el A. anamensis habría existido hace de 4,2 a 3,8 millones de años y el A. afarensis de 3,9 a 3 millones de años. Esto supondría que ambas especies coexistieron durante al menos 100.000 años, lo que imposibilita que el A. afarensis haya evolucionado gradualmente a partir de un solo grupo ancestral. De hecho, resulta cada vez más evidente que la mayoría de las especies de nuestro linaje evolutivo probablemente evolucionaron al separarse de los grupos existentes.

Evolución humana

El nuevo descubrimiento también contradice la idea de que la especie de Lucy sea el antepasado de todos los Australopithecus posteriores que finalmente dieron lugar a los humanos.

MRD. Jennifer Taylor, cortesía del Museo de Historia Natural de Cleveland. Fotografía de Dale Omori y Liz Russell

Tradicionalmente se ha considerado que una curvatura poco pronunciada y ascendente del pómulo es una característica relativamente moderna. Estaba presente en el Australopithecus africanus, que existió hace entre 3,7 y 2,1 millones de años en el sur de África y algunos lo consideran un antepasado directo del linaje Homo; y en el Paranthropus, que vivió hace entre 2,7 y 1,2 millones de años en el sur y este de África, y no pertenece a nuestra línea evolutiva.

El rasgo opuesto, es decir, un pómulo bajo y arqueado, se considera primitivo y está presente en el A. afarensis, en el Ardipithecus ramidus, un homínido más parecido a los simios que vivió hace entre 4,3 y 4,5 millones de años en Etiopía, y en los simios africanos.

Sin embargo, la cresta del cráneo del MRD, que es inesperadamente moderna, ahora cuestiona esta idea. Además, plantea la posibilidad de que la teoría tradicional que consideraba al A. afarensis como el antepasado de todos los grupos Australopithecus posteriores podría haber sido errónea y que, en su lugar, el A. anamensis sería el antepasado de estas especies más jóvenes. Qué homínido primitivo es el antepasado directo de los humanos sigue siendo una cuestión sin resolver.

A todas luces, este último descubrimiento nos ha permitido comprender mejor nuestro pasado evolutivo, pero también ha aumentado la complejidad de las relaciones entre los primeros homínidos. El Plioceno Medio, que tuvo lugar hace entre 5,3 y 2,6 millones de años, de repente se ha llenado de especies diferentes, contemporáneas y extendidas geográficamente.

Comprender cómo se relacionaban estas especies, definir su morfología de forma certera y descifrar la compleja e intrincada historia de la hominización no es algo sencillo. Los especímenes de cada nuevo yacimiento representan un punto distinto de la trayectoria evolutiva, pero no es fácil convertir estos hallazgos en las ramas sólidas y fidedignas de un árbol filogenético.

Más especímenes procedentes de períodos históricos y ubicaciones geográficas que actualmente están subrepresentados en el registro fósil podrían ayudar a resolver estas cuestiones, pero también podrían poner patas arriba todo cuanto sabemos.

Los descubrimientos que se han realizado durante la última década en todo el mundo han hecho que nos replanteemos nuestro pasado evolutivo por completo. Estos hallazgos demuestran que los nuevos fósiles no siempre avalan las hipótesis actuales y que debemos estar preparados para cambiar nuestros puntos de vista y formular nuevas teorías basándonos en los datos disponibles.

Hester Hanegraef, PhD Candidate of Anthropology, Natural History Museum

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Esta entrada fue modificada por última vez en 29/04/2021 14:20

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