Hoy es 11 de febrero, Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. En este día muchas (y algunos) transmitimos nuestras experiencias y reflexiones con la ilusión de que sirva para algo. En mi caso, voy a compartir mi teoría sobre cuál creo que sería la receta para paliar la inmensa brecha entre mujer y ciencia
He bautizado mi teoría como “el imprescindible 8 x 3”. Se basa en mi experiencia personal como docente, investigadora, directora de tesis, responsable de un grupo de investigación y, no menos importante, como madre.
Me saltaré la invisibilidad a la que se ha visto sometida la inmensa labor de la mujer en sus relevantes aportaciones científicas y en el desarrollo de patentes. No hablaré tampoco de que sin ellas no hubiera sido posible llegar a donde hemos llegado. No lo haré porque, afortunadamente hay excelentes libros y artículos que lo ponen de relieve.
Voy a centrarme en los dos elementos de esta pareja sobre la que tanto empeño se ha puesto y se pone en presentar como insoldable, tan incompatible como agua y aceite: mujer y ciencia.
Sobre la ciencia hay total consenso en que sin ella no hay desarrollo, progreso económico, bienestar ni cultura. Solo las sociedades que interiorizan esta afirmación y no titubean en desarrollar la ciencia se benefician en todos los aspectos citados y avanzan hacia un mundo mejor.
Vayamos al segundo elemento del dúo: la mujer. La digitalización implica que un importante número de los puestos de trabajo del futuro requerirán de conocimientos en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (campos que se agrupan por sus siglas en inglés bajo el acrónimo de STEM). Estos serán los puestos de trabajo mejor pagados y de mayor prestigio profesional y social.
Aquí viene el problema: Como informa el Observatorio ProFuturo, en la actualidad solo alrededor del 20 % de los graduados en ingenierías son mujeres, porcentaje que baja hasta el 11 % si miramos los profesionales que ejercen en el mercado laboral. Diez años después de graduarse solo el 3 % de ellas continúa trabajando en ámbitos relacionados con las STEM.
El problema no es baladí. Si las mujeres son minoría en estas disciplinas, tendrán serias dificultades para incorporarse al mercado de trabajo del futuro en igualdad. Se agrandará la brecha de género, ya de por sí significativa, que existe en nuestro mercado de trabajo.
Para colmo, los puestos de trabajo con más papeletas de esfumarse a medida que se introduzcan las tecnologías en los procesos productivos y la economía son los que habitualmente ocupan mujeres. A saber: los trabajos típicamente administrativos y las tareas manuales y cognitivas repetitivas, que serán sustituidas por algoritmos.
Lo que viene a continuación es fácil de deducir. La digitalización afectará sobre todo a las tasas de empleo femeninas.
¿Por qué ese bajo porcentaje de mujeres en las ingenierías? Una de las causas más evidentes es que no tienen referentes. Tampoco se contribuye a su autoestima. Sirva de ejemplo una frase terrible de Eduard Clarke, profesor de Harvard, que en su libro titulado La oportunidad justa intentaba disuadirlas de cursar estudios universitarios porque “existen casos, y yo los he presenciado, de mujeres que se gradúan en las escuelas universitarias y facultades con expedientes excelentes, pero con ovarios poco desarrollados. Más tarde se casan y resultan ser estériles”.
Estas dos causas explican la escasez de graduadas y de ingenieras en el mercado laboral. Pero sigue sin explicar por qué una década después de graduarse solo el 3 % continúa trabajando en ámbitos relacionados con las disciplinas STEM.
Una vez han entrado en el sistema, ¿qué las escupe?
Mi teoría de el imprescindible 8 x 3 da una respuesta global. Creo que las mujeres tenemos sellada a sangre y fuego la racionalidad de que nuestro día ha de constar de 8 horas de descanso, 8 de trabajo y 8 personales de dedicación al hogar, familia, amistades, ocio y al enriquecimiento personal. Cuando no se nos permite este 8 x 3 todo se nos oscurece y no hay nada que compense.
En mi opinión, muchos siglos han habituado a los hombres a admitir el cobro en especies (como mayor prestigio social y ascensos), pero las mujeres no estamos por la labor.
Esta conclusión la avalan mis experiencias tras más de 40 años dedicada a la ciencia. He comprobado cómo mis mejores alumnas de ingeniería dejaban sus trabajos y los cambiaban por otros que les permitieran ese 8 x 3. También cómo no superaban entrar a trabajar en un parque tecnológico o en una empresa, algunas con altos cargos de responsabilidad, que les exigían entrar a las 8 de la mañana sin hora de salida asegurada para ver a sus hijos (si los tenían) antes de ponerse el pijama.
Lo avalan también las estadísticas sobre la presencia de la mujer en los distintos ámbitos laborales. Esta se acerca al 50 % cuando el 8 x 3 es factible (enfermería, medicina y abogacía). Así lo asegura también mi propia experiencia.
Yo he podido asumir responsabilidades en investigación porque me he fabricado mi propio 8 x 3. En mi relación con investigadores a nivel internacional, mi nombre va unido a una estancia de mi casa. “La cocina de Inma” es la frase que más he oído. Sí, mi cocina. Porque tuve la gran idea (alucinante para los miembros de mi equipo de investigación) de dirigir las tesis en una mesa enorme que tenía en dicha habitación.
También he colaborado con relevantes investigadores internacionales desde la cocina. Por ella han pasado, entre otros, Walter Carnielli, Daniele Mundici, Peter Harrison y Luis Fariñas del Cerro. Investigábamos mientras sonaba la olla exprés, mientras mis hijos realizaban sus tareas escolares. Parábamos para cenar todos juntos con mis hijos y, si bien la primera vez todos y cada uno de ellos se sorprendía, después todos lo comentaban como una experiencia increíble.
De no ser así, yo tampoco hubiera llegado a estar en el grupo minoritario de catedráticas de universidad. No me olvido de que he podido hacerlo porque mi área son las matemáticas. Si hubiera necesitado un laboratorio no hubiera sido posible.
Quien admita mi teoría será consciente de que el problema es difícil y requerirá mucha fuerza. Porque no parece que el poder económico esté por la labor de asumir, insisto, algo tan racional como que el trabajo solo debería ocupar 8 de nuestras 24 horas.
Inmaculada Pérez de Guzmán Molina, Catedrática de Matemática Aplicada. ETSI Informática, Universidad de Málaga
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Esta entrada fue modificada por última vez en 29/04/2021 14:20
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