En los últimos días, una DANA –siglas de depresión aislada en niveles altos– está dejando a su paso fuertes lluvias e inundaciones en España, en áreas del Mediterráneo y Andalucía, especialmente en la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha y las islas Baleares. El temporal se ha saldado con decenas de muertos y personas desaparecidas, y daños inmensos en los municipios afectados.
Hace 50 años, las DANA, que entonces se llamaban gotas frías, ocurrían entre tres y cuatro veces al año, esencialmente en noviembre. Hoy ocurren a lo largo de todo el año. ¿Por qué?
¿Cómo se forman las DANA?
Estas borrascas se generan de la misma manera que los huracanes atlánticos, o los tifones del mar de la China, solo que en el Mediterráneo tienen poco recorrido y almacenan menos energía y vapor de agua que en aquellos parajes.
Hace unas décadas, la superficie del mar estaba caliente a finales del verano y se evaporaba, entonces, el agua hacia la atmósfera. Hoy esa superficie está muy caliente todo el año, y se genera constantemente una enorme cantidad de vapor de agua que asciende hacia las capas altas de la atmósfera.
Al mismo tiempo, las zonas polares están también mucho más calientes ahora que hace 50 años. Por ello, el chorro polar, la corriente de aire que rodea la Tierra a unos 11 000 metros de altura, está debilitada y, como cualquier corriente fluida que circula lentamente, tiene grandes meandros. Estos introducen aire frío sobre España, por lo general procedente de Groenlandia, en esas capas altas.
Así, el vapor de agua evaporado sobre la superficie del mar que asciende se encuentra con aire muy frío y condensa. El giro de la Tierra produce que el aire en ascenso gire en sentido contrario a las agujas del reloj. La condensación del vapor libera enormes cantidades de energía.
Debido a esta conjunción de factores, aparecen lluvias torrenciales concentradas en España, sobre las islas Baleares y la cadena costera mediterránea, entrando a veces hasta la sierra del Segura y la serranía de Cuenca. El fenómeno es rápido y muy violento.
En ocasiones, incluso, ese vapor mediterráneo se desplaza hacia los Alpes y los cruza en su extremo oriental, descargando también trombas de agua en Centroeuropa.
Calentamiento de los océanos y las zonas polares
Los seres humanos descubrimos hace 300 millones de años una fuente de energía gigantesca, la energía del Sol, recogida durante 30 millones de años por plantas y animalillos. Y la estamos gastando rápidamente.
Esa fuente de energía son los compuestos de carbono: el carbón, los hidrocarburos y el gas natural. Para extraer la energía, tenemos que quemarlos, y esto produce moléculas poliatómicas como dióxido de carbono, metano, óxidos de nitrógeno y otros compuestos de más de dos átomos. Todas ellas retienen parte de los rayos infrarrojos que salen del suelo de la Tierra y de la superficie del mar, y los devuelven hacia la superficie del planeta. Este se calienta así tanto por la energía solar como por la estufa de infrarrojos que suponen esas moléculas de más de dos átomos.
Este proceso da lugar al cambio climático. Cuando esas moléculas, sobre todo el metano, se almacenan en los taludes oceánicos continentales, el agua se enfría y el dióxido de carbono capturado por las olas queda atrapado dentro. Al descender el nivel del mar en un planeta frío (etapas glaciales), el metano acaba por burbujear hacia la atmósfera. Esta se calienta, calienta al mar, y este, como la gaseosa calentada, libera CO₂ que amplifica el efecto del metano. El planeta se calienta cada vez más, se funden los glaciares y aumenta el nivel del mar.
Esta secuencia de frío y calor ha ocurrido unas ocho veces en el último millón de años: las glaciaciones.
Vamos a seguir quemando carbono
Hoy estamos forzando este proceso al emitir nosotros esas cantidades tremendas de gases poliatómicos. ¿Podemos limitar las emisiones? Hasta el momento ha sido imposible y esto se entiende bien. Cada ser humano quiere ser mañana más rico que hoy, aunque esa mayor riqueza signifique tener algo más que comer, disponer de más energía. Y de aquí al año 2050 va a haber unos 2 000 millones de seres humanos más en el planeta, que necesitarán comida, vivienda y transportes, es decir, fertilizantes químicos, cemento y gasolina o gasóleo, o gas natural.
Se proponen medidas para sustituir esos componentes por otros distintos que limiten la quema de compuestos de carbono. Pero las medidas se quedan cortas y se desarrollan muy lentamente. La esperanza en los coches eléctricos ha disminuido mucho.
En Europa quizás estamos avanzando en la electricidad producida mediante placas fotovoltaicas y el viento. Pero la electricidad es alrededor de un tercio de la energía consumida, y el desarrollo de electricidad alternativa ocurre, de verdad, solo en Europa. China avanza en ello, pero construye constantemente centrales de carbón.
La perspectiva real (a pesar de proyectos grandilocuentes) es que vamos a seguir quemando compuestos de carbono durante muchas décadas y la concentración de los gases poliatómicos va a crecer durante este siglo, y con ella, la temperatura del planeta, y con esta, las DANA y las inundaciones.
Nos queda la adaptación, y esta sí es muy factible, pues no exige acuerdos internacionales. En España podemos controlar las inundaciones mediante una reforestación masiva en las montañas y mediante sistemas de captación de agua en origen, construyendo micropantanos en esas laderas. Estos últimos representarían frenos a la llegada del agua a las ramblas y al mismo tiempo, la captura del agua por el suelo, que la devolvería, de forma gradual, hacia los ríos y micro y macropantanos. Esto no solo es posible, sino barato y generador de muchísimos puestos de trabajo.
Antonio Ruiz de Elvira Serra, Catedrático de Física Aplicada, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.