El cielo se llena de escombros: la Tierra afronta un problema espacial

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La carrera espacial acapara titulares día tras día: China apunta a la Luna, Estados Unidos pretende colonizar Marte y Elon Musk propone desmantelar la Estación Espacial Internacional en dos años.

Mientras, Ucrania enfrenta presiones para llegar a un acuerdo sobre sus tierras raras, bajo la amenaza de que se interrumpa la cobertura de internet proporcionada por la constelación de satélites de Starlink.

Aunque esta última es la constelación más conocida, no es la única. La reducción de costes y los avances del new space –como se conoce este territorio espacial de baja órbita que donde cada vez se colocan más satélites– han favorecido la proliferación de pequeñas constelaciones dedicadas a telecomunicaciones, monitoreo global o investigación, entre otros. Su principal ventaja es ofrecer conectividad en zonas remotas y en situaciones de emergencia.

Objetos que orbitaban la Tierra el 22 de marzo de 2025. Leolabs

Sin embargo, no todo es tan brillante como parece: estos despliegues representan un obstáculo para la observación astronómica, aumentan el riesgo de colisiones en el espacio y contribuyen al crecimiento de la basura espacial. ¿Realmente estamos ganando más de lo que estamos perdiendo?

La fiebre de los satélites en órbita baja

Solo el 20 % de la Tierra dispone de cobertura celular para móviles. No obstante, vivimos en una sociedad caracterizada por la hiperconectividad. Esto hace que la demanda de cobertura global continúe en constante aumento, especialmente en zonas remotas donde la infraestructura terrestre resulta inviable, como en los buques que navegan en aguas internacionales.

Comparativa entre el tamaño de un satélite tradicional (SWIFT, modelo obtenido de NASA E/PO, Sonoma State University/Aurore Simonnet) y un cubeSat (obtenido de FOSSA Systems). Daniel Pérez Palau.

La democratización del espacio que ha traído el new space se fundamenta en la creación de satélites más pequeños, baratos y eficientes que los satélites tradicionales.

La miniaturización de los componentes que se necesitan para su fabricación y los recientes avances en propulsión y materiales han reducido los costes de los lanzamientos y esto ha permitido la entrada de empresas privadas en el sector espacial.

Las aplicaciones de estos nanodispositivos, conocidos como cubesats, son infinitas: monitorización de medio ambiente, seguimiento mundial de activos en logística, gestión de emergencias o la posibilidad de jugar en streaming al último videojuego de moda sin cortes desde el mismísimo Everest o la residencia de Mar-a-Lago del presidente de Estados Unidos.

¿Es un pájaro? ¿Es un avión?

Nunca llueve a gusto de todos. Por eso, los astrónomos están en pie de guerra contra estas constelaciones. Para ellos, que estos satélites proliferen en el espacio dificulta la investigación en áreas como astrofotografía, la observación de exoplanetas y la detección de asteroides. ¿Cuál es el problema?

Los satélites reflejan la luz solar, creando rastros brillantes que interfieren con las observaciones telescópicas. En estos campos, una pequeña interferencia puede arruinar décadas de trabajo científico.

El impacto en la defensa planetaria también es grande. En las últimas semanas hemos visto cómo distintas agencias espaciales señalaban el riesgo de colisión del asteroide YR4 hasta probabilidades no vistas hasta el momento. Detectar con tiempo suficiente estos objetos es imprescindible para poder tomar medidas, algo que no es tan sencillo en el espacio contaminado lumínicamente.

Cómo mitigar su impacto

Ya existen soluciones en el mercado que minimizan el brillo de los satélites para mejorar la observación astronómica, como recubrimientos especiales que reducen su reflejo. Pero no es suficiente y los puntos brillantes que proyectan pueden confundirse con una estrella (para un ojo no experto).

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Al mismo tiempo, la tecnología de observación actual ha evolucionado con el apilamiento de imágenes y el uso de la inteligencia artificial para eliminar las huellas de los satélites. Esto es útil en algunos contextos (como la astrofotografía amateur), pero no es posible usarlo en estudios científicos, donde cada detalle es importante y cada traza de luz proporciona información vital que debe analizarse.

Los fragmentos de satélites contraatacan

La basura espacial es el otro gran desafío (y lo reconoce hasta lo ONU). Miles de satélites orbitan la Tierra, así que el riesgo de colisiones en el espacio aumenta. Cuando un satélite se destruye o colisiona, se generan fragmentos que permanecen en órbita y que, a su vez, aumentan la posibilidad de nuevas colisiones en lo que se conoce como el “efecto cascada” o “síndrome de Kessler” que se retrata en la película de Alfonso Cuarón Gravity.

Además, aunque muchos satélites están diseñados para reentrar en la atmósfera de manera controlada, no todos los fragmentos se queman completamente durante el proceso, lo que representa un riesgo para la seguridad de las personas en la Tierra.

Existen casos documentados de desechos espaciales que han caído sobre áreas habitadas, como un fragmento de satélite de la misión china Tiangong-1, en 2013.

Al mismo tiempo, ponen en peligro a satélites operativos, astronautas y misiones espaciales. En 2021, se detectó el riesgo de que los satélites de Starlink pudieran chocar contra la estación espacial china.

¿Tiene solución?

El crecimiento desmedido de satélites en órbita baja comienza a ser una preocupación por la acumulación de basura espacial. Para mitigar sus riesgos, se ha propuesto el “desorbitado activo”, que se refiere al uso de tecnologías que permitan capturarlos y retirarlos antes de que se conviertan en desechos espaciales. Los “remolcadores espaciales” se encargan de esta tarea usando pequeños cohetes que llevan los satélites fuera de órbita de manera controlada.

Evolución del número de objetos de fabricación humana en órbita terrestre. Datos obtenidos de GCAT (J. McDowell)., CC BY

Otra medida es la regulación más estricta sobre la cantidad de satélites lanzados. Agencias como la Administración Federal de Aviación (FAA) y la Agencia Espacial Europea (ESA) están impulsando normativas que busquen controlar las órbitas de los satélites y evitar que más fragmentos sean liberados al espacio. Además, se promueve el desarrollo de dispositivos más pequeños y duraderos, que se desintegren completamente al reentrar en la atmósfera.

Son algunas de las propuestas, aún en fase incipiente de investigación. A pesar del indiscutible valor de la tecnología satelital, que ha transformado las telecomunicaciones y el monitoreo global, es necesario reconocer que su expansión descontrolada puede tener consecuencias graves.

Es imprescindible encontrar el equilibrio entre la innovación tecnológica y la preservación del espacio exterior para seguir disfrutando de los avances sin comprometer nuestro entorno ni la investigación científica.The Conversation

Paula Lamo Anuarbe, Investigadora en Internet de las Cosas, UNIR - Universidad Internacional de La Rioja ; Daniel Pérez Palau, Lecturer y Óscar Ledesma García, Investigador IoT y NewSpace, UNIR - Universidad Internacional de La Rioja

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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