El sistema nervioso central (SNC) está compuesto por el encéfalo –a menudo mal llamado cerebro– y la médula espinal. Su objetivo es procesar la información que recibimos de nuestros sentidos y, con ella, responder a dichos estímulos. Es el sistema en el que radica nuestro comportamiento y donde se almacenan nuestras memorias, nuestros pensamientos y sentimientos. Es decir, lo que nos hace tener una identidad propia.
La visión sobre el sistema nervioso central ha cambiado de manera considerable y ha adquirido la importancia que se merece con el descubrimiento de nuevos niveles de complejidad en cada nueva investigación. Uno de los hallazgos más trascendentales lo hizo el premio Nobel español Santiago Ramón y Cajal, quien describió unas células diferentes a las neuronas que aparentemente tenían una función de soporte y mantenían la unidad del sistema.
A estas células el patólogo Rudolf Virchow las llamó “glía”, del griego “pegamento”. Gracias a los trabajos incipientes de la escuela española y la alemana, se hallaron tres subtipos de células de la glía: microglía, astrocitos y oligodendrocitos.
A pesar de su temprano descubrimiento a finales del siglo XIX, tuvieron que pasar décadas para que la neurociencia les reconociera un papel más allá del mantenimiento neuronal. No fue hasta bastante recientemente, hacia finales de los años 80 del pasado siglo, cuando empezaron a tomar relevancia y se aumentaron exponencialmente las publicaciones de trabajos científicos sobre sus funciones y papel en la fisiología del sistema nervioso central.
De la glía es importante destacar sus funciones inmunológicas, de mejora del impulso nervioso y de la transmisión de la información y del mantenimiento del equilibrio del sistema.
La disrupción de cualquiera de estas funciones desencadena alteraciones en el sistema, lo que podría llevar a estados patológicos. Ejemplo de ello son las diferentes enfermedades que tienen como sustrato la perturbación de la funcionalidad glial como el glioblastoma, la esclerosis múltiple, ciertas demencias, las adicciones u otras dolencias neurodegenerativas como el párkinson y la enfermedad de Huntington.
Antaño se creía que el cerebro era un órgano inmunoprivilegiado, ya que la presencia de la barrera hematoencefálica lo protegía de patógenos indeseados.
Sin embargo, la presencia de la microglía en este órgano indica exactamente lo opuesto.
La microglía está formada por células inmunitarias residentes en el sistema nervioso central y que tienen como función primaria la protección de los tejidos en los que se encuentra mediante mecanismos inflamatorios y de fagocitosis. Es interesante remarcar que la respuesta inmune derivada de la activación de este tipo celular ha de ser la justa y necesaria para no romper la frágil armonía entre neuronas y glía.
De hecho, investigaciones recientes indican cómo una inducción exagerada de las funciones microgliales es capaz de provocar daños, a veces irreversibles, al conjunto neuronal.
Las drogas como los opiáceos y el alcohol, entre otros, cruzan la barrera hematoencefálica y estimulan demasiado la producción de mediadores de la inflamación por parte de la microglía. Esto repercute en el bienestar neuronal, lo que induce un declive neuronal importante y facilita procesos adictivos.
La microglía también juega un papel fundamental en el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas como alzhéimer. No en vano está involucrada en los procesos inflamatorios que desencadenan la muerte neuronal y la pérdida de funcionalidad del tejido nervioso. Nuevas terapias probadas en animales en las que disminuyen la activación microglial han sido efectivas en la remisión de la enfermedad.
La transmisión de la información en las neuronas se basa en impulsos nerviosos a lo largo de los largos axones que mantienen a todos los órganos conectados con el sistema nervioso central. Aunque este impulso es rápido, no lo es lo suficiente como para garantizar la supervivencia del individuo.
Es por ello por lo que muchos de estos axones vienen recubiertos de una sustancia grasa conocida como mielina que hace las veces de aislante, y es producida y mantenida por los oligodendrocitos. De esta manera se incrementa la resistencia de la membrana axonal, lo que incrementa de 10 a 100 veces la velocidad del impulso.
No es de extrañar que la degeneración de estas células comporte un declive en la transmisión nerviosa y, por ende, la integridad del sistema. Enfermedades como la esclerosis múltiple y parte de las lesiones cerebrales inducidas por drogas tienen origen en esta degradación. Por eso, el rescate farmacológico de los oligodendrocitos ha sido una herramienta eficaz que disminuye el progreso de la esclerosis múltiple.
Los astrocitos deben su nombre a la forma de estrella que los caracteriza. Son el tipo de célula glial más numeroso (entre el 20 y el 50 % del volumen del tejido nervioso) y se encargan de la homeostasis en el sistema nervioso central. Para lograr este gran propósito, participan en regeneración de lesiones, procesos inflamatorios, migración neuronal, generación de barreras y limpieza de desechos.
Debido a su relevancia, un fallo en la funcionalidad astrocítica puede resultar fatal. Un ejemplo es el glioblastoma, el tipo de cáncer más común en el sistema nervioso central, producido por una división descontrolada de los astrocitos. Estos también están involucrados en el desarrollo de demencias ya que, junto a la microglía, promueven el ambiente inflamatorio. De hecho, hay estudios que demuestran que un decremento en su activación palía la sintomatología de la enfermedad.
Como se advierte, nuevas terapias pueden suponer un salto de calidad en las terapias para enfermedades con tal impacto personal y social como el alzhéimer, la esclerosis múltiple y las adicciones. Especialmente aquellas que puedan dirigirse de manera selectiva a restaurar o regular la función de estas células, que tan importante papel juegan.
Lucía Hipólito Cubedo, Profesora en el área de Farmacia y Tecnología Farmacéutica, Universitat de València; Javier Cuitavi, , Universitat de València y Paula Andrés Herrera, Estudiante de doctorado, Universitat de València
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Esta entrada fue modificada por última vez en 06/11/2021 08:22
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