“Las montañas son esenciales para nuestras vidas” rezaba el lema del día internacional de las montañas invitándonos a pensar sobre su importancia, sobre lo que nos aportan a nuestra vida cotidiana.
Los ecólogos llamamos servicios ecosistémicos a los beneficios que un ecosistema aporta a la sociedad. Un ejemplo muy sencillo y directo son los bienes o materias primas que produce el ecosistema, como los alimentos, el agua y la madera.
Hay ejemplos un poco más complicados, como los llamados servicios de regulación que ayudan a mitigar y reducir impactos; por ejemplo, el control de la erosión del suelo. Así que pongámonos a imaginar que sería de nosotros sin los servicios ecosistémicos que nos proporcionan las montañas.
Para empezar, las montañas cubren el 24% de la superficie de nuestro planeta y en ellas viven 1.200 millones de personas con sus culturas, idiomas y creencias y un montón de especies endémicas: ¡el 25 % de la biodiversidad terrestre se encuentra en las montañas!
Imaginemos que todo ello desaparece de repente: ¡Poof! Los alpinistas consumados, los excursionistas entusiastas y los domingueros despistados (todos ellos suponen entre el 15 y el 20% del turismo global) se quedan sin montañas que visitar y conocer. Pero bueno, si fuéramos urbanitas que no salimos de la ciudad ni por equivocación no nos afectaría, ¿no? Veamos.
Las montañas son el origen de seis de los veinte cultivos de alimentos más importantes. Nos quedaríamos sin patatas, tomates, manzanas, maíz, cebada y sorgo. Además, los sistemas agrícolas de montaña han proporcionado alimentos al ser humano de forma diversificada y sostenible a lo largo de los siglos, así que toca tachar de la lista los alimentos, madera y fibra que nos proporcionan. Llegados a este punto, podemos pensar que aún podríamos cultivar nuestros alimentos en las zonas bajas, propicias para la agricultura…
¡Error! Se nos olvida que las montañas nos proporcionan entre el 60 y el 80% del agua dulce del planeta. Por eso, se dice que son las “torres de agua” del mundo. En las montañas, las precipitaciones son mayores que en las zonas bajas y el agua se acumula en forma de hielo y nieve.
La escorrentía por las laderas de las montañas abastece los caudales de los ríos y de las aguas subterráneas. Así que nos quedamos sin la mayor parte del agua que teníamos para cubrir las necesidades de la agricultura, la industria, el uso cotidiano y la producción de energía. Nuestro urbanita tendría una severa escasez de alimentos, agua, bienes y energía.
Pero, ¡ojo!, que no acabamos ahí. Los ecosistemas montañosos que se encuentran en buen estado nos protegen de los riesgos naturales y los impactos de eventos extremos como sequías, inundaciones y grandes tormentas, ya que tienen la capacidad de regular el clima, la calidad del aire y el flujo del agua. Las zonas aguas abajo son las más vulnerables, por lo que nuestro habitante de las tierras bajas se verá expuesto con mayor frecuencia e intensidad a estos eventos.
Amenazas
Ahora que tenemos clara la importancia de las montañas en nuestra vida diaria, ¿qué amenazas les acechan? Los ecosistemas montañosos son muy vulnerables y sensibles al cambio global. Los efectos del cambio climático se manifiestan a un ritmo más acelerado en las montañas que en otros ecosistemas, y el cambio del uso del suelo que se produce al abandonar las prácticas agroganaderas tradicionales es la mayor amenaza a los servicios ecosistémicos ofertados por las montañas.
Y en nuestros montes, ¿qué está pasando? Desde la segunda mitad del siglo pasado, las montañas navarras, por ejemplo, están perdiendo población. El municipio de Roncal pierde población a un ritmo de más del 20% desde 1998. Menos habitantes en la montaña implica el abandono de prácticas agroganaderas tradicionales.
En los últimos años, el ganado ovino que sube a pastar a los montes ha descendido un 35% y el vacuno un 7%, lo que ha provocado que durante los últimos 50 años hayan desaparecido 30.433 hectáreas de pastos en Navarra (su superficie se ha visto reducida un 30%).
Conservar nuestras montañas y la calidad de vida de sus habitantes significa asegurar también la calidad de vida de los habitantes de las zonas bajas. ¿Qué podemos hacer para lograrlo? Es vital desarrollar políticas adecuadas que afronten de manera específica los retos a los que se enfrentan estas zonas montañosas, sin olvidarnos de acompañar estas políticas con inversiones eficaces y bien orientadas.
Desde el ISFOOD, trabajamos para identificar soluciones innovadoras de valorización económica de los productos de montaña. Necesitamos desarrollar cadenas de valor adecuadas que ayuden a comercializar los productos de montaña y permitan una compensación justa por productos de alta calidad y, de este modo, asegurar la viabilidad de un modelo de gestión sostenible para la montaña navarra.
En conclusión, ya seamos montañeros amantes de la naturaleza o urbanitas por convicción, difundamos: #MountainsMatter. Nos va la vida.
Leticia San Emeterio, investigadora doctora del Instituto de Innovación y Sostenibilidad en la Cadena Agroalimentaria (IS-FOOD), Universidad Pública de Navarra