Entre los muchos enigmas de la ciencia prehistórica que provocan fascinación, tanto a científicos como al público interesado, la desaparición de los Neandertales ocupa un lugar privilegiado.
Los Neandertales poblaron Europa y Asia occidental desde hace unos 300.000 años y desaparecieron hace poco más de 40.000, coincidiendo con la llegada a Europa de los Humanos modernos –nuestra especie– tras su salida de África. Este último es uno de los períodos más críticos en la Prehistoria humana, pues no sólo incluyó un cambio de poblaciones definitivo, sino también una importante transformación cultural.
Dicha transformación supuso el asentamiento en todo el viejo mundo de los comportamientos complejos que caracterizarían el posterior desarrollo de las formas de vida asociadas a nuestra especie. Los prehistoriadores llevamos más de un siglo discutiendo sobre los factores y características de estos procesos de cambio, sin haber consensuado aún interpretaciones plenamente satisfactorias.
Las implicaciones ideológicas que supone el estudio de un pariente evolutivo tan cercano a la humanidad actual, y por tanto vital para entendernos a nosotros mismos, han provocado que la investigación de los Neandertales haya estado históricamente cargada de prejuicios y mitos diversos. Sin embargo, los avances teóricos y metodológicos de las últimas décadas han permitido que actualmente el problema sobre su desaparición se plantee como una de las controversias científicas de mayor complejidad en el campo de la Prehistoria.
La investigación de Homo neanderthalensis, como se denominó la especie definida a partir de los restos humanos encontrados en 1856 en el valle de Neander (Alemania), es uno de los mejores ejemplos de cómo en ocasiones la ciencia puede verse influida por el contexto histórico en el que se desarrolla.
Las implicaciones ideológicas y sociales que conllevó el reconocimiento de una humanidad remota, distinta pero emparentada con la actual, inauguraron una tradición investigadora sobre los Neandertales en la que éstos, de forma más o menos directa, han sido objeto de prejuicios e ideologías de distinto pelaje.
Las primeras interpretaciones que acusaron estas influencias externas a la ciencia se dieron ya desde finales del siglo XIX y principios del XX, en un contexto de fuerte oposición a la teoría de la evolución formulada por Darwin solo tres años después del descubrimiento de los restos de Neander. Entonces, una compleja mezcla de ideas racistas, colonialistas y religiosas contribuyeron a dibujar un Neandertal troglodítico y animalizado, esencialmente distinto a nosotros, para el que en todo caso se tenían aún muy pocas evidencias arqueológicas y paleontológicas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, las ideologías dominantes viraron para fomentar la imagen de un Neandertal más humanizado y capaz. Sin embargo, durante los años 80 el péndulo volvió a oscilar y la visión del Neandertal basculó hacia interpretaciones que le volvían a alejar de la humanidad moderna, tanto en capacidades culturales como en naturaleza biológica.
Es esta última visión, y en cierto modo las reminiscencias de las imágenes animalizadas de principios de siglo, la que cuestionan la mayoría de los investigadores desde hace tres décadas, y a la cual suelen enfrentar sus investigaciones.
Podemos situar en la última década del siglo XX el comienzo de una etapa historiográfica, la actual, en la que la investigación sobre los Neandertales ha alcanzado una verdadera madurez científica. Aunque las implicaciones ideológicas que supone el estudio de este tipo humano siguen flotando en el ambiente, el asentamiento de la Prehistoria como una ciencia interdisciplinar, con métodos y técnicas avanzados, ha hecho que nuestro conocimiento actual de esta especie humana se encuentre fundamentalmente basado en evidencias y pruebas empíricas. Algunas de ellas presentan una solidez científica que apenas podía ser imaginada pocos años atrás.
Por ello, el enigma de la desaparición de los Neandertales, históricamente cargado de tópicos y prejuicios, es hoy investigado como un complejo problema científico de primera magnitud. Arqueólogos, paleoantropólogos, geólogos, ecólogos o físicos, entre otros, aúnan esfuerzos para recomponer un puzle poliédrico y, como siempre en Prehistoria, parcial e incompleto.
Por tanto, puede concluirse sin ambages que, en los últimos años, las influencias externas a la investigación meramente científica han perdido fuerza para dejar paso a marcos de trabajo cada vez más objetivos. Hemos pasado del mito al logos.
El planteamiento tradicional del problema de la desaparición neandertal se hacía en términos simples y dicotómicos. O bien nuestra especie, superior en biología y tecnología, protagonizó un proceso de suplantación poblacional, más o menos violento y a escala continental, o bien los Neandertales evolucionaron cultural y anatómicamente hacia las formas modernas de Homo sapiens.
Hoy en día se da la situación paradójica (en realidad bastante habitual en ciencia) de que, sabiendo bastante más sobre el problema, somos incapaces de defender teorías tan definidas. Las nuevas evidencias arqueológicas, paleontológicas, geológicas, paleoecológicas y paleogenéticas nos han empujado progresivamente a abandonar la idea de un proceso de cambio único y monolítico, y valorar, por el contrario, marcos interpretativos basados en la variabilidad regional y cronológica.
Hoy sabemos que Neandertales y Humanos modernos tuvieron descendencia fértil en varios momentos y regiones geográficas, pero aún desconocemos si esos procesos de hibridación fueron responsables de la desaparición (en este caso asimilación) de los Neandertales en toda su extensión geográfica. Sabemos también que los Neandertales fueron capaces de desarrollar tecnologías y estrategias de subsistencia complejas durante el Paleolítico medio, pero no tenemos aún la seguridad de que dichas estrategias contribuyeran directamente al posterior desarrollo cultural del Paleolítico superior.
Sabemos que los Neandertales tuvieron la inteligencia e inquietudes necesarias para desarrollar comportamientos simbólicos, incluyendo probablemente la creación de las primeras grafías pintadas en cuevas, pero se discute si dichos comportamientos fueron recurrentes, o incluso si los métodos utilizados para su verificación son fiables.
Hasta hace poco creíamos saber que Neandertales y Humanos modernos convivieron durante milenios en distintas regiones europeas, pero el refinamiento de los métodos de datación nos ha obligado a cuestionar fuertemente esa idea. Igualmente, creíamos saber que los Neandertales estaban especialmente adaptados a climas fríos, pero hoy se baraja la hipótesis de que la variabilidad climática fuera un factor relevante para su desaparición.
Nos encontramos en un momento de grandes cambios teóricos e interpretativos, en el que el final de los Neandertales se estudia desde un marco interdisciplinar alejado de los mitos y prejuicios del pasado, por más que en ocasiones estos traten de volverse a incluir en escena. Al obtener evidencias cada vez más certeras en distintos ámbitos, el problema se hace aún más complejo, y evitamos las respuestas simplistas y viciadas que se han propuesto en el pasado.
Son especialmente relevantes los proyectos de investigación a escala regional realizados con metodologías modernas e interdisciplinares, cada vez más numerosos y relevantes en la península ibérica. Precisamente, esta macro región geográfica se ha revelado clave para estudiar el final de los Neandertales y el primer poblamiento europeo de Humanos modernos, pues es probable que aquí se produjeran los últimos episodios de este complejo proceso de cambio biocultural.
Y aunque nuestras respuestas probablemente nunca serán definitivas, si mantenemos el pensamiento crítico y el método científico como guías, sin duda se acercarán cada vez más a la realidad prehistórica.
Manuel Alcaraz Castaño, Investigador en arqueología del Paleolítico, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Esta entrada fue modificada por última vez en 19/03/2023 23:59
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