Seguro que ha dicho alguna vez eso de “flipo en colores”. Pero, ¿sabe exactamente en cuántos colores? La mayoría de los seres humanos perciben alrededor de un millón de tonalidades distintas. Pero hay un grupo, bastante numeroso por cierto, que puede distinguir hasta 100 millones. ¿De dónde viene semejante superpoder?
Empecemos por el principio. Para entender este fenómeno debemos empezar por entender que nuestra percepción visual es posible porque en los ojos tenemos unas células llamadas fotorreceptores que transforman la luz que llega a la retina, en el fondo del ojo, en impulsos nerviosos. Esos impulsos, una vez procesados, son los que puede entender nuestro cerebro e interpretar como color.
La radiación lumínica que perciben nuestros fotorreceptores es lo que conocemos como espectro visible. En concreto, los fotorreceptores del ser humano perciben una franja muy estrecha del total del espectro electromagnético, ya que solo responden a las longitudes de onda que van desde los 400 nanómetros de amplitud (nm) –las más estrechas y energéticas que podemos percibir y que nuestro cerebro interpreta como morado–, hasta los 750 nm –las más espaciadas entre sí y que interpretamos como rojos–.
Los humanos contamos con dos tipos de fotorreceptores que se estimulan con la luz: conos y bastones. Los bastones son tan sensibles que pueden responder a un solo fotón. De ahí que sean las células que nos ayudan a ver por la noche o cuando hay poca iluminación. En cuanto a los conos, funcionan mejor cuando hay mucha luminosidad y nos permiten distinguir los colores durante el día.
Se dice que los seres humanos somos tricrómatas porque existen tres clases de conos.
A los conos que responden a las ondas más largas de nuestro espectro visible los llamamos conos para el rojo. Sin embargo, esta definición es imprecisa: aunque son muy sensibles a 564 nm, que corresponde a la longitud de onda del rojo, también lo hacen a ambos lados de ese valor.
Los conos que se estimulan con las ondas medias (los “conos para el verde”) tienen una sensibilidad muy alta a 534 nm, pero también responden a longitudes de onda superiores e inferiores. En cuanto a los conos que responden a las ondas más estrechas, las que percibimos como azules, son más sensibles a las longitudes de onda alrededor de los 420 nm, pero también abarcan un mayor espectro a ambos lados de ese valor.
Cuando miramos un objeto, lo vemos de un color determinado porque, por sus características fisicoquímicas, absorbe unas longitudes de onda del espectro visible y refleja otras. Éstas últimas son las que llegan a nuestros fotorreceptores y estimulan a los conos correspondientes.
Cada longitud de onda estimula de forma muy particular los tres tipos diferentes de conos, de forma que cada color que vemos se deben a una combinación específica de estimulación de los distintos conos.
Aunque los humanos somos generalmente tricrómatas, en personas con dos cromosomas X (la mayoría mujeres) se ha visto que las mutaciones en una de las copias de los genes para distinguir el verde o el rojo en uno de los cromosomas X puede producir un cuarto tipo de cono. Se debe a que estos tetracrómatas cuentan con una copia de la proteína correcta y otra copia de la mutada en ese cuarto tipo de cono. Si las dos proteínas que se generan, la correcta y la mutada, funcionan adecuadamente, este “cono de más” les permite tener una visión cromática extraordinaria.
Como las longitudes de onda que recoge este cuarto tipo de cono estarían en una zona entre las del rojo y el verde estándar, pueden distinguir muchas más tonalidades, muchos más matices. De hecho, pueden diferenciar tonalidades que para un tricrómata son idénticas entre sí. De hecho, mientras que una persona tricrómata puede distinguir un millón de tonalidades dentro de nuestro espectro visible, una tetracrómata multiplica este número hasta los 100 millones.
¿Hay mucha gente tetracrómata? Es difícil de evaluar, aunque existen estudios que indican que del 12 al 50 % de las personas con cromosomas XX y hasta el 8 % de las XY podrían serlo. Es complicado analizarlo porque, aunque se pueda confirmar que una persona posee la mutación que determina esta anomalía, resulta difícil demostrar que esa opsina diferente se está expresando suficientemente como para ser funcional. También cuesta verificar que el espectro visible al que esa nueva opsina responde sea lo suficientemente diferente al que responden las opsinas “normales” como para recoger información diferente.
En cualquier caso, los expertos que trabajan en este tema se preguntan si, de confirmarse el elevado porcentaje de personas tetracrómatas (que realmente tienen una visión cromática más rica), habría que dejar de decir que los humanos somos tricrómatas y considerar seriamente la tetracromacia como una característica inherente a la especie humana.
Conchi Lillo, Profesora titular de la Facultad de Biología, investigadora de patologías visuales, Universidad de Salamanca
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Esta entrada fue modificada por última vez en 08/12/2022 23:57
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