Con tal solo 11 años, Diego Fernández Ortiz fue noticia el pasado mes de diciembre por haber colaborado en el descubrimiento de una supernova junto con otros niños de 12, 13 y 14 años, miembros de un grupo astronómico de un centro educativo de Moscú.
Hace ya unos años, los coleccionistas Anselmo Peñas y Emilio Rolán presentaron un trabajo sobre 209 especies de caracoles marinos que se ha convertido en un documento de referencia por la extensión y calidad de los contenidos.
Ninguno de ellos era profesional. Son investigadores aficionados, personas que dedican una parte de su tiempo a realizar investigaciones por la satisfacción que les produce. No en vano, una de las mayores satisfacciones en la vida es tener el sentimiento de que has sido útil y de que has colaborado para mejorar la sociedad. En la pirámide de Maslow, que presenta de forma clara y sencilla las necesidades de los seres humanos, la autorrealización está situada en quinto y último nivel.
Para algunas personas, la investigación tiene una imagen elitista asociada a las universidades y los grandes laboratorios. Se percibe como algo exclusivo de un grupo de trabajadores muy cualificados que tienen que desarrollar una carrera profesional muy alejada de los ciudadanos. En muchos casos, a los investigadores se les ve como unos frikis al estilo de la serie Big Bang Theory. Una imagen que es falsa.
Los investigadores profesionales son la columna vertebral del sistema de ciencia y tecnología y su trabajo es imprescindible, pero la sociedad científica es mucho más que ese núcleo de trabajadores.
Ser investigador es tener el deseo de aportar a la sociedad nuevos conocimientos y la ilusión de dejar una pequeña huella en el avance de la humanidad. En la antigüedad era difícil tener tiempo y recursos para poder realizar actividades de investigación, pero en una sociedad alfabetizada, informatizada y muy conectada, todos podemos ser investigadores.
El sistema de investigación profesional tiene la ventaja de la dedicación plena de los científicos a los temas de su área, pero desgraciadamente también tiene el inconveniente de acarrear abundantes aspectos administrativos y de gestión profesional.
Así, los investigadores profesionales dedican buena parte del tiempo a las actividades administrativas y de gestión, en unos casos porque hay que conseguir entrar en las instituciones científicas y, en otros, cuando ya están dentro, para justificar los recursos utilizados en los proyectos.
Cualquier investigador principal de un proyecto suele contar anécdotas muy entretenidas sobre los problemas que ha encontrado para la contratación de personal, el papeleo requerido para poder pagar gastos imprevistos como la pérdida de un avión o la sustitución de un instrumental y el hecho de que, años después de haber finalizado un proyecto, haya que justificar gastos de cuyos justificantes ya nadie tiene copia.
Los métodos de selección de proyectos, adjudicación y justificación de fondos tienen que cambiar en el siglo XXI. Actualmente son muy ineficientes tanto en la forma de adjudicarlos como en el control de los gastos y, sobre todo, en el cálculo de los retornos de las investigaciones.
Ante este panorama, surgen cada vez más iniciativas para fomentar la ciencia compartida. La Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) ha organizado recientemente diversos actos relacionados con este tipo de iniciativas, como el I Foro Internacional de Ciencia Ciudadana en España celebrado el pasado mes de marzo, con diversas líneas de trabajo.
En la investigación profesionalizada, uno de los objetivos más importantes es publicar en revistas de reconocido prestigio debido a la valoración del trabajo realizado con criterios muy cerrados. Pero publicar es pagar. La ciencia compartida apuesta por procedimientos de difusión más flexibles y baratos.
Los investigadores profesionales están muy limitados por los procedimientos administrativos de valoración, pero los investigadores aficionados no tienen esas limitaciones. Pueden utilizar los procedimientos abiertos con mucha facilidad porque su objetivo es la difusión, no la valoración administrativa de esos trabajos.
El movimiento por la ciencia abierta, que promueve la accesibilidad universal a las investigaciones científicas, es el marco más recomendable para este tipo de nuevas actividades.
En el área de astronomía, por ejemplo, se llevan realizando actividades de colaboración desde hace muchos años. Los astrónomos aficionados son muy activos y consiguen, gracias a su dedicación y pericia, importantes resultados utilizando equipos de aficionados. Prueba de ello es la participación de numerosas agrupaciones astronómicas, astrónomos y astrofotógrafos amateur en el próximo Congreso Estatal de Astronomía, que se celebrará entre el 1 y el 4 de noviembre de 2019 en Cuenca.
Finalmente, la revolución de internet ha facilitado el acceso a las grandes bases de datos online y las redes sociales nos permiten formar equipos de trabajo y compartir experiencias y resultados de forma rápida y sencilla. La creación de redes de colaboración ha revolucionado todo el trabajo científico.
En nuestro país, existe una red denominada Observatorio de la Ciencia Ciudadana en España y las grandes instituciones científicas están apoyando la estimulación de estas redes y la creación de un marco de buenas prácticas para la integración de los trabajos de colaboración entre instituciones e investigadores no profesionales. Dos de los agentes más importantes en esta línea de trabajo son el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y la Fundación Ibercivis.
Por su parte, la Unión Europea ha editado una publicación con las principales recomendaciones en un documento titulado Green Paper on Citizen Science y existe un marco denominado proyecto Socientize.
El marco ya existe, se necesita su difusión y el desarrollo de los equipos de trabajo que deseen colaborar como investigadores. La idea fundamental es que el investigador es quien investiga y muchas actividades requieren solo de inteligencia y coordinación, no de complejas y costosas instalaciones.
Ya hay grupos que clasifican la información de los inmensos bancos de datos de los telescopios, plataformas de ciencia ciudadana como Zooniverse e iniciativas orientados a la biodiversidad, entre otras muchas iniciativas. Nuestro grupo en la Escuela de Ingeniería Civil de la Universidad Politécnica de Madrid está intentando potenciar estas actividades en el área de las tecnología y el medio ambiente.
Este texto es una invitación a fomentar la afición por la investigación y también a participar en redes que proporcionen un entorno de colaboración entre investigadores profesionales y aficionados. Ánimo.
Luis Ignacio Hojas Hojas, Profesor Titular. Área Tecnologías del Medio Ambiente., Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Esta entrada fue modificada por última vez en 19/01/2020 14:54