La gran oleada migratoria desde el sur de Europa hacia América a finales del siglo XIX trajo consigo consecuencias no solo demográficas, sociales y económicas. Las repercusiones culturales fueron enormes. La contaminación y cruce de formas de entender la vida conllevaría nuevas formas de relación en muchos aspectos.
La historia de algunas regiones españolas como Asturias, Galicia y Canarias está íntimamente vinculada a la historia de la emigración ultramarina contemporánea. De entre los emigrantes, aquellos que regresaron enriquecidos a sus lugares de origen, los transformaban sustancialmente. Se les llamaba asturamericanos, indianos. Traían nuevos modos de entender el ocio, la educación, la sanidad y las tipologías residenciales a pequeñas aldeas, a ciudades en la nada.
Gracias a ellos, surgieron recintos y espacios distintos a los habituales para desarrollar estas actividades. Lugares que se convertían en escaparate de lo cosmopolita, de lo exótico o simplemente de lo raro a ojos de quienes jamás salieron de sus pueblos o ciudades provincianas. Además de ostentosos palacetes, los indianos trajeron a sus localidades de origen la modernidad, centenares de escuelas, infraestructuras, espacios del saber.
De esta forma, el viaje se configuraba como elemento de unión, como hilo conductor que exalta las concordancias y respeta las diferencias que a su vez generan sinergias enriquecedoras. Ya desde las primeras expediciones navales buscando mundos ignotos, desde Magallanes y Elcano y los caminos que ellos abrieron. Hasta los viajes de los ilustrados y los románticos y las expediciones científicas de los siglos XIX y XX. Y cómo no, los viajes de las olvidadas viajeras, que también hubo.
Las corrientes migratorias que a finales del siglo XIX llevaron a millares de españoles a América es punto de referencia inevitable al abordar cualquier cuestión que relacione en estas fechas España con los países del otro lado del Atlántico.
Si bien se trata de un proceso atlántico en el que España participa junto con otros países de la Europa septentrional, mediterránea y occidental, la emigración hispana presenta características propias. La condición de antigua metrópolis, el mantenimiento hasta fechas tardías de las colonias del Caribe y la limitación regional de los lugares de procedencia son factores a tener en cuenta.
Las causas de este éxodo que, si bien empieza antes, se intensifica de forma notable a finales del siglo XIX fueron diversas:
Estos indianos desempeñarían un rol importante en sus países de adopción y dejarían una fuente impronta a su regreso en sus regiones de origen. Así, podemos fijarnos en dos realidades generadas a partir del fenómeno indiano: la de los lugares de origen y la de los de destino. Realidades que propiciaron un mundo más diverso y más rico.
En América, los inmigrantes constituyeron asociaciones, que en el caso español se multiplicaron con diversas funciones, surgiendo entidades benéficas, de socorros mutuos, recreo, instrucción, culturales, hospitales, etc.
Estas agrupaciones propiciaron la fundación de hospitales modernos siguiendo pautas higienistas como la Quinta Covadonga de La Habana (actual Hospital Salvador Allende), por iniciativa del Centro Asturiano. Las sociedades españolas de beneficencia construyeron hospitales como los de Buenos Aires y Córdoba, en Argentina.
Es reseñable también la contribución de los inmigrantes para sufragar las obras del Malecón en La Habana (con importante participación de naturales de Asturias).
Y merece la pena detenernos en aquellas actuaciones novedosas, rozando a veces la utopía, que se desarrollan en América, con vistas a crear poblaciones modélicas, tanto en lo referente a la arquitectura como al perfil sociológico de sus habitantes. Eran poblaciones nuevas, que pretendían al tiempo que alojar trabajadores, colonizar regiones deshabitadas. Precisamente gracias a esa posibilidad de actuación ex nihilo, constituían un laboratorio de ideas, como ya lo fueran los primeros asentamientos españoles en el Nuevo Mundo.
A su vuelta, los indianos traían a sus pueblos de Asturias perdidos entre montañas modos de vida cosmopolitas que materializan en casas luminosas, confortables, de colores alegres. Casonas características de eso que se ha dado en llamar arquitectura de indianos (presente a ambos lados del Atlántico), tan distintas de las lóbregas casonas solariegas.
Junto a las casonas y palacetes, lo más llamativo territorialmente del fenómeno indiano en una región como Asturias es todo lo demás que trajeron los indianos: hospitales, lavaderos, infraestructuras para los pueblos y lugares de reunión y debate como los casinos.
A las nuevas escuelas se las dotaba de servicios higiénicos de vanguardia. Se sustituyeron los colores oscuros de las antiguas aulas por una decoración clara y se instalaron comedores, bibliotecas y espacios de juego. Se impartían asignaturas como contabilidad, comercio e idiomas. Indispensable formación para el futuro comerciante.
Era el resultado del viaje, del conocimiento empírico, la destilación de las necesidades y las fórmulas para hacer frente a las dificultades. Hubo búsqueda y encuentro. Hubo contaminación cultural que generó unas obras elitistas y burguesas para vivienda propia o lugares de ocio; incomprendidas construcciones en aldeas aisladas y ensimismadas. Hubo diversidad y enriquecimiento intelectual.
Pero hubo también deseo de cambio, de progreso, de futuro… eso que solo ocurre cuando se mira lejos, más allá del mar.
Carmen Adams Fernández, Profesora del Departamento de Historia del Arte y miembro del del Grupo de Investigación en Patrimonio de Asturias, Universidad de Oviedo
Fuente: The Conversation
Esta entrada fue modificada por última vez en 17/05/2021 13:16
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