Los círculos de hadas son una de las formaciones más intrigantes que encontramos en los desiertos. Se trata de una curiosa formación vegetal perenne que se organiza formando anillos, de varios metros de diámetro (entre 2 y 35 m.), dejando suelo desnudo en su interior. Hasta hace muy poco solo se conocían dos lugares en el mundo con estos llamativos círculos: una en el desierto de Namibia y otra en el de la Pilbara, en Australia. Pero, de ser una excepción, se han descubierto en otros muchos sitios.
Un estudio reciente, publicado en la revista PNAS, amplía notablemente el conocimiento sobre la distribución de los círculos de hadas en el mundo. Ahora sabemos que no se restringen en exclusiva a las zonas señaladas, sino que están presentes, al menos, en 263 lugares de 15 países y tres continentes (África, Australia y Asia).
Para las sociedades actuales, las zonas desérticas son lugares de sentimientos encontrados. Por un lado, se consideran territorios improductivos lo cual, al utilitarista ser humano de nuestro tiempo, le causa indiferencia y desinterés. Por otro, se suele ligar a un imaginario impregnado de exotismo que no se alcanza a descifrar.
Ambas visiones muestran la simplicidad de nuestros razonamientos, así como la ignorancia que generalmente rodea a estas zonas desérticas y, por extensión a las zonas áridas del mundo, que ocupan nada menos que el 46 % de la superficie terrestre y albergan un tercio de la humanidad (ambas cifras siguen aumentando).
Los desiertos no son una simple acumulación de arena. En realidad, predominan las rocas y existe una heterogénea fauna y vegetación, incluyendo grandes depredadores y herbívoros, que han desarrollado exitosas y fascinantes estrategias de supervivencia. En los desiertos hay recursos esenciales para la economía actual: metales raros, yacimientos de fosfato, petróleo y, sorpresa, mucha agua. El mayor acuífero del mundo, el Nubio, está bajo el desierto del Sahara y contiene 150 000 km³ de agua (el más grande de España, el de la Mancha Oriental, tenía en su esplendor unas 10 000 veces menos).
Los círculos de hadas pueden pasar fácilmente desapercibidos a pie de terreno. Sin embargo, con una mirada cenital, es mucho más fácil detectarlos.
A partir del rastreo de imágenes de más de medio millón de hectáreas mediante un sistema de inteligencia artificial, se han detectado 263 formaciones de este tipo, abriendo las puertas a teorías mucho más robustas sobre su importancia y origen.
Cuando se describieron por primera vez, en Namibia y en Australia, se elaboraron distintas hipótesis, cada una de ellas irreconciliable con la otra.
En Namibia se atribuyó su formación a la acción de las termitas en suelos desérticos arenosos. Posteriormente, en 2017, los investigadores australianos que descubrieron nuevos círculos de hadas en su desierto occidental descartaron la acción de las termitas y señalaron mecanismos de autoorganización biológica ya anticipados por el matemático Alan Turing. Sin embargo, este mismo año y recurriendo al conocimiento de los aborígenes, otro trabajo volvió a relacionarlos con la actividad de las termitas.
El nuevo estudio destaca la presencia de estas curiosas formaciones a lo largo del Sahel, y muestra un gran número de casos en el continente australiano cuyo desapercibimiento resulta llamativo, y habla de la dificultad de estudiar estas regiones tan apartadas y remotas.
La enorme extensión de los desiertos, sus duras condiciones y la ausencia de infraestructuras complican transitar por ellos. Muchas de estas zonas están asoladas por conflictos e intensamente minadas, y la logística es extremadamente compleja. Además, los presupuestos de los proyectos son muy limitados. Sin embargo, alternativamente, se pueden utilizar una serie de herramientas informáticas para analizar el territorio desde un ordenador.
A partir de imágenes de Google Earth (algo más de medio millón de parcelas de una hectárea), y mediante un sistema de inteligencia artificial previamente entrenado con los círculos de hadas que se conocían, se han localizado formaciones de este tipo a lo largo y ancho del planeta.
El algoritmo programado ha servido para analizar qué relación pueden tener estas formaciones con diversas variables, como la precipitación, el contenido de nutrientes del suelo, la velocidad del viento y otras muchas.
Además de localizar nuevas formaciones, el análisis ha permitido deducir, por ejemplo, que estas formaciones son bastante más estables que la vegetación de otros sitios cercanos sin estos patrones de vegetación. También se ha observado que es más probable encontrarlas en suelos con una humedad del suelo muy baja, cercana al 2 %, con contenidos de nitrógeno limitados, y con un contenido de arena entre el 52 % y el 80 %. O que las precipitaciones que favorecen estos patrones de vegetación son aquellas que oscilan entre 100 y 300 mm al año.
¿Por qué es interesante esta información? Este atlas puede ser aún más completo. En efecto, el análisis espacial es limitado (al medio millón de hectáreas), debido a esas restricciones presupuestarias mencionadas y también a los límites computacionales y, por ende, de tiempo.
Conocer de qué depende que haya o no círculos de hadas permite enunciar teorías sobre su existencia y, con ello, configurar modelos predictivos sobre su distribución. Mediante este procedimiento, será más fácil completar el atlas.
Adicionalmente, el trabajo proporciona, al menos, un par de asideros interesantes. Por un lado, al aumentar la muestra de casos es más fácil sustanciar una teoría ecológica sobre estas extraordinarias formaciones. Por el otro, la organización espacial que encuentran los círculos de hadas en zonas tan áridas no deja de ser otro regalo que la naturaleza nos ofrece para que la imitemos.
Quizás la forma en la que utilizan los escasos e irregulares recursos hídricos sea algo de lo que podamos aprender para aprovecharlos mejor, y es el siguiente misterio sobre los círculos de hadas que deberíamos resolver.
Emilio Guirado, Doctor en ciencias aplicadas al medioambiente, Universidad de Alicante; Fernando Tomás Maestre Gil, Catedrático de Ecología, Universidad de Alicante; Jaime Martínez Valderrama, Investigador científico, Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA - CSIC); José Luis Molina Pardo, Investigador en Biología y Geología, Universidad de Almería; Manuel Delgado-Baquerizo, Ecosystem ecologist, Spanish National Research Council, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), and Miguel Berdugo Vega, Investigador Ramón y Cajal en Ecosistemas Áridos, Universidad Complutense de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Esta entrada fue modificada por última vez en 24/11/2023 18:34
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