Escribía Unamuno en su obra Del sentimiento trágico de la vida que “el ansia de no morir, el hambre de inmortalidad personal, el conato con el que tendemos a persistir indefinidamente en nuestro ser propio (…), es la base efectiva de todo conocer y el íntimo punto de partida personal de toda filosofía humana”. Y ciertamente ese deseo de trascender los límites de nuestra condición o experimentar la inmortalidad es algo que ha estado presente a lo largo de la historia de muy variadas maneras. Pero, ¿podremos realmente llegar a ser inmortales?
Las respuestas distan de ser uniformes, pero lo cierto es que semejante anhelo fue adquiriendo una dimensión inédita con los desarrollos científicos y técnicos de los últimos siglos.
Basta pensar en los enormes progresos de la ingeniería, la medicina, la genética y la biología molecular, de las técnicas de información, de las neurociencias, o de los más diversos campos de la ciencia. Todo ello nos muestra las enormes potencialidades del ser humano y de su inmensa capacidad creativa y manipulativa.
Un desarrollo que desde hace un tiempo viene dando lugar a nuevas formas de esperanza caracterizadas por un tecnooptimismo que aparece representado en una corriente conocida con el nombre de transhumanismo, en el seno del cual algunos autores sostienen nuestra próxima victoria sobre la muerte y, con ello, la realidad de una vida inmortal.
Probablemente el transhumanismo sea una de las corrientes científico-filosóficas que más interés está despertando en la actualidad, pues su tesis de fondo es que en un futuro no tan lejano los seres humanos podremos trascender nuestras barreras biológicas a través de los desarrollos de las nuevas tecnologías convergentes (NBIC) hasta llegar a la inmortalidad.
Pero, ¿qué es el transhumanismo? Es difícil dar una única definición del mismo, pero quizá en todas sus formas late aquella visión que ofrecía Max More en un artículo de 1990 en el que decía que “el transhumanismo es un conjunto de filosofías que busca guiarnos hacia una condición posthumana”.
El transhumanismo comparte muchos elementos con el humanismo, incluyendo un respeto por la razón y la ciencia, un compromiso con el progreso y una apreciación de la existencia humana (o transhumana) en esta vida en lugar de en alguna “vida” sobrenatural posterior a la muerte. El transhumanismo difiere, en cambio, del humanismo al reconocer y anticipar las alteraciones radicales en la naturaleza y en las posibilidades vitales que resultarán del desarrollo de diversas ciencias y tecnologías (…), combinado todo ello con una filosofía y un sistema de valores racionales".
Ahora bien, también hay que decir que el transhumanismo no es un movimiento uniforme. Aunque podamos ser escépticos ante los extremos, siguen existiendo tesis y predicciones más o menos compartidas que incidirán también sobre diferentes aspectos de la vida humana y social, como es la confianza que muestran ante las posibilidades de la mejora o en nuestra batalla por combatir el envejecimiento para introducirnos por las veredas de la inmortalidad.
Hay un momento en el Poema de Gilgamesh en el que éste se da cuenta de que la inmortalidad es algo reservado a los dioses. También decía Cicerón que “la naturaleza nos dio una posada para detenernos, pero no para habitarla”. Esto, que ha sido un hecho incuestionable, parece que en algún momento pueda ser superado en nuestra lucha constante contra la vejez y la muerte.
Porque tanto la búsqueda tecnológica del mejoramiento humano como la lucha contra el envejecimiento son algunos de los objetivos más compartidos de los gurús de la tecnología actual, lo cual plantea cuestiones que afectan a dimensiones esenciales de la condición humana.
De ahí que tendremos que abordar los problemas de fondo que todo este desarrollo trae consigo y caminar hacia la búsqueda de criterios que nos posibiliten no naufragar en la corriente de sus sorprendentes promesas.
Es decir, debemos anticiparnos reflexionando a fondo acerca del transhumanismo y todas sus implicaciones, porque lo que está en juego es tanto la identidad del ser humano como el sentido de su paso por este mundo. Probablemente no consigamos ser ese homo deus del que nos habla Harari, pero seguramente correremos los riesgos de que la tecnología y sus posibilidades se conviertan en ídolos si no estamos preparados para enfrentarnos a sus utopías sin perder de vista la realidad de aquello que somos y la esperanza de eternidad que siempre seguiremos anhelando.
José Manuel Caamaño López, Director de la Cátedra Francisco José Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión. Profesor de Teología moral, Universidad Pontificia Comillas
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Esta entrada fue modificada por última vez en 29/04/2021 14:20
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