La luna ha sido desde siempre fuente de inspiración de leyendas populares. En nuestro acervo encontramos algunas muy sofisticadas, como la de los hombres que se transforman en lobo cuando hay luna llena, y otras menos fantasiosas, como las relacionadas con la fertilidad.
El hecho de que el ciclo lunar dure casi lo mismo que el menstrual ha llevado a los sesgos de confirmación a hacer el resto. Sin embargo, a día de hoy parece que no hay relación entre determinada fase lunar y una mayor frecuencia de partos o embarazos.
La creencia de que la luna llena puede perturbar el comportamiento humano también está profundamente arraigada en la cultura, el lenguaje y la sabiduría popular. No en vano, el Diccionario de la Lengua Española recoge el término “lunático/a” y lo define como “que padece locura, no continua, sino por intervalos”. Sin embargo, a pesar de que a lo largo de la historia se ha culpado a la luna llena del agravamiento de distintos trastornos psiquiátricos, lo cierto es que la mayor parte de las evidencias apuntan, a día de hoy, a que la luna es inocente.
Algunos autores consideran, sin embargo, que la contaminación lumínica actual podría enmascarar la luz reflejada por la luna llena, impidiendo detectar sus efectos en nuestros días (con alguna excepción). No descartan que en siglos anteriores, sin luz eléctrica, esa luz natural nocturna pudiera alterar los ánimos de algún modo.
De hecho, un trabajo reciente ha mostrado cierta sincronía entre las variaciones del estado de ánimo en pacientes con trastorno bipolar de ciclado rápido y los ciclos lunares. El autor de este estudio sugiere que una parte del sistema circadiano (el reloj interno) de los pacientes estaría sincronizada a días lunares (de 24,8 horas), mientras que otros componentes del reloj permanecerían sincronizados a días solares de 24 horas.
La desincronización entre ritmos biológicos, entre los que se encuentra el sueño, podría estar detrás del paso del estado depresivo al maníaco en estos pacientes.
Aunque sigue habiendo controversia en este asunto, lo cierto es que se han publicado algunos trabajos en los que se ha observado que la latencia de sueño, es decir, el tiempo que tardamos en dormirnos, aumenta en los días previos a la luna llena. Además, el sueño profundo, el de ondas lentas, se podría ver reducido en esos días.
Ya en 2013, un trabajo publicado en Current Biology y liderado por Christian Cajochen apuntaba al efecto de las fases lunares sobre aspectos del sueño evaluados mediante electroencefalografía. Los voluntarios durmieron 20 minutos menos en promedio y tuvieron un 30 % menos de sueño profundo en días previos a la luna llena.
Los investigadores resaltaban, además, un aspecto importante del estudio: su carácter retrospectivo. Ninguna persona de las implicadas en el proceso de toma de datos fue consciente de que se trataba de evaluar el posible efecto de las fases lunares. Evaluaron el sueño con un objetivo totalmente distinto, y se les ocurrió analizar este factor años más tarde, tomando una copa en una noche de luna llena. Eso eliminaba de un plumazo cualquier sesgo, y también el posible efecto placebo/nocebo.
A principios de este año, un equipo de investigadores entre los que se encuentran Leandro Casiraghi y Horacio de la Iglesia ha publicado un trabajo en Science Advances que confirma estos resultados. En este caso, lo hicieron mediante la monitorización ambulatoria (con un dispositivo de pulsera) de tribus indígenas argentinas (con y sin acceso a luz eléctrica), y de una población estadounidense altamente industrializada. En las tres situaciones, los resultados fueron similares: la luna llena retrasó la hora de dormir y acortó la duración del sueño.
¿Pero qué aspecto de la luna llena hace que (supuestamente) durmamos menos? Está claro que en las noches de luna llena hay más luz, sobre todo si no la enmascaramos con la luz eléctrica. Sin embargo, en ambos estudios el efecto de la luz que refleja la luna quedó descartado.
En el primer caso, porque el sueño de los voluntarios se registró en condiciones controladas de laboratorio (sin recibir la luz proveniente del exterior). En el segundo, porque tanto la tribu sin acceso a luz eléctrica (con menos contaminación lumínica y mayor potencial influencia de la luz de la luna) como la tribu con acceso a luz eléctrica y la población industrializada mostraron efectos similares.
No está claro si se trata de un ritmo endógeno que mantenemos o si nuestro organismo es sensible al efecto de la gravedad ejercida por la luna en sus distintas fases. Si fuera lo segundo, Casiraghi y sus colaboradores explican que, aunque la fuerza gravitacional sería la misma en luna llena y luna nueva, cada una ocurre a horas distintas.
Así, es la luna llena la única que ejercería este efecto durante la noche, cuando dormimos. Otros autores, sin embargo, descartan que la fuerza gravitacional de la luna pueda tener algún efecto en masas tan pequeñas como nuestro organismo.
En cualquier caso, el posible efecto estimulante de la luna llena sería fruto de la ventaja adaptativa que suponía estar más activos esas noches en las que había más luz natural para ver a nuestro alrededor.
Como todo lo que rodea a la luna, su efecto sobre el sueño es también un asunto misterioso… de momento. Poco a poco la ciencia continuará abriéndose paso.
Hasta entonces, si se sienten raros en noches de luna llena, no teman: quizá simplemente les cueste un poco más conciliar el sueño.
María Ángeles Bonmatí Carrión, Investigadora postdoctoral CIBERFES y profesora asociada UMU, Universidad de Murcia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Esta entrada fue modificada por última vez en 11/11/2021 13:16
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