A menudo, uno de los anhelos de las personas que han sufrido una pérdida es el de volver a hablar, aunque sea solo un instante, con su ser querido. Ahora, las nuevas tecnologías lo están haciendo posible de forma “virtual”, gracias a la inteligencia artificial.
¿Es esto una nueva y mera forma de “memoria digital” o una tecnología rodeada de serias cuestiones éticas?
Los llamados griefbots (literalmente robots de duelo) son chatbots –programas de ordenador basados en inteligencia artificial (IA) y capaces de conversar con los humanos– constituidos a partir de la “huella digital” que el ser querido ha dejado: todo un legado de publicaciones en redes sociales, vídeos, fotos, correos electrónicos y mensajes de texto que alimentan una red neuronal artificial.
En conjunto, permiten “imitar” el estilo y la forma de pensar de la persona que ha fallecido. De esta forma, sus seres queridos pueden seguir conversando con ella de manera virtual después de su muerte.
El principal argumento para la creación de esta nueva tecnología es ofrecer una importante fuente de apoyo a las personas en duelo.
Este fue uno de los motivos por los que, de manera independiente el uno del otro, los investigadores Eugenia Kuyda y Muhammad Ahmad comenzaron a desarrollar los griefbots. La idea les sobrevino cuando perdieron a su mejor amigo y a su padre, respectivamente.
Los autores presentan los griefbots como una versión moderna de los rituales de duelo y de las formas clásicas de recuerdo, como un funeral o un álbum de fotos.
Desde este punto de vista, los griefbots cumplirían una función psicológica positiva en el proceso del duelo. Al fin y al cabo, permiten a las personas interactuar de forma más sofisticada con el recuerdo de la persona muerta, conmemorando su vida y contribuyendo a mantener viva su memoria.
Ahmad sostiene que el griefbot de su padre se inspira directamente en el deseo de que sus hijos conociesen a su abuelo. Así, ofrece una experiencia interactiva y directa que iría más allá de las clásicas historias contadas de generación en generación sobre quién fue este.
Por su parte, Kuyda subraya que el chat con su mejor amigo tras la muerte de este la ayudó a hablar sobre el tema y le permitió descubrir aspectos de sí misma que no conocía.
Ambos programadores sostienen que las conversaciones con sus seres queridos fallecidos ayudaron a poner palabras a los sentimientos que los embargaron en el momento de la pérdida. También a expresar libremente sus miedos y preocupaciones.
En general, algo a lo que no se hubieran atrevido a hacer con alguien “real” por miedo a ser juzgados.
Sin embargo, otros autores alertan de los riesgos éticos que podría implicar la interacción robot-humano a través de este tipo de herramientas tecnológicas.
Además de la privacidad de la persona muerta y de la propiedad y uso de su “huella digital” (con fines no necesariamente consentidos ni deseados), se encuentra la cuestión de cómo esta tecnología impacta en los familiares o amigos en duelo.
Una de las posibles consecuencias, al contrario de lo que sostienen sus creadores, sería el dificultar que estos avanzasen en sus vidas y se adaptasen poco a poco a un mundo sin la presencia del ser querido. Podría suceder que, al centrar su atención en la interacción virtual con el fallecido, la persona en duelo comenzara a aislarse socialmente.
Además, hay que tener en cuenta que este “otro virtual” está construido a partir del historial de conversaciones mantenidas de la persona fallecida. Es decir, el chatbot utiliza sus experiencias pasadas para predecir las respuestas futuras.
Esto hace que puedan darse respuestas que no encajan con lo que se hubiera esperado de la persona amada. Ya sea en base a las nuevas condiciones del presente, que hubieran requerido de reacciones más adaptadas; o bien a lo que conocíamos o creíamos conocer de ella.
Hay que tener en cuenta que tales herramientas se basan en su huella digital total. Esto incluye, por ejemplo, todas sus conversaciones con terceros. Por tanto, también sus diferentes posibles “yoes” o personalidades públicas, en función del contexto y/o de las personas con las que se daba la interacción.
Es decir, el uso de estas herramientas podría hacer que “descubriésemos” facetas del ser querido que no conocíamos y que quizá preferíamos no conocer.
Todo ello afectaría a nuestra imagen de la persona, olvidando así que el chatbot no es más que eso, un robot.
En la actualidad, los chatbots no sólo se están aplicando en el acompañamiento al duelo: también existe otro tipo destinado al asesoramiento de personas al final de su vida. Su objetivo en este caso es acompañarlas en la preparación de sus últimas voluntades.
También están pensados para ayudar a los pacientes en cuidados paliativos a reducir la ansiedad ante la muerte. Por ejemplo, promocionando conductas que mitiguen el estrés o posibilitando la discusión sobre cuestiones espirituales esenciales.
En definitiva, las nuevas tecnologías están transformando nuestra experiencia de duelo. Incluso nuestra manera de entender qué es la muerte. Todo ello plantea urgentes preguntas de tipo bioético sobre las implicaciones psicológicas y sociales derivadas de su implementación.
Debería desarrollarse una reflexión crítica sobre el posible impacto que todo esto podría tener en los dolientes.
También sobre la función psicológica de los ritos y los llamados “lazos continuos” con la persona amada, un tema clave en la psicología clínica. Sin olvidarnos de abrir un debate sobre los posibles valores o intereses que sustentan este tipo de tecnologías, así como las concepciones culturales sobre la vida y la muerte que podrían estar implícitas en su uso, un tema en el que la ética es esencial.
Belén Jiménez Alonso, Profesora asociada en el departamento de Psicología, especialista en duelo, UOC - Universitat Oberta de Catalunya y Ignacio Brescó de Luna, Associate professor, Department of Communication & Psychology, Aalborg University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Esta entrada fue modificada por última vez en 29/04/2021 14:13
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