‘Tenemos que establecer una nueva relación entre la especie humana y la fauna silvestre’

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Lobo ibérico. Ramon Carretero / Shutterstock
Juan José Luque-Larena, Universidad de Valladolid

La restricción de actividades económicas y de movimiento debida al coronavirus parece haber tenido efectos positivos en el medioambiente. Estas consecuencias han puesto de manifiesto la tensa relación entre el hombre y la naturaleza. Juan José Luque Larena, profesor del Área de Zoología de la Universidad de Valladolid, advierte en esta entrevista de la necesaria convivencia entre la especie humana y el resto de especies silvestres: “Si algo nos recuerda la COVID-19 es que este siglo tiene que ser el siglo de la biología”.

¿Las restricciones a la movilidad por el confinamiento han permitido el aumento de la presencia de fauna silvestre cerca de los núcleos de población, especialmente de jabalíes y corzos?

Lo que realmente está pasando es que al reducirse la movilidad del hombre se relaja la presión sobre la fauna silvestre. Esta se deja ver más, pero no significa necesariamente un aumento en el número. Es una cuestión de percepción: se ven más de lo habitual.

En el caso de los ungulados, sobre todo jabalíes y corzos, es cierto que han ampliado sus zonas de campeo y distribución durante las últimas décadas (no solo durante la cuarentena). Entre otras cosas, antes tenían depredadores que los controlaban a nivel poblacional y eso ya no sucede, o sucede en pocos sitios. Esta mayor movilidad de ungulados silvestres debería preocuparnos sobre todo por el número de accidentes de tráfico que provocan, y que según nuestras bases de datos van en aumento año tras año.

Otro ejemplo sobre esta percepción, que nada tiene que ver con los datos reales, es el de los conejos silvestres a los que algunos agricultores achacan daños en los cultivos. Ahora mismo, la población ibérica de conejo silvestre se ha reducido tanto que ha recibido de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) la calificación de especie en peligro de extinción.

Esto no solo supone la pérdida de una especie original de la península ibérica de la que proceden todos los conejos domésticos, sino también que animales como el lince, que se alimenta básicamente de conejos, no acaben de asentarse en los territorios y de repuntar su población. El conejo silvestre es una especie clave (“keystone”) en los ecosistemas ibéricos. De ellos dependen docenas de depredadores.

Debemos trabajar con datos, no con percepciones.

Entonces, ¿no puede hablarse de reconquista del territorio o de invasión?

No. De lo que puede hablarse es de que cuando nos encerramos un tiempo en casa vemos que el campo está vivo y lleno de animales a los que nuestra presencia cohíbe y altera su comportamiento. Los animales nos tienen mucho miedo, por eso no es fácil verlos de cerca. Cuanta menos presión ejerce el ser humano sobre los animales menos miedo tienen, y se dejan ver más.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha confirmado el origen animal del coronavirus. ¿Hay que temer la presencia de fauna silvestre como transmisora de enfermedades?

Los animales en sí no suponen ninguna amenaza. La fauna silvestre tiene que estar a distancia, no hace falta tocarla, ni acercarse, para eso están los animales domésticos (a los que llamamos “mascotas”).

En el campo, las mayores transmisoras de enfermedades son las garrapatas, están en la hierba y pueden picar a cualquiera que vaya paseando. Estas son especies peligrosas para el ser humano, como los mosquitos, ya que vectorizan las enfermedades.

Otra especie que puede llegar a ser conflictiva en nuestro territorio son los topillos en momentos en los que hay mucha abundancia. Sobre todo en Tierra de Campos, cuando hay plaga es peligroso para quien está trabajando en el campo ya que aumenta el riesgo de infectarse por tularemia, bien por la inhalación del polvo contaminado en suspensión o por contaminación de las aguas de riego. Los topillos amplifican la cantidad de bacterias en el ambiente.

Nuestro grupo de investigación ha publicado artículos científicos y realizado varios proyectos técnicos en relación con la ecología y epidemiología de esta enfermedad zoonótica (tularemia) en España. Una forma evidente y fácil de proteger a los agricultores es el uso de guantes y mascarillas, igual que ahora con el COVID-19.

Estos son algunos de los riesgos reales del campo. Con el resto de animales, si no te acercas y los tocas (algo que está prohibido por ley), no hay en principio ningún problema.

¿Y en el contacto con animales domésticos? Por ejemplo, hay quien ha apuntado al riesgo de que el contacto de jabalíes y cerdos pueda provocar una epidemia de peste porcina.

Es probable, de hecho una de las principales barreras de salto de las enfermedades (spillover) es el contacto entre animales silvestres y domésticos.

En el caso del ganado porcino, la mayoría está en granjas y no deberían tener contacto con los jabalíes si las fincas están bien gestionadas. Los que están en dehesas es probable que entren en contacto con jabalíes y que potencialmente haya transmisión de peste porcina (España de momento sigue sin reportar casos de esta enfermedad vírica). Estos suidos silvestres también son portadores de bacterias que producen tuberculosis. De hecho, un virus del grupo de los que producen síndromes respiratorios agudos graves (SARS-like) saltó de la fauna silvestre a granjas porcinas chinas y hubo que sacrificar decenas de miles de cerdos.

¿Favorece en algo la presencia de fauna silvestre en un territorio?

En mucho, incluso en un mayor o menor riesgo a enfermedades infecciosas. La biodiversidad es uno de los principales puntales que tiene la especie humana ahora mismo para seguir teniendo buena calidad de vida.

El mayor riesgo que tenemos actualmente es la caída en los índices de biodiversidad. Según publicó la ONU el pasado año, la pérdida que se está produciendo de especies animales y vegetales solo es comparable a eventos como la extinción masiva de los dinosaurios durante el Cretácico. Por eso se denomina la sexta extinción, por el ritmo al que están despareciendo especies debido a la acción del ser humano sobre el medio.

Dentro de 40 años en África no quedarán leones, ni rinocerontes, ni leopardos o guepardos, y los que queden vivirán en reservas. Es desolador, pero tenemos un altísimo impacto ecológico.

Tener un territorio en el que tengan que coexistir especies silvestres y la especie humana no es fácil, aunque en algunos países se respeta y se intenta que funcione de la mejor forma posible.

España es una joya en biodiversidad. Tenemos osos, lobos, águilas imperiales, linces ibéricos,… Tenemos que tomarnos su conservación en serio, es un valor muy importante, insustituible, incluso para protegernos de enfermedades. Cuanta más compleja es la red trófica, en general parece que hay menos riesgo de que salten estas patologías al animal humano.

El Parque Nacional de Yellowstone en EE. UU. es un buen ejemplo de lo que significa un efecto de cascada trófica en un ecosistema. Tras años sin lobos, introdujeron algunas manadas. La presión que empezaron a ejercer sobre algunos ungulados, como bisontes y wapitíes, ha permitido el rebrote de especies vegetales y plantas prácticamente desaparecidas por la presión de herbívoros. Desde que están los lobos el paisaje es mucho más variado y rico.

¿Tenemos que establecer una nueva relación entre la especie humana y la fauna silvestre?

Yo creo que sí. Tenemos que aprender a vivir con la inmensa riqueza natural que tenemos la suerte de disfrutar. En nuestro país hay especies de fauna que, tras estar en una situación muy crítica al borde de la extinción, ahora están en aumento gracias a que el ser humano ha empezado a dejarles tranquilos. Sin embargo, seguimos teniendo a muchas especies al borde del precipicio de la desaparición.

De todas formas, en el mundo rural la presencia de esta fauna se ve de forma diferente. Por ejemplo, un lobo es un auténtico lujo patrimonial que no tienen muchos países de nuestro entorno y lo tenemos que ver así. Además de cumplir una función biológica esencial en los ecosistemas que permite mantener distintos niveles tróficos a largo plazo. Tenemos que educar para que se reconozca el valor de esta especie y a la vez sufragar rápidamente cualquier daño que puedan causar (que pueden ser llamativos y alarmantes a nivel mediático pero son muy pocos en realidad). Estas especies son insustituibles si desaparecen definitivamente.

Los perjuicios causados en las manadas de lobos al dispararles o provocar su desestructuración solo conducen a más daños. Si no pueden formar grupos numerosos para cazar un jabalí y se quedan fragmentados en pocos individuos, no tienen nada que hacer con las presas silvestres. Entonces se dedican a matar terneros o potros.

Si algo nos recuerda la COVID-19 es que este siglo tiene que ser el siglo de la Biología. No solo en lo relativo al nivel molecular y celular, sino en todas sus escalas de integración, desde el ADN hasta los ecosistemas. El avance en el conocimiento biológico ha sido espectacular durante las últimas décadas, pero solo prestamos atención a niveles de integración concretos y aislados.

El hombre actual es un animal social con una influencia muy potente sobre la naturaleza. Nuestro futuro pasa por entender y aplicar una ciencia tan integradora como es la Ecología. Pero esto ya lo escribió Charles J. Krebs hace más de tres décadas en The Message of Ecology y volvió a insistir en el mensaje hace apenas cuatro años con Why Ecology Matters. Mi consejo es tomar nota de lo que le dicen los científicos a la sociedad. No tenemos excusa para no hacerlo.


La versión original de esta entrevista fue publicada en la web del Gabinete de Comunicación de la Universidad de Valladolid.The Conversation


Juan José Luque-Larena, Associate Professor in Zoology, Universidad de Valladolid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.