La energía nuclear, sí o no: el miedo no tiene argumentos

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Pocas cosas evocan más miedo en el imaginario colectivo que la energía nuclear. Ya sea las graves desfiguraciones, que produjeron tanto el accidente nuclear de Chernóbil, o los hongos que se levantaron sobre Hiroshima y Nagasaki, esta semana hace 80 años las imágenes que vienen a la cabeza son aterradoras. Y eso es perfectamente normal, es el mecanismo que tiene nuestro cerebro de defenderse.
Normalmente cuando los miembros de esta redacción entramos a este debate, sobre el cual hay dos posiciones clarísimas y opuestas lo intentamos debatir con datos. Unos con los del miedo al y si vuelve a pasar un Chernóbil, otros con los que dicen que Chernóbil fue un error y que aún así sus muertes son insignificantes si lo comparamos a otras energías.
Saltamos entonces a otro problema, el almacenamiento, como podremos advertir al futuro de ese peligroso residuo que estamos enterrando en el fondo de los continentes. En lugares que permanecerán inalterados para siempre en términos humanos, los millones de años que permanecerán esos residuos es un periodo de tiempo enorme.
Más allá de eso, de ese cálculo de riesgos, ¿hay más debate? Es difícil argumentar que sí, bordando el límite ético de criticar de forma destructiva las necesarias energías verdes, entendiéndose estas como las energías libres de emisiones de carbono en la fase de producción y descontando la nuclear, se puede estirar el chicle de la discusión. Aunque no mucho, pero se puede, como pro nucleares tirar la pelota hacia adelante y sacar a relucir la fusión nuclear.
El santo grial de la producción de energía limpia.
Popularmente aclamado como un sol en la Tierra, es literalmente eso. Encerrar la furia de gas tan caliente que las normas a las que se atienen los gases convencionales dejan de aplicárseles para ser tratados como plasma.
Técnicamente, es energía nuclear porque se trabaja con los núcleos atómicos de elementos para lograrla, pero el proceso no podría ser más diferente que en los actuales reactores de fisión nuclear. Mientras que en la actualidad, en un reactor se tiene una reacción que se autoalimenta y que mantenemos controlada con sistemas externos, en la fusión el proceso se para el solo si hay problemas.
Infinitamente más compleja y cara que la tradicional fisión nuclear, no es que sea inalcanzable, las famosas bombas H, por hidrógeno, ya emplean este mecanismo. Su poder de destrucción es ampliamente superior a sus contrapartes de fisión, igual que su capacidad de producir energía es ampliamente superior. Pero encerrar la furia de las estrellas se ha probado un trabajo arduo y que al menos de momento, sobrepasa nuestras capacidades. Somos capaces de provocar esa reacción atómica de fusionar átomos, pero no encerrarla. El proyecto del ITER estará listo en no menos de una década, la planta prototipo de una central productora de electricidad está marcada para funcionar a partir de 2051, más de 25 años en el futuro.
Así pues, ¿qué es peor? Una contaminación que desaparece en el tiempo a la par que reduce su toxicidad aunque invisible a simple vista, la polución ambiental que tan dramáticos efectos está causando en el clima ya hoy, o una polución química que tampoco se ve, pero si se siente cuando los ríos y los bosques se quedan en un antinatural silencio.
Enterrar los problemas no es la solución, ni para los molinos de viento ni para los residuos nucleares, pero hasta que seamos capaces de hacerlo mejor, cabe decir que lo hacemos bastante bien o al menos lo intentamos.
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