Agua en la Luna gracias al Sol: la NASA hace un increíble descubrimiento gracias a un experimento revolucionario

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Desde hace décadas, los científicos han planteado teorías sobre cómo ciertos procesos naturales podrían estar transformando la superficie de la Luna de maneras que aún no comprendemos del todo. Gracias a tecnologías cada vez más avanzadas y experimentos cuidadosamente diseñados, hoy es posible explorar con mayor precisión estos misterios que, poco a poco, nos acercan a entender mejor el entorno lunar y sus sorprendentes posibilidades.
Un equipo de científicos liderado por la NASA ha confirmado una teoría planteada desde la década de 1960: el viento solar podría ser una fuente clave en la formación de agua en la superficie lunar. Gracias a un experimento de laboratorio innovador y altamente realista, los investigadores han demostrado que la interacción entre las partículas solares y el regolito lunar podría ser suficiente para generar moléculas de agua o sus componentes.
Este descubrimiento, publicado en la revista Journal of Geophysical Research: Planets, tiene importantes implicaciones para las futuras misiones Artemis de la NASA, que planean establecer presencia humana sostenida en la región del Polo Sur lunar, donde se cree que existe agua congelada en zonas en sombra permanente.
El viento solar es una corriente continua de partículas cargadas que emite el Sol, compuesta principalmente por protones (los núcleos de los átomos de hidrógeno) que viajan a más de 1.6 millones de kilómetros por hora. En la Tierra, nuestra atmósfera y campo magnético actúan como escudos naturales que desvían estas partículas. Pero en la Luna, que carece de esta protección, el viento solar impacta directamente sobre su superficie.
Cuando estos protones solares chocan con el regolito lunar (una capa de polvo y rocas fina), se combinan con electrones libres para formar átomos de hidrógeno. Estos, a su vez, pueden migrar y reaccionar con oxígeno presente en minerales como la sílice, dando lugar a moléculas de hidroxilo (OH) o incluso moléculas completas de agua (H₂O).
De hecho, investigaciones previas ya habían detectado la presencia de estas moléculas en la capa superficial de la Luna, apenas a unos pocos milímetros de profundidad. Lo fascinante es que estas moléculas dejan un “rastro” observable: un patrón específico en la forma en que la luz interactúa con el polvo lunar, perceptible en el espectro infrarrojo.
Para probar esta teoría con mayor precisión, la investigadora Li Hsia Yeo y su colega Jason McLain diseñaron un experimento altamente controlado. Utilizaron una cámara de vacío personalizada que simula el entorno lunar y evita la contaminación con agua terrestre, un problema frecuente en estudios anteriores.
El experimento empleó polvo lunar recolectado durante la misión Apollo 17 en 1972. Antes de iniciar la prueba, los científicos calentaron las muestras para eliminar cualquier rastro de humedad. Luego, bombardearon el polvo con un haz de partículas que simula el viento solar, utilizando un acelerador de partículas durante varios días. Este bombardeo equivalía a 80 000 años de exposición solar en la Luna.
El equipo usó un espectrómetro para analizar cómo el polvo reflejaba la luz antes y después de la irradiación. Observaron una caída en la señal en el espectro infrarrojo, precisamente en la región donde el agua absorbe la energía, lo que sugiere la formación de nuevas moléculas tras el experimento.
Aunque aún no pueden asegurar con certeza que se haya generado agua en forma líquida, el análisis espectral indica que tanto hidroxilo como moléculas de agua se formaron en las muestras. Esto fortalece la idea de que el viento solar interactúa con la superficie lunar contribuyendo activamente a la creación de agua.
Uno de los aspectos más reveladores del estudio es que los datos de misiones espaciales previas ya habían mostrado un patrón de variación diaria en la cantidad de “agua” detectada en la superficie lunar. Esta señal es más fuerte en las frías mañanas lunares y disminuye con el calor del día, lo que sugiere que las moléculas se movilizan o escapan al espacio. Pero al caer la noche, la señal reaparece, lo que implica que hay una fuente activa que repone el agua a diario (probablemente el propio viento solar).
Este fenómeno confirma que el agua puede formarse continuamente y abre nuevas posibilidades para su extracción y uso en futuras misiones. En lugar de depender exclusivamente de reservas congeladas, los astronautas podrían aprovechar procesos naturales para obtener agua in situ, reduciendo la necesidad de transportar recursos desde la Tierra.
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