Así nos está robando la vida el cambio climático
Cristina Linares Gil, Instituto de Salud Carlos III y Julio Díaz, Instituto de Salud Carlos IIIQue cambio climático y salud están relacionados es algo que nadie cuestiona tras el infernal verano que acabamos de vivir en Europa. El de 2022 ha sido el más caluroso desde que hay registros, con temperaturas medias de 1,34 ºC por encima del periodo de referencia 1991-2020 según el Servicio de Cambio Climático de Copérnicus. Ha hecho un “calor de morir”, literalmente.
Y es que, aunque aún no hay datos a nivel europeo, en España ya tenemos constancia de que los 42 días de ola de calor contabilizados este verano han producido un exceso de mortalidad. Según el sistema de monitoreo de la mortalidad (MoMo) del Instituto de Salud Carlos III, 4 655 de 20 291 muertes de junio a septiembre son atribuibles a la temperatura. Eso supone casi 4 veces más que las que se producen en un verano normal en España.
Sin embargo, la diferencia entre estas dos cifras también saca a relucir que no toda la mortalidad que se produce en una ola de calor se debe a la temperatura. Los efectos en salud del cambio climático van más allá de los atribuibles al exceso de calor.
La falta de agua y los incendios nos hacen enfermar
Las altas temperaturas de este verano han contribuido a que padezcamos una sequía en España como no se recordaba desde 1995. Lo hemos notado en que nuestros pantanos han pasado a contar con un volumen embalsado de tan solo el 39,2% de su capacidad total. Lo que es menos conocido es que estas sequías, además de sus evidentes impactos en el sistema agrícola y ganadero, también tienen una consecuencia directa y a corto plazo en la salud.
Las sequías aumentan la morbimortalidad a corto plazo por causas circulatorias, respiratorias, renales e incluso enfermedades mentales, aumentando también las enfermedades transmitidas por la falta de agua y su menor calidad.
No acaba ahí la cosa. La combinación de altas temperaturas y sequía ha contribuido de forma relevante a los incendios forestales desbocados que hemos sufrido durante este verano, con 254 000 hectáreas de territorio arrasadas. Es el peor dato del decenio con casi 5 veces más superficie del récord de 2012. Pues bien, al igual que ocurría con la sequía, los incendios forestales también tienen un efecto en la salud a corto plazo hasta ahora no monitorizado adecuadamente por la vigilancia en salud pública.
Investigaciones realizadas en nuestro país indican que los incendios forestales inciden en la mortalidad por causas cardiovasculares y respiratorias, en los partos prematuros y en el bajo peso al nacer en lugares alejados hasta cientos de kilómetros del foco del incendio.
Todos estos eventos extremos se originan y retroalimentan por la existencia de unas determinadas situaciones meteorológicas, dos en el caso de España. Por un lado, el bloqueo anticiclónico, que implica ausencia de viento y alta insolación. Por otro, la entrada de aire muy seco cargado de polvo del Sáhara.
Esta combinación fomenta que se alcancen altos niveles de contaminación atmosférica, en especial partículas materiales de diámetro inferior a 10 micras (PM10) y ozono troposférico. Nada baladí teniendo en cuenta que la contaminación atmosférica se ha relacionado a corto plazo con 10 000 muertes/año solo en España.
Más enfermedades transmitidas por mosquitos y garrapatas
No solo tenemos problemas en verano. Durante todo el año, el cambio climático modifica las condiciones ambientales de humedad y temperatura. Y esto hace que se redistribuyan e incrementen enfermedades transmitidas por mosquitos como dengue, chikunguya, zika o virus del Nilo. Pero también enfermedades vinculadas a las garrapatas como la enfermedad de Lyme y el virus hemorrágico Crimea-Congo.
Los cambios a nivel climático están modificando asimismo los procesos de polinización, alterando sus estacionalidades y concentraciones, con el consiguiente impacto sobre los procesos alérgicos. Las enfermedades alérgicas son especialmente sensibles al clima: condiciones más cálidas favorecen la producción y liberación de alérgenos transportados por el aire (pólenes, esporas, etc.) que tienen efecto sobre las enfermedades respiratorias alérgicas y que, en algunos casos, pueden provocar asma, dolencia que ya afecta a unos 300 millones de personas a nivel mundial.
Por si esto fuera poco, a nivel global el número de desastres naturales relacionados con la meteorología se ha más que triplicado desde los años sesenta. Cada año, estos fenómenos causan más de 60 000 muertes, sobre todo en los países en desarrollo. El aumento del nivel del mar y unos eventos meteorológicos cada vez más intensos y frecuentes destruyen hogares, servicios médicos y otros servicios esenciales.
A esto se le suma que más de la mitad de la población mundial vive a menos de 60 kilómetros del mar y, en España, la población residente en municipios costeros supera los 18 millones de personas. Eso supone que muchos individuos pueden verse obligados a desplazarse, acentuando a su vez el riesgo de efectos en salud, desde trastornos mentales hasta enfermedades transmisibles.
También están aumentando la frecuencia y la intensidad de las inundaciones, y se prevé que crezcan aún más la frecuencia y la intensidad de precipitaciones extremas a lo largo de este siglo. La creciente variabilidad de las precipitaciones afectará probablemente al suministro de agua dulce, y la escasez de esta puede poner en peligro la higiene y aumentar el riesgo de enfermedades diarreicas, que cada año provocan a nivel mundial aproximadamente 760 000 defunciones de menores de cinco años). En los casos extremos, la escasez de agua causa sequías y hambrunas. En 2020, hasta un 19 % de la superficie terrestre mundial se vio afectada por sequías extremas.
Migraciones climáticas para sobrevivir
La sinergia entre todos estos factores, especialmente en los países o zonas geográficas más desfavorecidas, está provocando la aparición de los migrantes climáticos, más de 2 millones en la actualidad, de los que cerca de 900 000 son desplazados dentro de sus propios países. Se estima que en el año 2050 habrá cerca de 200 millones de desplazados a nivel global.
Está claro que ante este panorama las actuaciones no deben dirigirse únicamente hacia la mitigación de emisiones. Es necesario un esfuerzo mayor en adaptación para minimizar la vulnerabilidad de las personas a los problemas en salud derivados del cambio climático.
La situación pide a gritos contar con sistemas de alerta temprana y vigilancia epidemiológica centrados en salud ambiental. En especial aquellos que permitan gestionar los riesgos asociados al cambio climático.
Mitigación, adaptación y gestión del riesgo son las herramientas de salud pública que tenemos para afrontar el mayor reto ambiental y social al que nos enfrentamos en la actualidad.
Cristina Linares Gil, Codirectora Unidad de Referencia en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano, Instituto de Salud Carlos III y Julio Díaz, Codirector de la Unidad de Referencia de Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano. Profesor de Investigación. ISCIII, Instituto de Salud Carlos III
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.