Para determinar la peligrosidad volcánica de un territorio es necesario tener en cuenta varios factores. El primero de ellos es la probabilidad de que se produzca una erupción en un determinado tiempo. Por otro lado, es importante el tipo de erupción, es decir, si es explosiva, vulcaniana o de otro tipo. También se valora la posibilidad de que haya efectos derivados, como deslizamiento de laderas, tsunamis o lahares. Por último, se evalúa la topografía del terreno por donde deslizarán las coladas de lava.
Una vez que se ha valorado la peligrosidad de un área concreta, se puede determinar si es conveniente que haya población viviendo donde la peligrosidad es más elevada. Recordemos que el peligro no se puede reducir, pues este es inherente al fenómeno. Pero el riesgo se puede mitigar disminuyendo la vulnerabilidad y la exposición.
Para disminuir el riesgo, por ejemplo, en el caso de los terremotos, se debe hacer un diseño sismorresistente acorde con el nivel de peligro en la zona en cuestión, lo que supone reducir la vulnerabilidad. Es decir, se deben diseñar las edificaciones para que resistan a los movimientos esperados durante su vida útil.
Como el riesgo es el producto del peligro por la exposición y por la vulnerabilidad, al reducir esta, estamos mitigando el riesgo. Por otro lado, también se puede reducir la exposición en las zonas de alto peligro, evitando construir o ubicar una población en esas zonas.
En el caso de los volcanes sucede algo similar: en las zonas de alto peligro volcánico debemos reducir la exposición. El problema es que hay muchas poblaciones asentadas en faldas de volcanes en todo el mundo, entre otras cosas, porque las tierras volcánicas son muy fértiles.
Lo parte positiva de la erupción volcánica es que casi siempre avisa. Es decir, en La Palma, por ejemplo, se había previsto con unos días de antelación. Eso ha permitido evacuar a la población y evitar pérdidas de vidas humanas. Sin embargo, no se ha podido evitar que la lava que ha emanado haya arrasado todo lo que ha encontrado a su paso.
Para reducir el impacto de erupciones, se pueden hacer modelos de simulación para saber por dónde fluirán las coladas de lava. Ello requiere reconocer el tipo de volcán, la composición del magma que emanará en forma de lava, la topografía del área por donde se deslizarán las coladas y otros factores climatológicos. No obstante, en las zonas de mayor peligro sería conveniente reducir la exposición.
En el caso del volcán de La Palma, dado que ya había población instalada en el área, se ha realizado una monitorización continua del volcán, haciendo el seguimiento de varios indicadores, esencialmente la actividad sísmica, la deformación de la corteza y la emanación de gases, como helio-3 y CO₂. Cuando se disparan estas emisiones, se debe comenzar a evacuar.
Cuando confluyen todos estos factores se percibe el peligro inminente de erupción. Esto es lo que ha pasado con el volcán de La Palma. Allí se ha actuado adecuadamente porque había un comité científico bien coordinado con especialistas de las diferentes materias relacionadas con los indicadores.
Teniendo en cuenta lo anterior, cabe preguntarse si no sería conveniente evitar los asentamientos en zonas como las ahora expuestas en la isla de La Palma. Para responder a esta cuestión, conviene tener en cuenta varios factores.
El primero es que los volcanes de las islas Canarias son fundamentalmente fisurales, por lo que hay una incertidumbre sobre el lugar exacto por donde puede emanar la lava. La chimenea volcánica no es vertical, asociada a un cono volcánico definido, sino que es lineal y la lava transcurre de forma horizontal. Esto hace que escape hacia el exterior rompiendo por cualquier parte.
Cuando el volcán tiene un cráter definido, sabemos por dónde va a emanar la lava, lo que permite conocer mejor el peligro y reducir la exposición en las zonas donde este es mayor. Pero en la isla de La Palma, dado que el vulcanismo es fisural, no es fácil determinar cuáles son las zonas donde convendría evitar asentamientos de población.
A pesar de los daños que está causando el volcán en el archipiélago canario, hay que tener en cuenta que las erupciones no son sucesos frecuentes. Desde el siglo XV han ocurrido 18 erupciones en todo el archipiélago, 8 de ellas en la isla de La Palma, que es la que presenta mayor actividad.
En este contexto, desplazar a la población de un lugar a otro no tiene mucho sentido. La única alternativa es hacer el seguimiento continuo de la actividad, como se ha hecho hasta ahora, para poder hacer una predicción a corto plazo y dar una orden de evacuación en el momento preciso.
Así se ha logrado el objetivo fundamental: la salvaguarda de vidas humanas. Es cierto que se han perdido viviendas, pero estas podrán ser reconstruidas de nuevo. Sin embargo, las pérdidas humanas no habrían sido reparables.
Por último, recordemos que una vez ocurrida la erupción, disminuye considerablemente la probabilidad de que haya otra a corto plazo. Seguramente, en La Palma no vuelva a darse otro evento similar hasta dentro de decenas de años.
María Belén Benito Oterino, Catedrática en el área de Mecánica de los Medios Continuos y Teoría de Estructuras de la ETSI Topografía, Geodesia y Cartografía, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Esta entrada fue modificada por última vez en 22/09/2021 14:48
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