Uno de los argumentos más manidos para negar la llegada del hombre a la Luna es la existencia de los cinturones de Van Allen. Estas zonas de concentración de partículas radioactivas pueden llegar a ser mortales. Pero existen dos formas de sobrevivir, bien esquivando las zonas más peligrosas o bien escudando a los astronautas contra ellas.
Artemisa 1, superando los anillos de Van Allen
Hoy, casi dos años después de la misión Artemisa 1 la NASA, ESA y el DLR alemán publican los resultados de cuanta radiación habría absorbido un astronauta en la misión de demostración. Durante el vuelo de 25 días que llevó por primera vez a la nave Orion a las inmediaciones de la Luna la cápsula portaba varios medidores de radiación. Algunos de ellos estaban colocados en maniquís situados en los asientos destinados a los astronautas, imitando al máximo la realidad del vuelo. Otros estaban situados en zonas de mayor y menor blindaje para comprobar su efecto.
Esto se ha probado valioso al comprobar que las zonas con más blindaje recibían una dosis cuatro veces menor validando así el diseño del escudo. Aún se está comprobando el efecto que tuvo un traje de protección que uno de los maniquís tenía equipado en comparación al que no disponía de él.
Resultados concluyentes y satisfactorios
A la espera de poder leer el paper en que las tres agencias espaciales detallan sus hallazgos, los resultados son buenos. En las zonas con más escudo la dosis no superó los 150 mili sieverts. Por poner en contexto, esta dosis es inferior a la que recibe un piloto de aviación comercial a lo largo de un año. Lo cual demuestra que el viaje sigue siendo seguro 50 años después de las misiones Apolo. Aunque el desarrollo y mejora de las trayectorias y escudos reducirá esta cifra en el futuro. Por ejemplo, al rotar la nave 90º durante el tránsito por los cinturones de Van Allen se redujo un 50% la dosis de radiación recibida dentro del habitáculo.