Este hallazgo es fruto de las investigaciones realizadas con la nave espacial Mars Express, que lleva orbitando el planeta rojo desde el 25 de diciembre de 2003.
Uno de los instrumentos que se hallan a bordo de la Mars Express es MARSIS (cuyas siglas en inglés corresponden a «Radar Avanzado para Sondear la Subsuperficie y la Ionosfera de Marte»). Este aparato permite a los investigadores emplear la tecnología de radar para estudiar todo aquello que subyace a la superficie del planeta.
Mediante observaciones realizadas a lo largo de cuatro años, un equipo de investigadores italianos ha hallado pruebas de la presencia de un gran lago de agua salada, situado a 1,5 kilómetros bajo el casquete polar del sur de Marte. Dicho lago mide, al menos, 20 kilómetros de ancho y parece ser un elemento permanente.
El enorme interés suscitado por este descubrimiento se debe a que en la Tierra, allí donde se encuentra agua líquida, hay vida. La NASA lleva mucho tiempo aplicando la directriz de « seguir el agua » en su programa de investigación astrobiológica, para así intentar responder a la eterna pregunta: ¿Estamos solos?
A lo largo de las dos últimas décadas hemos visto viajar a Marte una misión tras otra. Algunas de ellas, como la Mars Express, son naves orbitales. Otras misiones, como las de los increíbles Spirit y Opportunity, son exploratorias. Todas estas misiones tienen en común que tratan de averiguar si en algún momento Marte albergó las condiciones adecuadas para la existencia de vida y para que esta pudiera prosperar.
Gracias a estas misiones, hemos encontrado abundantes pruebas de que Marte fue en su momento un planeta cálido y húmedo. También tenemos pruebas de que todavía es posible hallar agua líquida en la superficie de Marte.
Pero hasta hoy, todas las pruebas de la existencia de agua apuntaban a casos puntuales y efímeros, como las gotitas condensadas sobre el módulo de aterrizaje Mars Phoenix o las breves emanaciones de agua salada en los valles marcianos.
Comparados con este reciente descubrimiento, esos primeros hallazgos son como gotas en el océano.
Como hemos dicho, las últimas observaciones revelan algo extraordinario: la existencia de un lago salado situado muy por debajo del hielo y que parece ser un elemento permanente, más que un fenómeno transitorio.
La comparación que automáticamente viene a la mente es la miríada de lagos que hay bajo el hielo de la Antártida. Hasta el momento, son más de cuatrocientos los lagos descubiertos bajo la superficie del continente helado.
Quizás el más famoso de esos lagos enterrados y ocultos sea el lago Vostok, uno de los mayores del mundo. Pero me gustaría dirigir el foco de atención hacia otro denominado «lago Whillans».
El lago Whillans se encuentra a unos ochocientos metros bajo el hielo del oeste de la Antártida. En 2013, un equipo de investigadores logró perforar el interior del lago y recoger muestras. ¿Y qué fue lo que descubrieron? Que estaba repleto de vida microbiana.
En otras palabras, los mejores análogos terrestres del lago marciano recién descubierto no solo son habitables, sino que están habitados: donde hay agua, hay vida.
El hallazgo de este nuevo lago enterrado bajo el polo sur de Marte constituye otro emocionante paso en nuestro viaje de descubrimiento del planeta rojo. ¿Podría haber vida allí, debajo del hielo?
La respuesta corta es que aún no lo sabemos; pero parece el lugar idóneo para buscar. Lo que sí sabemos es que:
Marte fue un planeta cálido y húmedo, posiblemente con océanos, lagos y ríos.
En la Tierra, donde se encuentra agua se encuentra vida.
La transición desde el Marte cálido y húmedo de otro tiempo al frío y árido Marte que de hoy en día se produjo a lo largo de millones de años.
La vida se adapta a entornos cambiantes, siempre y cuando dichos cambios no sean demasiado rápidos o drásticos.
Así pues, ¿qué obtenemos al juntar todo esto? Bueno, aquí es donde el asunto pasa al terreno de la especulación.
Pero imaginemos que en un pasado muy lejano Marte hubiese albergado vida. Podría ser que la vida se hubiera originado allí, o que, tal vez, procediese de la Tierra, de sde donde habría llegado «haciendo autostop» sobre un meteorito.
Una vez que la vida se ha establecido, resulta extraordinariamente difícil librarse de ella. En el transcurso de millones de años, Marte se enfrió y su agua quedó congelada de manera permanente. Su atmósfera se volvió menos densa y finalmente se convirtió en el planeta rojo que vemos actualmente.
Pero tal vez, solo tal vez, aquella vida podría haber seguido al agua, es decir, haberse trasladado bajo el suelo, donde podría haber encontrado su sitio en un oscuro lago salado enterrado bajo el hielo del casquete polar del sur de Marte.
Todo esto es especulación, pero muestra la clase de procesos mentales que durante la últimas dos décadas ha conducido nuestra continua exploración de Marte.
Ahora que ya sabemos con seguridad que existe una reserva de agua líquida justo debajo de la superficie del planeta, los astrónomos de todo el mundo estarán pensando en los modos de llegar a esa agua para ver qué hay en ella.
Esto es más fácil de decir que de hacer: aterrizar sobre Marte resulta, en el mejor de los casos, complicado. La mayoría de las misiones llevadas a cabo hasta la fecha lo han hecho aproximadamente a unos 30° de latitud del ecuador del planeta. Las dos únicas excepciones han sido los módulos de aterrizaje Viking 2 y Phoenix, que aterrizaron en las tierras bajas situadas al norte de Marte.
Además, aterrizar en el hemisferio sur del planeta es aún más difícil. En el norte se hallan las tierras bajas, y allí la atmósfera es notablemente más densa y la superficie más lisa (porque corresponde, posiblemente, al fondo de un antiguo océano).
En cambio, en el sur hay menos atmósfera para amortiguar o frenar el descenso y una superficie más escabrosa que dificulta el aterrizaje.
Sin embargo, aunque complicado, no es imposible. Y ahora tenemos una enorme motivación para intentarlo.
No me sorprendería que dentro de una década veamos misiones diseñadas para visitar el polo sur de Marte, perforar este gran lago y ver qué esconde su interior.
Jonti Horner, Professor (Astrophysics), University of Southern Queensland
Esta entrada fue modificada por última vez en 29/04/2021 14:20
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