En la Tierra, especialmente en regiones cercanas a los polos, se evidencian fuertes cambios en el clima a lo largo de año. Un proceso semejante, aunque en mayor escala espacial y temporal, ocurre en el Sol. En un ciclo periódico de aproximadamente once años, la estrella muestra cambios drásticos en su actividad y la presencia de ciertos elementos en su superficie y atmósfera. Resalta entre estos la presencia de dos agujeros considerablemente más grande que la Tierra, donde uno de ellos apunta directamente hacia el planeta.
El Sol es un cuerpo compuesto en su gran mayoría por hidrógeno, el cual, debido a su propio peso, llega a compactarse en su interior hasta alcanzar temperaturas del orden de millones de grados y dar paso a la fusión nuclear. Esta misma es la responsable de contrarrestar la gravedad por medio de presión de radiación, manteniendo un equilibrio que le permite a la estrella estabilizarse en una esfera.
A su vez, las reacciones nucleares que tienen lugar en el interior son una fuente de calor constante que lleva a los gases a un estado de plasma. Bajo estas consideraciones, el hidrógeno es ionizado y se rige bajo las leyes de la magnetohidrodinámica, una serie de formulaciones matemáticas que busca estudiar el movimiento de fluidos bajo campos magnéticos.
El plasma, debido a corrientes y campos magnéticos, se puede organizar en estructuras como las famosas manchas solares, extensos filamentos o incluso llegar a las llamaradas y eyecciones de masa coronal, donde material puede ser disparado a gran velocidad. En algunos escenarios puede impactar contra la Tierra y afectar las redes eléctricas y de comunicaciones.
La corona solar es la región más externa de la llamada atmósfera solar, es extrañamente caliente, pero de muy baja densidad. Es famosa por su aparición durante los eclipses solares totales, donde el oscurecimiento por parte de la Luna permite apreciarla en todo su esplendor.
El plasma en su movimiento, al ser material cargado eléctricamente, es capaz de generar corrientes que a su vez inducen campos magnéticos. Estos se distribuyen en arcos cerrados que se extienden hasta el espacio. Bajo ciertas condiciones, pueden abrirse y dejar un camino de menor resistencia para el viento solar.
Los agujeros coronales, tanto su cantidad como tamaño, dependen fuertemente del avance del correspondiente ciclo solar. Durante el máximo estos son más frecuentes y activos. En general, se muestran como regiones de menor densidad y temperatura que en los alrededores.
Es importante no confundirlos con las manchas solares, dado que, si bien aparentan ser similares, hay grandes diferencias en los procesos de formación y las implicaciones de cada uno.
Observatorios espaciales como SDO o SOHO de la NASA, en su continua observación de la estrella, muestran en ciertas longitudes de onda extensas regiones oscuras. Esto se debe a un cambio considerable en el brillo emitido por la diferencia de temperatura. En este momento, en lado visible del Sol, destacan dos grandes agujeros coronales y uno de ellos apunta directamente a la Tierra, aunque por el momento no es una amenaza por no estar conectado magnéticamente al planeta.
Esta entrada fue modificada por última vez en 23/04/2024 20:57
Jefe de sección Cosmos. Especialista del programa lunar Apollo, mecánica celeste e impresión 3D. Universidad Nacional de Colombia.