¿Pero dónde diablos están todos?

This image from the NASA/ESA Hubble Space Telescope shows a sparkling jewel box full of stars captured the heart of our Milky Way. Aging red giant stars coexist with their more plentiful younger cousins, the smaller, white, Sun-like stars, in this crowded region of our galaxy’s ancient central hub, or bulge. Most of the bright blue stars in the image are probably recently formed stars located in the foreground, in the galaxy's disc. Astronomers studied 10 000 of these Sun-like stars in archival Hubble images over a nine-year period to unearth clues to our galaxy’s evolution. The study reveals that the Milky Way’s bulge is a dynamic environment of variously aged stars zipping around at different speeds, like travelers bustling about a busy airport. The researchers found that the motions of bulge stars are different, depending on a star’s chemical composition. Stars richer in elements heavier than hydrogen and helium have less disordered motions, but are orbiting around the galactic centre faster than older stars that are deficient in heavier elements. The image is a composite of exposures taken in near-infrared and visible light with Hubble’s Wide Field Camera 3. The observations are part of two Hubble surveys: the Galactic Bulge Treasury Program and the Sagittarius Window Eclipsing Extrasolar Planet Search. The centre of our galaxy is about 26 000 light-years away. Links: NASA Press Release View of the Heart of our Milky Way from Earth

Un día de verano de 1950, mientras se dirigían a almorzar, los físicos Enrico Fermi, Edward Teller, Herbert York y Emil Konopinsky charlaron, entre otras cosas, acerca de las especulaciones sobre supuestos avistamientos de OVNIs. Hacía ya rato que habían cambiado de tema cuando, mientras almorzaban, Fermi, sin explicación previa dijo “¿Pero dónde diablos están todos?” Ninguno de los comensales necesitó preguntar a qué se refería; enseguida se dieron cuenta de que seguía pensando en la posible existencia de vida extraterrestre inteligente.

Lo que expresaba la exclamación del físico ítalo-americano era la extrañeza por no haber recibido aún la visita de seres de otros mundos. Fermi pensaba que había una probabilidad relativamente alta de que hubiesen florecido otras civilizaciones en la Vía Láctea y le parecía, por tanto, extraño que no hubiese pruebas de su existencia. Aunque él no fue el primero en formular esa impresión contradictoria, es conocida en la actualidad como la paradoja de Fermi.

En 1961, el astrofísico Frank Drake diseñó una ecuación que permitiría estimar el número de civilizaciones de nuestra galaxia con las que podríamos llegar a comunicarnos; el principal motivo de este ejercicio, no obstante, era promover el debate sobre la búsqueda de vida inteligente. En 1975 el también astrofísico Michael Hart elaboró en detalle el argumento de Fermi en un artículo científico. Y la astrofísica Sara Seager (1971) propuso en 2013 una versión paralela a la ecuación de Drake para estimar, en su caso, el número de planetas potencialmente habitables en nuestra galaxia*.

Por un lado, sabemos que en la Vía Láctea hay miles de millones de estrellas similares al Sol y, además, muchas de ellas se formaron millones de años antes. Por otro lado, es muy probable que una parte de esas estrellas tengan planetas similares al nuestro, por lo que no sería extraño que se haya desarrollado vida inteligente en ellos. Llegados a ese punto, no sería improbable que esos seres inteligentes realizasen viajes interestelares, de manera que nuestro planeta debería haber sido visitado ya por seres de otros mundos o, al menos, por sondas enviadas por ellos. Y sin embargo, no hay pruebas de que haya ocurrido nada de eso. De ahí la pregunta de Fermi: “¿Pero dónde diablos están todos?”

Como es lógico, se han ofrecido diferentes argumentos que podrían explicar la paradoja. Se ha propuesto que ciertas transiciones -de materia inerte a viva, de células simples a complejas, o de seres individuales a sociales, por ejemplo- han necesitado mucho tiempo en otros mundos o, incluso, quizás no se han llegado a producir. Según la hipótesis de la Tierra Extraña, quizás las condiciones de nuestro planeta son excepcionales y hay muy pocos de similares características. Por otro lado, la vida inteligente tiene una historia muy breve en la Tierra, por lo que no sabemos hasta qué punto podría tratarse de un hecho realmente excepcional o único, y esta razón se puede extrapolar a la posesión de tecnología, mucho más limitada aún. Una propuesta de carácter apocalíptico sugiere que, a la vista de la hipotética propensión de los seres humanos a matarse unos a otros, la vida inteligente tienda quizás a destruirse a sí misma. O quizás tiende a aniquilar a otras formas de vida inteligente, haciendo esta mucho más efímera. Otros suponen que la capacidad de una civilización para expandirse por la galaxia está limitada por el agotamiento de los recursos necesarios. O puede, sencillamente, que no estemos buscando de la forma apropiada.

Sea como fuere, cada vez contamos con mejor tecnología para explorar el espacio y hay programas específicos para tratar de encontrar vida ahí fuera. Me daría verdadero vértigo si la encontrásemos. Pero me daría más vértigo aún si supiésemos que no la hay, que nos encontramos absolutamente solos en el Universo.

*Nota: He añadido la referencia a la versión de Sara Seager tras la publicación original de la anotación tras una observación en twitter de Marta Macho al respecto.


Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU

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