La tormenta Gloria deja una nueva isla y nos recuerda el delicado equilibrio del delta del Ebro
Daniel Garcia-Castellanos, Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera (ICTJA - CSIC)Llevamos dos meses luchando contra las olas para reconstruir la barra del Trabucador, hemos invertido todas nuestras excavadoras y 400 000 euros. Ninguna institución nos ayuda.
Salvador Cavaller habla de Infosa, una salina que lleva décadas produciendo sal en el delta del Ebro (Tarragona). Técnicamente, su empresa ha dejado de estar en la península ibérica para formar parte de una nueva isla, la decimocuarta mayor de España. Su tamaño, cercano a los 30 km², es similar al de La Graciosa canaria.
Los efectos de Gloria
El 21 de enero de 2020, el viento y las bajas presiones asociados a la borrasca Gloria hicieron subir las aguas del Mediterráneo alrededor de un metro. Las olas de hasta 8 metros arrasaron la barra del Trabucador, una estrecha y frágil playa de 6 km de longitud y 120 metros de anchura que unía la punta sur del delta (la punta de la Banya) con el continente.
Gloria ha puesto de manifiesto una vez más la fragilidad de los deltas. La retención del sedimento en los embalses está poniendo en peligro muchos de estos importantes ecosistemas en el mundo. El sedimento que cada tormenta se lleva del delta ya no es repuesto por el río en los años siguientes.
“Mi familia tiene una propiedad en la desembocadura del delta y de niño nos solíamos acercar a ver el faro de Buda”, cuenta Salvador.
Hoy ese faro está casi 3 km mar adentro. Fue construido en tierra en 1864. Cada año el mar le gana unos metros al delta y hoy apenas se le distingue en el horizonte.
El delta del Ebro, un producto humano
Para salvar el delta, hoy barajamos al fin la eliminación de presas poco necesarias y el dragado de otras para restaurar el tránsito natural del sedimento y la fauna, siguiendo la estela de EE UU.
Sin embargo, tanto el del Ebro como muchos otros deltas son en realidad paisajes tan antropogénicos como las presas que los amenazan.
En el caso del delta del Ebro, existen datos muy completos sobre su origen y la evolución. Las primeras descripciones legadas en el periodo romano hablan de un delta de tamaño insignificante. La datación del suelo indica que su formación comenzó hace unos cuatro mil años y el principal sospechoso es el ser humano. Concretamente, los habitantes de Iberia que en ese periodo cambiaron su vida cazadora y recolectora por la agricultura, talando grandes extensiones de bosque y dejando el suelo desprotegido. La erosión avanzó entonces entre diez y mil veces más rápidamente, según los lugares.
Antes de la agricultura, el sedimento provenía (en mucha menor cantidad) de los Pirineos, de la cordillera ibérica y de la erosión de la cuenca del Ebro, responsable de parajes tan característicos como las Bardenas Reales (Navarra). La vegetación autóctona protegía el suelo de la erosión y por eso el aporte de sedimento al delta era mucho menor.
Además, muchos de los ríos de la península ibérica, también el Ebro, desembocaban en estuarios en lugar de deltas porque el nivel del mar acababa de subir unos 120 metros debido a la fusión del hielo polar. Esa subida del nivel del mar culminó hace 6 000 años inundando los valles de los ríos junto a sus desembocaduras. Luego, la agricultura aceleró el relleno con sedimento de esos estuarios.
Los lagos que se transformaron en río
Pero el río Ebro no siempre fluyó hasta al Mediterráneo. Hasta hace unos 10 millones de años (recientemente, en términos geológicos) todo ese sedimento quedaba atrapado en un enorme conjunto de lagos en el interior de su cuenca hidrográfica, que abarca desde los Monegros y Lleida hasta las propias Bardenas Reales (Navarra) y La Rioja.
Después, ese gran lago, que se había ido llenando de sedimento hasta alcanzar unos 700 metros de elevación, se desbordó vertiendo sus aguas hacia el Mediterráneo.
Conforme el nuevo río (el Ebro) se encajaba a través de la cordillera costero-catalana donde se produjo el desbordamiento, el sedimento acumulado en la cuenca interior empezó también a ser excavado de nuevo por la erosión –así se formó el fotogénico relieve actual–. Este material fue transportado a lo largo del Ebro y sus afluentes hasta el mar.
La parte invisible de los deltas
Fruto de esos 10 millones de años de transporte por el río, hoy el volumen de sedimentos es mucho mayor de lo que se aprecia a simple vista. Abarca una longitud de hasta 200 km a lo largo de la costa y penetra hasta 50 km mar adentro. En total, alberga unos 40 000 kilómetros cúbicos de arena acumulados durante 10 millones de años.
La parte emergida de los deltas, la que visitamos en vacaciones y compartimos con cientos de especies de aves, es una pequeña parte de una enorme masa submarina de sedimento.
Esa fracción visible es el resultado de un frágil equilibrio entre la erosión de los continentes, el transporte del sedimento por los ríos, la corriente y dinámica costera y la subida del nivel del mar (relacionada con el cambio climático).
A los procesos mencionados se suman la progresiva compactación del sedimento y el hundimiento de la litosfera terrestre bajo el creciente peso del delta (debido a que la litosfera descansa sobre el magma fluido del manto terrestre, un fenómeno conocido como isostasia).
Estos dos últimos mecanismos son los principales responsables, por ejemplo, del peligro creciente que corre el delta del Rin (Holanda). Su mayor parte se encuentra hoy a varios metros bajo el nivel del mar y protegido por diques.
Decisiones humanas
A estos mecanismos hay que añadir a la humanidad, autoexcluida de esa naturaleza y erigida como árbitro que distingue lo natural de lo artificial. Como decía el poeta Bloem sobre su tierra (el antropogénico delta del Rin): “¿Qué queda de natural en este país?”, ¿qué debemos preservar?
Hoy, la pandemia ha paralizado todo, pero en algún momento los gestores, los científicos y los ingenieros tendrán que buscar respuestas y reencontrar un equilibrio. La removilización de sedimento o la eliminación de presas son soluciones que se deben sopesar con otros intereses.
Pero el delta del Ebro ya nos ha enseñado que cada vez que desafiamos los equilibrios naturales, más tarde o más temprano, lo pagamos.
Daniel Garcia-Castellanos, Earth scientist, Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera (ICTJA - CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.