La vida ha evolucionado a lo largo de miles de millones de años creando una asombrosa variedad de formas de vida cada vez más diversas y complejas. Se estima que el número de especies que habitan actualmente en la Tierra podría ser del orden de 8,7 millones.
La biodiversidad no se distribuye de forma homogénea sobre la superficie del planeta. A nadie le pasará inadvertido que las selvas tropicales o los arrecifes de coral contienen un mayor número de especies que los desiertos de arena o las llanuras abisales del océano profundo.
Tampoco sorprenderá si decimos que los ecosistemas más diversos lo son, en parte, porque disponen de una mayor cantidad de recursos (agua, luz, comida, etc). Los recursos son esenciales, pero al mismo tiempo limitados. Por ello, los científicos llevan décadas debatiendo sobre si existe o no un nivel de equilibrio por encima del cual el número de especies no puede seguir creciendo. En otras palabras, ¿existe un máximo de especies que la Tierra puede albergar? Y, si existe, ¿se ha alcanzado ya?
El concepto de equilibrio tiene su analogía en numerosos ámbitos de la ciencia y la sociedad. El equilibrio de mercado, por ejemplo, un concepto muy extendido en economía, se da cuando la oferta y la demanda tienden a equipararse. El aumento de la oferta disminuye los precios. La caída de precios dispara la demanda. El aumento de la demanda vuelve a incrementar los precios y así sucesivamente, dando lugar a un sistema de retroalimentaciones que mantienen el mercado en equilibrio.
Asumamos por un momento que la superficie de la Tierra es un sistema cerrado, esto es, no ha habido intercambio de materia y energía entre la superficie del planeta, su interior y el espacio exterior. Si así fuese, uno esperaría que la biodiversidad hubiese aumentado a lo largo del tiempo hasta alcanzar el nivel de equilibrio. La cuestión es ¿han bastado 3 800 millones de años para llegar a ese equilibrio?
La respuesta a esta pregunta requiere reconsiderar la asunción de que la superficie de la Tierra es un sistema cerrado. No lo es, y como tal ha experimentado perturbaciones ambientales que provocaron la extinción en un tiempo relativamente corto de al menos la mitad de las especies que habitaban el planeta.
Que sepamos, el aumento de la actividad volcánica, resultado de la energía radioactiva acumulada en el interior de la Tierra, y el impacto de cuerpos extraterrestres han sido los principales desencadenantes de las extinciones masivas. En ambos casos, estas perturbaciones dieron lugar a cambios en el clima, incrementos en la concentración atmosférica de gases letales, acidificación de los océanos y anoxia generalizada, variaciones en el nivel del mar o largos periodos de oscuridad planetaria que interrumpieron la actividad vital y aceleraron la extinción de especies.
De las cinco grandes extinciones masivas que tuvieron lugar durante el eón Fanerozoico, es decir, durante los últimos 541 millones de años de la historia de la Tierra, la que aconteció a finales del periodo Pérmico, hace unos 250 millones de años, fue la más mortífera de todas. Este evento de extinción masiva eliminó más del 90 % de las especies del planeta, dejando los ecosistemas al borde del colapso.
Hoy, 250 millones de años más tarde, la biodiversidad de la Tierra es mayor de lo que ha sido nunca.
En un estudio reciente publicado en la revista Nature, mostramos cómo la frecuencia de los eventos de extinción masiva que tuvieron lugar durante la era Paleozoica (hace entre 541 y 252 millones de años) impidió que los ecosistemas marinos alcanzasen la diversidad de equilibrio.
Por el contrario, la estabilidad ambiental que siguió a la era Paleozoica permitió la formación de puntos calientes de biodiversidad; regiones caracterizadas por albergar comunidades biológicas extraordinariamente diversas. Estas regiones, que hoy en día encontramos en mares poco profundos de Indonesia, el Caribe y Madagascar, podrían haber alcanzado por primera vez en la historia de la vida el clímax de diversidad.
Desde la revolución industrial, la quema de combustibles fósiles ha transferido cantidades ingentes de carbono del reservorio geológico a la atmósfera y los océanos. Esta perturbación, causada por el ser humano, está alterando el funcionamiento natural de los ecosistemas. La sexta gran extinción masiva está ya en curso.
Según Naciones Unidas, en el último siglo han desaparecido tantas especies como las que se extinguirían en 10 000 años en un escenario normal. Además, el 25 % de las especies evaluadas por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza se encuentran hoy en peligro de extinción.
Los puntos calientes de biodiversidad son regiones particularmente vulnerables y, por lo tanto, su conservación ha de ser una prioridad. Evitar su deterioro es la mejor forma de detener la extinción acelerada de especies, cada una de las cuales atesora millones de años de éxito evolutivo. Un tesoro, la biodiversidad, que, si las tendencias actuales continúan, tardará millones de años en recuperarse. Muy probablemente mas allá de nuestra propia existencia como especie.
Pedro Cermeño, Científico Titular, experto en ecología y evolución, Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC) y Carmen García-Comas Rubio, Postdoc researcher, Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Esta entrada fue modificada por última vez en 11/08/2022 21:54
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