Perros que hablan, ¿en serio?
Mélissa Berthet, École normale supérieure (ENS) – PSL y Léo Migotti, École normale supérieure (ENS) – PSL¿Stella y Bunny realmente hablan? Recientemente, internet se ha inundado de vídeos en los que se les ve pulsando botones de un teclado que reproduce palabras pregrabadas como “exterior” o “jugar”.
Y lo que es mejor, en algunos vídeos, las perras parecen formar frases pulsando varios botones seguidos (“jugar con papá”). Estos vídeos se interpretaron enseguida como prueba de que cualquier perro, con un poco de entrenamiento, puede mantener una conversación con su amo.
Pero, ¿qué dice la ciencia?
Varios investigadores ya habían intentado anteriormente dialogar con animales, como los grandes simios Washoe, Koko y Kanzi, o el loro Alex, con resultados bastante convincentes. Así que no es imposible que Stella y Bunny puedan realmente utilizar teclados para comunicarse.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que para entender las palabras, Alex y los demás fueron entrenados intensamente por equipos de profesionales (psicólogos, etólogos), hasta 8 horas al día, durante varios años. Este no es el caso de Stella y Bunny: sus propietarios no son científicos, no están formados en el adiestramiento, y las perras han sido adiestradas a un ritmo muy reposado y de forma irregular durante aproximadamente un año, lo que limita las posibilidades de tener resultados tan impresionantes.
Un estudio lanzado por FluentPet, una empresa que fabrica teclados para animales, se está llevando a cabo en colaboración con investigadores de la Universidad de California para entender cómo los animales pueden utilizar este medio de comunicación. Bunny es una de las muchas participantes. Para inscribir a su perro en el estudio, necesita al menos una cámara, pero también, y sobre todo, un teclado que se le recomienda encarecidamente compre en FluentPet.
Esto es bastante sorprendente, porque es muy raro que los participantes en un estudio pongan dinero de su propio bolsillo para participar en un estudio, ¡suele ser lo contrario! Además, la participación de FluentPet sugiere un problemático conflicto de intereses: la empresa podría optar por quedarse solo con los resultados positivos, para vender mejor sus teclados.
Dado que Bunny forma parte del estudio, sus vídeos publicados en las redes sociales suelen interpretarse como parte del estudio y, por tanto, se entiende que son fiables. Sin embargo, el estudio sigue en curso y aún no se han publicado los resultados. Los vídeos de Bunny y Stella, que no están validados científicamente, proceden de los relatos personales de los profesores. Las grabaciones no están en bruto, sino cortadas y editadas: ¿sirve esto para eliminar lo sobrante, o más bien sirve para contar una bonita historia? Tampoco sabemos cuántos de los ensayos están disponibles: es posible que los impresionantes ensayos publicados sean solo raras casualidades. De hecho, así lo reconoce la propia dueña de Bunny en este vídeo:
Estos vídeos que crean expectación y hacen soñar a los amantes de los animales pueden ser potencialmente herramientas de marketing. Los sitios web oficiales de Stella y Bunny, sus tiendas de regalos y sus libros bajo demanda, sugieren que este fenómeno puede ser un negocio lucrativo, e instan a tener cuidado con el contenido de los vídeos. Del mismo modo, FluentPet, la empresa que fabrica algunos de estos teclados, paga a algunos influencers (incluida la ama de Bunny) por el número de clics en los enlaces compartidos.
Los sesgos potenciales
En este vídeo, la dueña de Bunny le habla en inglés, y Bunny responde con el teclado:
Ahora bien, el lenguaje del “teclado” es diferente del inglés hablado: se deriva del inglés simplificado (hay pocas palabras en el teclado, no hay preposiciones como “a” o “de”, etc.) y se basa en el uso de botones, no de sonidos.
Por lo tanto, hay que partir de tres premisas para afirmar que las perras hablan con sus dueños. La primera es que las perras entienden el inglés (saben que el sonido /pa.ˈse.o/ se refiere a pasear). La segunda es que dominan el lenguaje del teclado (un botón determinado se refiere al hecho de pasear). En tercer lugar, que entienden las correspondencias entre los dos idiomas (saben que la palabra hablada “paseo” se refiere a lo mismo que, por ejemplo, el botón rosa de la izquierda). Así pues, se enseña a un perro un lenguaje “de teclado” utilizando un tercer lenguaje (un lenguaje humano), lo que representa una dificultad indudable para el animal, que no domina ninguno de estos dos sistemas.
Para la primera hipótesis, es difícil saber si las perras entienden el inglés, simplemente no está probado. Para la segunda hipótesis, es imposible saber si las perras dominan realmente el lenguaje del teclado, por varias razones.
En estos vídeos no se controlan algunos sesgos bien conocidos y temidos de los investigadores. El significado de las “frases” producidas por las perras suele ser reconstruido por las propias amas: este sesgo de antropomorfismo consiste en atribuir a los animales ideas o comportamientos humanos. Por ejemplo, cuando Bunny combina “sonido” y “ajustar” en el vídeo que aparece a continuación, su dueño explica que Bunny decidió recientemente utilizar estas palabras para decir “cállate”. ¿Cómo podemos estar seguros de que Bunny no quiere decir “¡baja el sonido del teclado!”, por ejemplo? La “frase” original es demasiado vaga para expresar con exactitud lo que la perra quiere decir, y lo que interpretamos entonces suele ser… lo que nos conviene.
En segundo lugar, el teclado, que se supone que materializa el inglés sencillo, también es problemático porque la disposición de los botones es antropocéntrica. Por ejemplo, las palabras se agrupan por clase gramatical (un grupo de botones para nombres como gato, otro para verbos como jugar, etc.), lo que no tiene necesariamente sentido desde la perspectiva canina. Aunque es probable que las perras tengan un lenguaje propio, es poco probable que este teclado sea una buena materialización del mismo, de uso intuitivo.
Un sesgo clásico en psicología es el efecto “clever Hans”, llamado así por un caballo famoso por su capacidad de responder a preguntas complejas golpeando el suelo con su pezuña, pero que en realidad utilizaba las señales de comportamiento de su público (por ejemplo, la inclinación de sus cabezas) para saber cuándo dejar de golpear el suelo. En los vídeos de Bunny o Stella, no podemos descartar la hipótesis de que sus dueñas estén dando, intencionadamente o no, pistas sobre el “botón correcto” que deben pulsar (por la mirada, la orientación del cuerpo…). Sobre todo, porque no podemos ver lo que ocurre detrás de la cámara.
El “canon de Morgan” afirma que no debemos atribuir a los animales capacidades cognitivas de alto nivel si sus acciones pueden explicarse mediante capacidades de nivel inferior. Por lo tanto, a falta de repetidos experimentos psicológicos controlados, deberíamos evitar afirmar que estas perras hablan con teclados, y formular hipótesis más sencillas y seguras.
Las explicaciones más sencillas
Es posible dar cuenta de estas observaciones sin concluir que las perras realmente entienden el significado de las palabras utilizadas. En particular, no es posible descartar la idea de que se establezcan asociaciones solo entre un comportamiento (pulsar el botón “juguete”) y una consecuencia (jugar con el juguete).
En otras palabras, es posible aprender a reclamar el juguete pulsando el botón adecuado, sin entender realmente que se trata de una palabra ni comprender la palabra, al igual que las ratas de B. F. Skinner sabían qué palanca pulsar para conseguir comida o bebida sin saber hablar. Esto es especialmente cierto para los botones con significados abstractos o complejos, como “extranjero” o “te quiero”.
El lenguaje humano es un sistema productivo y generativo: una vez dominadas las reglas básicas, se puede generar un número infinito de frases con un número limitado de palabras. En este caso, no hay pruebas de que las perras tengan esa capacidad. Es muy posible que estas combinaciones sean secuencias fijas, aprendidas por las perras para desencadenar una respuesta específica. Por ejemplo, pueden haber aprendido que cuando pulsan “jugar” y luego “pelota”, se juega a la pelota. Del mismo modo, cuando se pulsa un botón y se introduce una moneda en una máquina expendedora, se obtiene una lata de refresco, pero no se puede concluir que se esté hablando con la máquina.
Algunas de las combinaciones de palabras también parecen sugerir que las perras las escogen arbitrariamente, hasta que aciertan. Por ejemplo, en este vídeo, la dueña interpreta la combinación “ven jugar” seguida de “sí quiero comer” como “Stella quiere que le introduzcan comida en su juguete”. Stella, como cualquier perro, se alegra de recibir comida, pero esto no significa que la haya pedido deliberadamente.
Una explicación más parsimoniosa es que, ante la falta de reacción de su ama al “ven jugar”, Stella se limitó a pulsar otros botones, sin coherencia, para desencadenar en su dueña una respuesta que le beneficia. Además, en este vídeo, la dueña de Bunny explica que cuanto menos responde a las peticiones de su perro, más desordenadas son las combinaciones producidas.
¿Cómo verificar si los perros hablan?
Hemos visto que las perras deben dominar dos idiomas, el inglés y el del teclado, para comunicarse correctamente con su dueño. Para facilitar el aprendizaje y comprobar que las perras dominan el lenguaje del teclado, deben estar totalmente inmersas en él: toda la comunicación debe hacerse solo a través del teclado, sin utilizar nunca palabras habladas.
A continuación, debe demostrarse que las perras entienden el significado de las palabras utilizadas. De la misma manera que se ha probado con el perro Chaser, se pueden dar órdenes a través del teclado: si entienden combinaciones que nunca han oído antes, se puede concluir que entienden el significado de cada palabra. Por ejemplo, si a partir de “tocar pelota” y “recoger peluche”, un perro puede entender “tocar peluche”, es que es capaz de extraer el significado de cada palabra. Una vez realizada esta comprobación, podemos hacer otros experimentos para analizar su capacidad de producción.
No es imposible que Stella y Bunny utilicen estos teclados como lenguaje, pero a falta de más pruebas científicas, debemos ser cautos. Sin embargo, podemos reconocer que estos teclados estimulan la inteligencia de los perros, los mantienen ocupados y refuerzan el vínculo con sus dueños.
Un último punto crucial: no necesitamos trucos de marketing para comunicarnos con nuestras mascotas: muchos estudios demuestran que ya nos entendemos muy bien. Así que, ¡confía en ti mismo!
Mélissa Berthet, Docteur en biologie spécialisée en comportement animal, École normale supérieure (ENS) – PSL y Léo Migotti, Doctorant en Sciences Cognitives, École normale supérieure (ENS) – PSL
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.