Opinión

Tenemos derecho a saber

La falta de transparencia en el origen y causas del coronavirus se prestan a la elucubración.

Nada más lejos de mi intención que colaborar en la propagación del pánico en relación con el coronavirus. En estos momentos lo fundamental es la actitud de prevención y defensa; doy por sentado que los expertos aconsejan a las administraciones públicas de forma profesional y los ciudadanos tratamos de cumplir sus pautas.

Pero quiero referirme a dos cuestiones. La primera: todo el mundo sabe, tiene un amigo, ha oído hablar a un científico o ha leído un informe y, por ello, se considera capaz, por supuesto con la mejor voluntad, de dar consejos a todo el mundo. Whatsapp echa humo: si son o no son útiles las mascarillas, si al virus le gusta el frío o el calor, medicamentos recomendados y no recomendados … ¡Qué decir de las tertulias en las que los periodistas hablan de medicina como si acabaran de terminar el doctorado! En mi opinión, ante situaciones como ésta hay que hacer como los padres: pocas normas y claras.

Por otra parte, comparamos las consecuencias de afectados y muertos por el virus con los de una “mala” gripe y nos quedamos perplejos de la mayor mortalidad de ésta. Alguien podrá pensar, en cuanto a la segunda cuestión que voy a plantear, que habrá tiempo de analizarla y debatirla cuando finalice la fase álgida de la epidemia. Permítanme que justifique mi insistencia alegando el derecho a saber que nos asiste a todos.

Públicamente, ni las autoridades sanitarias ni las políticas han dado una explicación clara acerca del origen del virus -cómo surgió, cuándo, dónde- y sus características; y esta falta de transparencia ha dado lugar a la difusión de diversas teorías conspiratorias en cuanto a países conspiradores y sus diferentes propósitos según el país señalado.

 

Inicialmente se atribuyó el origen al pangolín y al murciélago, teorías ambas que, según algunos, ya han sido totalmente desechadas; ahora nadie habla del origen, ni siquiera los periodistas de investigación que revuelven Roma con Santiago en busca de culpables; tampoco los tertulianos habituales, que se limitan a difundir recomendaciones y repetir las estadísticas oficiales.

En resumen, parece un tema tabú, como si afectados y posibles afectados futuros fuéramos menores de edad a los que no se debe asustar. Pero sucede que, unos y otros, tenemos capacidad para pensar y concluir con una pregunta: ¿por qué no se explica el origen? 

Y mientras no se den esas explicaciones, algunos seguirán elucubrando, con más o menos fundamento. La guerra biológica existe desde hace muchos años en formas diferentes, que se han ido “perfeccionando” con el transcurso del tiempo, mediante la investigación, la evolución de la maldad de algunos seres humanos y las consecuencias económicas que puede acarrear. El ambiente que crea el ocultismo es pernicioso; por otra parte, tenemos derecho a saber.

FIRMA:

Alfonso García

El autor, ALFONSO GARCÍA, es columnista en MUNDIARIO y también escribe en El Correo Gallego. Es notario jubilado desde 2012 y autor de diez monografías sobre temas diversos. En 2017 publicó «Entre el odio y la venganza. El Comité Internacional de Cruz Roja en la guerra civil española” y en 2019 “Algunos abuelos de la democracia”.

Fuente bajo licencia Creative Commons : MUNDIARIO

Esta entrada fue modificada por última vez en 29/04/2021 14:20

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