La NASA revela que las Voyager cruzaron una “pared de fuego” a 50 000 grados en el borde del sistema solar

Un viaje hacia la frontera del Sol

En 1977 la NASA lanzó las sondas Voyager 1 y 2 con el propósito de explorar los límites del Sistema Solar y continuar su trayecto hacia el espacio interestelar. Décadas después ambas registraron uno de los hallazgos más fascinantes de la misión: una región extremadamente caliente con temperaturas entre 30 000 y 50 000 kelvin (entre 29 700 y 49 700 °C) situada justo en el borde donde termina la influencia del Sol.

La frontera invisible del viento solar

El Sol emite constantemente un flujo de partículas cargadas que viaja en todas direcciones. Este flujo, conocido como viento solar, se expande hasta tres veces la distancia de Plutón y genera una enorme burbuja energética llamada heliosfera. Más allá de esa frontera comienza el dominio del medio interestelar, un espacio donde la presión del viento solar se equilibra con la del entorno galáctico.

Ese límite recibe el nombre de heliopausa, una envoltura donde la energía del Sol se encuentra con la de la galaxia. Allí el viento solar se comprime y se calienta, formando una región que los científicos describen como una pared de fuego, donde las partículas alcanzan temperaturas superiores a 50 000 kelvin.

Leyenda: La sonda Voyager continúa su viaje más allá de la heliosfera, enviando señales desde los confines del Sistema Solar. Crédito: NASA / JPL-Caltech

El paso histórico de las Voyager

La Voyager 1 cruzó la heliopausa el 25 de agosto de 2012, convirtiéndose en la primera nave construida por el ser humano en internarse en el espacio interestelar. Su gemela, Voyager 2, lo hizo en 2018, confirmando las mediciones del primer cruce y revelando que esta frontera varía de posición conforme cambia la actividad solar.

Durante su trayecto las sondas detectaron un incremento súbito de partículas calientes y una reducción en la densidad del viento solar, señal de que habían traspasado el escudo magnético de nuestra estrella. En ese punto los instrumentos registraron temperaturas de entre 30 000 y 50 000 kelvin, una cifra tan extrema que solo la baja densidad del plasma impide que esa energía se traduzca en calor perceptible.

La pared de fuego que protege la Tierra

Los científicos de la NASA describen esta zona como el lugar donde el viento solar se curva y retorna hacia la cola de la heliosfera, creando una ola de choque cósmica. Al avanzar por el espacio interestelar el Sol arrastra esta burbuja magnética, que actúa como una defensa natural frente a los rayos cósmicos más energéticos.

Esa frontera ardiente es un espacio de transición donde el magnetismo y la materia solar se mezclan con los campos galácticos. El resultado es un entorno turbulento, iluminado por partículas que viajan a enormes velocidades y se agitan en una danza invisible.

El legado de las Voyager

Después de casi medio siglo en funcionamiento las Voyager continúan enviando datos valiosos desde regiones que ningún otro instrumento ha alcanzado. Sus detectores revelaron que el campo magnético más allá de la heliosfera mantiene la misma orientación que dentro de ella, lo que sugiere una continuidad entre los dominios solar e interestelar.

Cada nueva medición amplía el conocimiento sobre el entorno que rodea al Sistema Solar y sobre la manera en que el Sol interactúa con el espacio circundante. El descubrimiento de esta región incandescente muestra el poder del magnetismo solar y la resistencia de una misión que, a más de 24 000 millones de kilómetros de la Tierra, sigue explorando el universo con la misma curiosidad que el día de su lanzamiento.

El umbral del espacio interestelar

La llamada “pared de fuego” representa algo más que un fenómeno físico. Es el punto en que la influencia de nuestra estrella se disuelve en la inmensidad galáctica. Las Voyager son los mensajeros de ese encuentro entre el calor del Sol y el frío del vacío.

Sus señales viajan durante más de 22 horas antes de llegar a las antenas terrestres, un testimonio silencioso de la distancia que las separa y de la persistencia del conocimiento humano. En ese límite luminoso la frontera solar se convierte en el inicio del cosmos.

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