Estados Unidos ha decidido recuperar su capacidad de enviar personas y carga a la Estación Espacial Internacional a lo grande. Ni más ni menos que hasta cinco (seis depende de la forma de contar) naves diferentes con esa bandera han atracado o atracarán en el periodo entre 2019 y 2024. Entre ellas, dos que aún no lo han hecho. Especialmente la Dreamchaser genera una importante nube de expectación a su alrededor. Desde luego su diseño el cual recuerda, por sus alas, al mítico transbordador espacial de la NASA es un importante catalizador. Sin embargo, su reducido tamaño lo hace incapaz de transportar módulos a la EEI o a las futuras estaciones espaciales que la sucederán.
Pero el laboratorio orbital es un esfuerzo multinacional, y no solo EE.UU. planea lanzar nuevas naves al final de su vida útil. Japón está experimentando problemas en implementar su nuevo cohete, el H-3. Si no entra en servicio tampoco lo hará la nueva cápsula HTV-X de la agencia espacial japonesa. En principio esta nueva nave estaba diseñada para acomodarse mejor al nuevo lanzador respecto al actual H-2, pero ha sufrido notables mejoras. Para empezar, permitirá traer de vuelta a la Tierra una pequeña cantidad de equipo. Pero además, está previsto que permita transportar hasta la futura Gateway suministros, para ello la NASA y SpaceX también trabajan en una nueva Dragon.
Y por último, ya que por plazos no es seguro que se vaya a cumplir, Europa. La ESA anunció recientemente su intención de desarrollar una nave para transporte de carga a estaciones espaciales. Sería lanzada en un Ariane 64 y estará encargada a la industria privada. De momento eso es todo lo que se sabe de una nave que tendrá que sortear una sombra muy larga proyectada por la defenestrada ATV.
Uno de los detalles poco conocidos del punto brillante que atraviesa el arco nocturno como si fuera una estrella es su altísimo coste. Y este va mucho más allá de la astronómica factura que fue su construcción, 150 000 millones de dólares. Este hecho pasa desapercibido porque no deja bien al resto de socios de la estación. Y es que es poco sabido que parte de los módulos rusos fueron costeados por la NASA.
Pero incluso más sangrante es el problema del mantenimiento. Toda casa tiene, pero cuando esa casa está en el espacio es diferente, y que la única forma de llevar víveres sea mediante cohetes no ayuda. La NASA actualmente gasta 3 100 millones anualmente en el programa de la estación. Sin embargo, si nos remontamos a bastantes años atrás, durante su construcción llegó a gastar 5 000 millones cada año. Y aunque es importante destacar nuevamente que es la agencia norteamericana quien paga la mayor parte, no es la única que lo hace.
Por tanto, ahora que se empieza a plantear su sustitución resulta evidente que debe decrecer. El mayor gasto en estaciones espaciales está decidido que será para la Gateway lunar, mientras que el CLD debe reducir costes.
El Commercial LEO Destinations es el futuro y sigue la línea de la NASA de abandonar la órbita terrestre. El plan de Estados Unidos es dejar el entorno más aledaño a la Tierra exclusivamente a los operadores privados. Su intención es convertirse en un cliente más de estos proveedores. Existen severas dudas de que algo así pueda suceder, aunque el notable éxito de la Crew Dragon es un buen respaldo. La opinión dominante entre los expertos es que aún es pronto para que las agencias públicas sean uno más. Pero sí que los hay más allá de ellas, y es un buen paso adelante que se les permita aparecer.
Aunque para el resto de países de la asociación el panorama es más complicado. Europa acaba de firmar un acuerdo de entendimiento con una estación privada llamada Starlab, que participa del programa CLD. Lo ha hecho por la colaboración de Airbus, el gigante europeo de la aeronáutica, en la misma, cuestión indispensable para la Agencia Espacial Europea.
Por otro lado, la salida de Rusia de la Estación Espacial Internacional sería todo un tiro en el pie. Aunque la estación tiene una fecha de caducidad, esta aún es lejana. Y Roscosmos, la agencia espacial del citado país, no va a cambiar sus nulas previsiones económicas en este lapso de tiempo.
En los casos de Japón y Canadá la cuestión es aún más delicada pues están claramente por debajo en capacidad económica. Ambos seguramente se verán forzados a seguir a la NASA o la ESA en sus programas dentro del CLD, pero sin las ventajas de las que gozarán sus mejor financiadas hermanas.
No se prevé que ninguno de los países colaboren con China. Principalmente por motivos políticos, pero Rusia ha sido vetada de una forma muy sutil. La Tiangong está colocada en una órbita casi inaccesible desde los cosmódromos rusos, impidiendo así un lanzamiento ruso a la estación china. Si quieren colaborar, deberán tragarse el sapo de que sus cosmonautas vuelen en los Larga Marcha locales en vez de las vetustas Soyuz. Por otro lado su propuesta de una estación nacional propia llamada ROSS ha dado este año de nuevo varios giros de 360º para repetir nuevamente configuraciones descartadas. En estos momentos la versión oficial es un lanzamiento en 2028. Este se haría a órbita polar y no habría una ocupación permanente como ocurre en la EEI o en la Tiangong.
Aun sin ser inminente su cierre, el futuro de la Estación Espacial Internacional se cierne sobre ella en su 25 aniversario. En estas dos décadas y media se ha realizado mucha ciencia. Pero lo que de verdad explica su coste ha sido la necesidad de averiguar qué le pasa a los humanos en el espacio en largas estancias. Con varios centenares de astronautas que han pasado por la instalación en periodos de vuelo de incluso más de un año hay lecciones muy valiosas encerradas en su historia. Y dado que a ninguno de los participantes le interesa retirarse, probablemente la estación continuará en servicio hasta 2032. Aunque la fecha oficial actual de cierre es de 2030.
Esta entrada fue modificada por última vez en 21/11/2023 00:55
Jefe de sección Actividad Aeroespacial. Especialista en el programa espacial indio. Universidad de Oviedo.