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Históricamente se usa el registro de cráteres en la Luna para estudiar los episodios más antiguos que podemos documentar en el Sistema Solar. La ausencia de atmósfera, y un tamaño suficiente para que los impactos no se borren unos a otros es lo que diferencia a la Luna del resto de candidatos. La Luna nos cuenta la historia del Sistema Solar interior desde hoy hasta solo mil millones de años después de su formación. Este hiato parece mucho tiempo, pero la Tierra no existía la primera cuarta parte de ese tiempo, por lo que abarca la gran mayoría de lo que es posible.
Por eso, si realmente existe un problema en el recuento de la Luna, podemos encontrarnos con fallos en nuestra compresión del Sistema Solar en el pasado. Y el modelo actual no encaja con los resultados, por lo que era necesario explicar el fenómeno y mejorar la detección.
Hay un evento constatado que borró una parte del registro lunar. Después de la colisión de Tea (un planetoide del tamaño aproximado de Marte) con la Tierra, y la formación de la Luna, esta estaba cubierta por un océano global de lava.
Evidentemente en este periodo que se alargó unos 150 a 200 millones de años después de su formación, la Luna no registró impactos. Es decir, había una frecuente caída de meteoritos, que ayudaban a mantener alta la temperatura superficial, pero no resto de ellos. Geoquímicamente, es posible que si estos fueran concentrados, quizá haya diferencias en elementos traza. Pero no hay cráteres, que son la forma más fácil de encontrarlos.
Después de este periodo de mar de lava, el interior de la Luna aún estaba muy caliente, incluso medio fundido. Igual que en la Tierra fue gracias al calor del decaimiento radioactivo de elementos como el uranio o el torio. Pero la Tierra por distintos motivos aún mantiene una capa totalmente fundida llamada astenosfera.
Este calor interno, permitiría que la superficie al recibir impactos reacomodase, a través de ese estado semifundido enterrado, material. El fenómeno se llama relajación viscosa, porque las rocas no están totalmente fundidas o sólidas, si no que tienen una consistencia espesa pero moldeable.
Pese a la desaparición de la evidencia más visual, los cráteres y otras deformaciones del terreno hay unas estructuras que persisten pese a la relajación viscosa. Firmas topográficas de onda corta como los anillos de las cuencas de impacto son identificables.
Estas elevaciones suelen ser muy notables, entre 2 y 4 kilómetros sobre el terreno circundante. Y solo pueden verse afectadas por otros impactos posteriores no por la relajación viscosa, lo que los hace ideales para cuantificar cráteres lunares «perdidos».
La conclusión del artículo es muy interesante, aunque bastante imprecisa como es normal en una primera aproximación. Los científicos del artículo estiman unas 300 a 1000 cuencas, de las cuales únicamente conservamos registro de 42. Ofrecen una nueva aproximación a cuando se terminó de solidificar el océano global de lava que va en línea con el de otros estudios, hace entre 4320 y 4280 millones de años. Calculan que entre 200 y 900 cráteres habrían sufrido relajación viscosa inmediata al caer antes de esta solidificación. Entre cincuenta y sesenta se formaron antes de que la temperatura del interior de la Luna cayera por debajo del límite de la relajación viscosa que sitúan a 1200ºC y que calculan que tardó 100 millones de años en suceder desde la solidificación de la superficie. Y desde entonces se habrían producido cuarenta y dos impactos formadores de cuencas que son los actualmente detectables.
Esta noticia se basa en el artículo de Zhu, MH., Ding, M., Wieczorek, M. et al. Obliteration of ancient impact basins on the Moon by viscous relaxation. Nat Astron (2025).