Antártida, sin poblaciones nativas, fue el último continente en ser alcanzado por la humanidad. La mayor parte de los narrativas históricas ubican su descubrimiento hacia 1819 y lo vinculan a hechos azarosos o fortuitos, o al logro de algún reconocido explorador.
En contraste, lejos del análisis de eventos aislados, la arqueología propone entender la Antártida en el marco de procesos históricos a gran escala. Así, nos preguntamos cómo y por qué las tierras más remotas del planeta comienzan a ser exploradas y ocupadas por humanos.
Los restos de campamentos abandonados en islas antárticas han sido clave para abordar dichos interrogantes. A partir de su estudio, la historia humana en Antártida ha comenzado a explicarse como parte del proceso de expansión del capitalismo.
Los restos de las primeras ocupaciones humanas en Antártida se ubican en las islas Shetland del Sur. Lo demuestran más de 30 refugios y campamentos abandonados en las costas de las distintas islas, descubiertos durante las investigaciones arqueológicas.
Los campamentos pertenecieron a grupos de cazadores de focas y lobos marinos. Fueron ocupados en estancias temporales durante el verano, en distintos momentos del siglo XIX, aunque no se descarta la posibilidad de que alguno fuera ocupado a finales del siglo XVIII.
Los registros escritos sobre las historias de las personas que vivieron en estos campamentos son escasos. Sin embargo, los restos de objetos que usaron durante su tiempo de permanencia en las islas nos han acercado a su vida cotidiana en Antártida. Especialmente a las decisiones que tomaron en su día a día.
Los trabajos arqueológicos muestran que los campamentos fueron construidos utilizando principalmente las rocas y huesos que encontraban en la costa. Aprovechaban los afloramientos rocosos como abrigos naturales, y apilaban piedras para sus paredes. Los huesos de ballenas resultaban de gran utilidad. Las vértebras se usaban como muebles y las costillas como parte de la estructura. Los refugios se techaban con los cueros de los mismos lobos y focas que cazaban o, en ocasiones, con telas de las velas de los barcos.
Para su supervivencia, los cazadores en las islas usaban los recursos de un lugar que no conocían en absoluto, un medio ambiente hostil. Esto se ha observado también en los estudios sobre la alimentación. Las especies antárticas predominaban entre los animales consumidos, mientras que los restos de víveres provistos desde el barco, como huesos de vacas y cerdos, representaban una pequeña proporción.
Estas primeras ocupaciones en las islas antárticas eran muy flexibles. Hemos podido observar la ausencia de regularidad en el tamaño de los grupos y en la duración de las estancias gracias al tipo de construcciones y al tamaño de los refugios, así como a la cantidad y diversidad de objetos encontrados.
Por ejemplo, en un caso se hallaron más de veinte suelas de zapato, brindando indicios sobre el número de individuos en ese refugio. Otro ejemplo son los objetos vinculados al tiempo libre, y por lo tanto, a permanencias más extensas, como el caso de un tablero y fichas de un juego.
La misión principal era obtener pieles y aceites de los animales locales. Se han hallado herramientas que claramente se relacionan con el trabajo que realizaban los cazadores en las islas. Entre ellas, garrotes para dar muerte a los lobos marinos sin dañar su piel o conjuntos de estacas de madera usadas para extender y secar las pieles en la playa. También se observaron grandes estructuras de fogones para la obtención de aceite tras hervir la grasa de elefantes marinos.
Se ha visto que no se limitaban a la explotación de una sola especie, sino que aprovechaban la mejor oportunidad que encontraban en su viaje para cazar focas o lobos marinos, o ambos.
Un dato de gran significación es que la mayoría de los campamentos fueron ocupados una única vez. La ausencia de retorno se ha observado también en los objetos que dejaron guardados para próximas visitas, pero que nunca volvieron a ser utilizados.
La exploración de las islas antárticas vino de la mano de la explotación de sus recursos.
Los barcos se aventuraban en aguas que eran entonces desconocidas, sin mapas ni cartas náuticas que guiaran la navegación. Buscaban lugares donde se encontraban las colonias de lobos marinos y focas. Allí, desembarcaban a grupos de personas que permanecían en las islas una temporada para hacer su trabajo. La estancia podía durar sólo unos pocos días o extenderse durante los meses de verano.
El objeto principal era llenar las bodegas de los barcos con miles de pieles y centenares de barriles de aceite. El éxito de estas empresas implicaba matar tantos animales como fuera necesario para conseguirlo. Estas grandes matanzas reducían drásticamente las colonias de focas y lobos marinos. Por lo tanto, no era rentable regresar al mismo lugar que había sido recientemente explotado. Esto obligaba a los cazadores a ocupar nuevos espacios donde encontrar grandes poblaciones que garantizaran la mayor ganancia para sus empresas.
En ese contexto, el descubrimiento de nuevas colonias de focas y lobos marinos era muy valorado. El primero en llegar se aseguraba el mayor beneficio. Por eso, el secreto dominaba esta actividad altamente competitiva.
La narrativas sobre el pasado de Antártida han prestado mayor atención a los fascinantes relatos escritos por conocidos exploradores durante los siglos XIX y XX como Ernest Shackleton, Roald Amundsen y Robert Falcon Scott, enfatizando los objetivos geográficos y científicos. Esta prioridad por lo épico y heroico también se ha visto reflejada en la protección de sitios históricos en el marco del Sistema del Tratado Antártico.
En contraste, la arqueología ha estudiado las primeras ocupaciones humanas en Antártida, en las que adquieren protagonismo personas anónimas vinculadas a actividades de explotación de recursos. Los restos materiales abandonados, en su mayoría sin protección patrimonial, han sido tratados como la principal fuente de información.
La imagen dominante de Antártida como naturaleza intacta ha sido cuestionada desde nuestros proyectos de investigación en arqueología. Los resultados nos han permitido generar conocimiento para escribir los primeros capítulos de la historia humana en Antártida. Estos se asocian a la sobreexplotación de sus recursos y a la expansión de la lógica capitalista.
La primera exploración de las aguas e islas de Antártida se desarrolló como un rápido movimiento expansivo de ocupación de espacios nuevos y desconocidos. Lejos de ceñirse a un plan rígido, la flexibilidad y el oportunismo, así como la fuerte dependencia de los recursos locales para sobrevivir, han sido sus características distintivas.
La humanidad no llega a Antártida por casualidad o por accidente. Llega cuando, en un grupo que cuenta con la tecnología náutica apropiada, aparece una clara motivación y un fuerte interés que compensa asumir el riesgo que conlleva lo desconocido. Ese conocimiento sobre el pasado permite hoy en día no solo evaluar la magnitud del impacto humano en Antártida, sino también reflexionar sobre el presente y el futuro de la humanidad en la colonización de lugares remotos.
Maria Ximena Senatore, Researcher, Universidad de Alicante
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Esta entrada fue modificada por última vez en 20/03/2023 19:57
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