Cómo un estudio publicado en una revista científica de prestigio puede acabar en un genocidio
Víctor Resco de Dios, Universitat de LleidaPoco tiempo después de haberse alzado presidente de Sudáfrica, Thabo Mbeki prohibió la terapia antirretroviral contra el sida. Corría el año 2000 y una de cada cinco sudafricanas embarazadas padecía la enfermedad. En aquel momento ya estaba establecido que el sida era causado por el VIH y que su tratamiento requería de antirretrovirales. Se estima que esta visión negacionista causó al menos 300 000 muertes adicionales por el virus.
Aunque parezca increíble, esta política genocida tenía su base en la literatura científica. Algunas publicaciones en Nature y Science, las revistas científicas a las que se presupone el mayor prestigio, la apoyaban. Peter Duesberg, catedrático de biología en la prestigiosa Universidad de Berkeley y asesor de Mbeki, sentó las bases de la catástrofe al publicar sus erróneas tesis en Nature y Science –aunque ambas investigaron más tarde la veracidad de sus afirmaciones–.
Pero en la ciencia, como en la vida, el prestigio es algo relativo y no debe tomarse muy en serio. El caso de Duesberg y el sida está bien documentado en la hemeroteca. Sin embargo, debemos subrayar otros casos menos conocidos, pero de rabiosa actualidad, en los que artículos publicados en revistas de prestigio están favoreciendo tanto la inacción climática como la pérdida de biodiversidad.
Hay dos ideas que son particularmente peligrosas y que, si se desarrollan, podrían desembocar en verdaderos ecocidios e incluso en genocidios. La primera es la idea que el cambio climático se combate plantando árboles. La segunda es que hay que “conservar” un 30 % de los ecosistemas, principalmente aquellos más “salvajes” o en estado virgen, para restaurar la biodiversidad.
Plantar árboles, ¿la solución al cambio climático?
En 2019, Science publicaba un artículo que defendía la idea de plantar árboles como la solución más efectiva contra el cambio climático. El estudio contenía errores de bulto; se basaba en asunciones tales como que la cobertura arbórea en la tundra es del 80 %. Recordemos que la tundra es el bioma polar donde, por definición, el frío imposibilita todo crecimiento arbóreo.
Este artículo fue duramente criticado y recibió hasta 5 cartas de respuesta señalando varios de sus graves errores.
A pesar de ello, Science decidió no retirar el artículo, igual que no hizo con los de Duesberg. Se publicaron algunas correcciones generales, pero que no afectaban a la base del paper.
Pues resulta que este estudio es, a día de hoy, el que toma de base las Naciones Unidas para establecer en qué zonas se debe reforestar para mitigar el cambio climático.
Proteger más del 30 % de los ecosistemas
En la última asamblea general de la Naciones Unidas, el pasado 22 de setiembre, se celebró una jornada en la que distintas organizaciones se comprometieron a donar 5 000 millones de dólares para comprar tierras y, supuestamente, restaurar su naturaleza. La iniciativa persigue eliminar la presencia del hombre en, por lo menos, un 30 % de la superficie terrestre para lograr un reequilibrio con la naturaleza y paliar la crisis de la biodiversidad.
El fundamento tras estas medidas se encuentra, por ejemplo, en un artículo que publicaba Nature en 2018 argumentando que resulta cada vez más urgente proteger los últimos territorios vírgenes restantes en África o América.
Pero esta idea es solo un precepto ideológico carente de fundamento científico. Es sobradamente conocido que los ecosistemas prístinos constituyen menos del 1 % del Viejo Mundo. En el Nuevo Mundo, así como en los países que fueron antiguamente colonias, son cada vez más las evidencias que nos indican que los paisajes otrora considerados vírgenes, así como su elevada biodiversidad, son en realidad el resultado de la gestión de las comunidades locales.
También sabemos desde hace tiempo que la declaración de Parque Nacional, o de otras figuras de protección que impiden la gestión, no es la forma más efectiva de conservar un ecosistema. De hecho, no es raro que empeore su estado de conservación.
El problema, por tanto, no está en la dicotomía hombre vs. naturaleza, sino en cómo convive el hombre dentro de la naturaleza. En realidad, debemos aspirar a proteger el 100 % de la Tierra: realizar un aprovechamiento sostenible de sus recursos en la totalidad del planeta.
La medida del 30 % afectará, sobre todo, a los más pobres. Las comunidades indígenas del sur global verán como son desposeídas de sus tierras, y de su modo de vida, a pesar de no ser responsables de la degradación de la Tierra.
La ciencia nos indica que la declaración de área protegida no mejorará necesariamente su biodiversidad. Lo que no sabemos es qué pasará con las comunidades del sur global que se vean desplazadas. No lo sabemos, pero seguramente nos lo podemos imaginar.
Cómo debemos aplicar la ciencia
Debemos eliminar la idea de que hay revistas o investigadores más o menos prestigiosos. En algunas cuestiones, como la causa del sida, es fácil lograr el consenso (aunque siempre puede haber algún escéptico). En otras, como el papel del hombre sobre la biodiversidad, resulta más difícil ya que la ideología del investigador puede entorpecer su habilidad para discernir lo cierto de lo falso.
La ciencia solo es neutra y ayuda a la humanidad cuando se atiende al esfuerzo de toda la comunidad científica. Si nos basamos solo en algunos resultados publicados en medios prestigiosos, o en aquellos que mejor resuenan con nuestra ideología, lo más probable es que se tomen medidas erróneas e incluso catastróficas.
Tenemos las herramientas para evitar aquello de lo que nos advertía Pérez-Reverte en La tabla de Flandes:
“Usted acaba de formular una hipótesis, y en ese caso siempre se corre el riesgo de distorsionar los hechos para que se ajusten a la teoría, en vez de procurar que la teoría se ajuste a los hechos”.
Víctor Resco de Dios, Profesor de Incendios Forestales y Cambio Global en PVCF-Agrotecnio, Universitat de Lleida
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.