Las monjas ‘calculadoras’ del Vaticano que llenaron el cielo de estrellas

Members of the Sisters of the Child Mary use microscopes to review glass plates as they measure star positions for a collaborative photography project the Vatican participated in to catalogue the stars and create a photographic map of the heavens. At right a member of the order records star coordinates in a ledger. Sisters Emilia Ponzoni, Regina Colombo, Concetta Finardi and Luigia Panceri worked on recording star coordinates from glass plates between 1910 and 1921. (CNS photo/courtesy Vatican Observatory) See VATICAN-LETTER-ASTRONOMY-SISTERS April 28, 2016.

Hermanas de la orden de Maria Bambina utilizando microscopios para revisar placas fotográficas. Observatorio del Vaticano.
Marta Macho-Stadler, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

La Carte du Ciel –el Mapa del Cielo– fue un proyecto astronómico internacional iniciado a finales del siglo XIX. Buscaba cartografiar e identificar las coordenadas astronómicas de millones de estrellas en la esfera celeste con el objetivo de alcanzar hasta aquellas de magnitudes aparentes 11 y 12.

El proyecto comenzó en 1887 impulsado por el Observatorio de París, dirigido en aquel momento por Amédée Mouchez, una de las primeras personas en percatarse del potencial de las técnicas fotográficas en el ámbito de la cartografía estelar (la astrofotografía). El proyecto fue abandonado en 1970, sin conseguir terminarlo. A pesar de ello, la publicación del Hipparcos Catalogue (ESA, 1997) reutilizó parte de este material fotográfico histórico.

Mouchez equipó el Observatorio de París con una montura ecuatorial doble provista con un telescopio compuesto por un objetivo fotográfico de 33 cm de diámetro y un objetivo visual de 19 cm de diámetro. Imaginó un proyecto en el que se tomarían 22 000 fotografías –en placas fotográficas– de todo el cielo. Unió a su proyecto a una veintena de grandes observatorios de todo el mundo, aunque no todos lograron completar su misión. A cada uno de ellos se le asignó una parte distinta del cielo, que debía fotografiarse con un instrumento idéntico al de París.

El trabajo se realizaba en dos etapas realizadas simultáneamente. En la primera, debían delimitarse con precisión las posiciones de varias estrellas de referencia. A partir de ellas se deducían las posiciones del resto de las estrellas observadas.

En la segunda etapa se producían las imágenes fotográficas. Estas se entregaban a “calculadoras” entrenadas para deducir la posición de las estrellas de cada placa en relación a las coordenadas de las estrellas de referencia incluidas en esa placa. En aquel momento el término “calculadora” aludía a las personas empleadas en realizar estos cálculos mecánicos. En la mayoría de los casos, eran mujeres. Con este sistema, se computaba la ascensión recta y la declinación de cada estrella observada.

Las coordenadas ecuatoriales: ascensión recta y declinación. Imagen: Francisco Javier Blanco González.
Las coordenadas ecuatoriales: ascensión recta y declinación. Imagen: Francisco Javier Blanco González. Wikimedia Commons

Las “calculadoras” del Vaticano

En la mayoría de los casos, el nombre de estas “calculadoras” astronómicas se desconoce. Eran simples computistas entrenadas para realizar un trabajo mecánico y tedioso, pero que realizaban de manera muy diligente. Ellas observaban la posición de las estrellas a partir del material fotográfico que se les proporcionaba y calculaban las coordenadas precisas de esos astros. Esa labor, juzgada como una tarea secundaria, podía realizarla –a priori–cualquier persona sin formación previa. Pero, sin ellas, sin las “calculadoras”, este gigantesco proyecto, como otros tantos, no se podía realizar.

En 2016, de manera casual y entre unos documentos olvidados, el jesuita Sabino Maffeo –archivista y asistente del director del Observatorio del Vaticano– descubrió la identidad de las mujeres computistas del Observatorio del Vaticano: Emilia Ponzoni, Regina Colombo, Concetta Finardi y Luigia Panceri, cuatro hermanas de la orden de Maria Bambina, congregación que vivía cerca del Observatorio.

El Observatorio Vaticano se había unido al proyecto de la Carte du Ciel gracias al astrónomo y meteorólogo Francesco Denza, que convenció al papa León XIII del interés de la empresa. León XIII accedió a participar en el proyecto, en parte para acallar las acusaciones de oposición de la Iglesia a la ciencia.

Tras la muerte de Denza y León XIII, el proyecto se resintió. Al observar que el trabajo del Observatorio no funcionaba correctamente, el papa Pío X solicitó al arzobispo de Pisa, Pietro Maffi, que lo reorganizara. En 1906, el jesuita Johann Hagen –que había dirigido el Observatorio Universitario de Georgetown desde 1888 y estudioso de las estrellas variables– fue nombrado director del Observatorio Vaticano. Hagen visitó otros observatorios europeos y observó que, en algunos de ellos, eran mujeres las encargadas de observar las placas fotográficas y anotar las coordenadas precisas de las estrellas.

Tras escuchar las explicaciones de Hagen, Pietro Maffi pensó que este trabajo de cálculo de posiciones de estrellas podían realizarlo monjas. En julio de 1909, el arzobispo de Pisa envío una carta a la madre superiora de la orden de Maria Bambina, Angela Ghezzi. En esta misiva, Maffi comentaba que «necesitaba dos hermanas con visión normal, paciencia y predisposición al trabajo metódico y mecánico».

En 1910, a pesar del recelo inicial de la congregación –que consideraba que este encargo estaba demasiado alejado de su misión de caridad–, dos monjas comenzaron a colaborar con el Observatorio. Debido a la magnitud de la labor a realizar, se les unió una tercera y posteriormente una cuarta.

Entre los años 1910 y 1921, y con ayuda de microscopios para observar las placas fotográficas, las cuatro hermanas anotaron la localización y la luminosidad de 481 215 estrellas como parte del proyecto Carte du ciel.

Como agradecimiento a su minucioso trabajo, el papa Benedicto XV las recibió en una audiencia privada en 1920 y, ocho años más tarde, el papa Pío XI las condecoró con una medalla de plata.

Pero luego cayeron en el olvido.

Habrá quien piense que no tiene demasiada importancia poner nombre a las mujeres que aparecen observando, calculando y catalogando minuciosamente en la fotografía que abre este escrito. En mi opinión, sin ninguna duda merecen aparecer en la historia de la astronomía: sin su dedicación, el incompleto catálogo Carte du Ciel habría tenido muchas menos estrellas.

Marta Macho-Stadler, Profesora de matemáticas, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.