Durante semanas, la noticia de una madre orca acompañando el cadáver de su cría por las aguas heladas del mar de los Salish ha llamado la atención de todo el mundo. La orca, llamada Tahlequah, también conocida por los científicos como J35, mantuvo lo mejor que pudo el cadáver de la criatura durante 17 días hasta que lo abandonó.
Esta ha sido una de las mayores demostraciones que hayamos podido presenciar del dolor que sienten los mamíferos marinos.
Entre los científicos, sin embargo, sigue existiendo un prejuicio contra la idea de que los animales sienten dolor “real” o responden de diferentes formas a la muerte. Sobre este tema, el zoólogo Jules Howard, por ejemplo, escribió:
“Creer que J35 mostraba señales de pena o dolor es creer más en la fe que en la ciencia”.
Como especialista en bioética, he estudiado la relación entre ciencia y ética durante más de veinte años. Una creciente cantidad de evidencias científicas defienden la idea de que los animales con características parecidas al ser humano son conscientes de la muerte, experimentan la pena, e incluso puede que guarden luto o que lleven a cabo algún ritual con sus muertos.
Los escépticos del dolor animal tienen razón en una cosa: los científicos no saben mucho sobre los comportamientos de los animales relacionados con la pena. Son pocos los investigadores que han indagado sobre cómo piensan y sienten la muerte la mayoría de los animales con los que el ser humano comparte el planeta, tanto la suya propia como la de otros.
Pero, insisto, no saben sobre el tema porque no lo han estudiado.
Los científicos aún no han prestado la suficiente atención al estudio de lo que podría definirse como “tanatología comparativa”, la ciencia que estudia la muerte y las prácticas relacionadas con ella. Esto se puede deber a que muchos de los humanos no consideran la posibilidad de que los animales sufran por la muerte de aquellos a quienes quieren.
La percepción de la mortalidad es para muchos científicos y filósofos una característica exclusiva los humanos.
Sin embargo, varios informes sobre la pena y otros comportamientos relacionados con la muerte de un amplio número de especies están ayudando a los investigadores a formular preguntas sobre la conciencia de la muerte en animales y averiguar cuál es la mejor manera de estudiar estos comportamientos.
Los elefantes, por ejemplo, se preocupan por los huesos de sus muertos y guardan luto por la muerte de sus seres queridos. Un estudiante de doctorado que analizaba el comportamiento de elefantes en África filmó en 2016 uno de estos rituales con los huesos. Miembros de tres familias diferentes acudieron a visitar el cuerpo de una matriarca difunta, oliendo, tocando y pasando varias veces junto al cadáver.
También se ha visto a chimpancés, en varias ocasiones, participar en actos relacionados con la muerte. En una ocasión, se estudió a un grupo de chimpancés en cautividad después de que muriera un miembro del grupo, una chimpancé hembra llamada Pansy. Los chimpancés se acercaron al cuerpo de Pansy en busca de algún signo de vida y le quitaron hebras de paja del pelaje. Además, evitaron pasar durante días por el lugar en el que se produjo el deceso.
En otra ocasión, los científicos registraron cómo un chimpancé se sirvió de un utensilio para limpiar un cadáver. En 2017, un grupo de investigadores de primates en Zambia grabó a una madre utilizando un manojo de hierba seca para limpiar los dientes de su hijo fallecido. La conclusión, de acuerdo con los científicos implicados, es que los chimpancés siguen sintiendo un vínculo social, incluso después de la muerte, y muestran sensibilidad hacia los muertos.
También se ha visto a urracas enterrando a sus muertos bajo la hierba. El etólogo Marc Bekoff, que observó esta conducta, lo describió como “el funeral de la urraca”.
En uno de los ejemplos más recientes y fascinantes, un niño de ocho años filmó a unos pecaríes, una especie de cerdo salvaje que se encuentra en algunas zonas de los América, respondiendo a la muerte de uno de los miembros de la manada. Los pecaríes visitaron el cuerpo en varias ocasiones, hocicándolo, golpeándolo y durmiendo a su lado.
También se ha visto cuervos formando lo que los científicos llaman “agrupaciones cacofónicas”, moviéndose y graznando en grupo como respuesta a la muerte de un congénere.
Estos son solo algunos ejemplos de los muchos que hay.
Algunos científicos defienden que estos comportamientos no deben ser equiparados con los términos humanos de “pena” y “luto”, porque no es algo rigurosamente cierto. La ciencia puede observar estos comportamientos, pero es muy difícil saber qué los ha motivado. Un estudio publicado en Science en 2011, que constató señales de empatía en las ratas y ratones, abordó el asunto con el mismo tipo de escepticismo.
Es cierto que debemos que ser cautelosos a la hora de atribuir emociones y comportamientos, como la pena, a los animales. Pero no porque haya dudas sobre la capacidad de los animales para sentir pena.
El caso de Tahlequah nos enseña que los humanos tenemos mucho que aprender de los animales. La pregunta no sería si los animales sufren, sino cómo expresan su sufrimiento.
Jessica Pierce, Professor of Bioethics, University of Colorado Denver
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Esta entrada fue modificada por última vez en 29/04/2021 14:54
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