Las cebras son animales de piel oscura, cuyo pelaje rayado tiene su origen en células especializadas de la epidermis, los melanocitos. Estos transfieren el pigmento melanina a algunos de sus pelos: los que lo contienen son negros; los que no, blancos.
Pero, ¿por qué las cebras tienen rayas? Ese ha sido hasta ahora uno de los muchos misterios de la naturaleza.
La función de las rayas de las cebras ha sido fuente de interés científico durante más de 150 años y ha generado varias hipótesis que han ido descartándose. Estas son las cuatro principales:
Son un medio para reforzar los lazos sociales. Esto no explica por qué solo este animal tiene un patrón de pelaje tan peculiar. Tampoco por qué los patrones de asociación no son mayores en los equinos rayados que en las especies que carecen de rayas.
Sirven de camuflaje (cripsis) o para confundir a los depredadores. Esta hipótesis casa mal con el hecho de que las cebras sean unas de las piezas más capturadas por hienas y leones.
Son un mecanismo de regulación térmica que favorece el enfriamiento corporal. Esta hipótesis fue descartada gracias a un contundente experimento.
Son una defensa contra los ectoparásitos. Sobre todo frente a las picaduras de moscas y tábanos. Esta es la hipótesis más apoyada por la evidencia hoy en día.
Existe un consenso cada vez mayor entre los biólogos de que la función principal de las rayas blancas y negras en las tres especies de cebras es frustrar el ataque de tábanos, moscas de establo (Stomoxys calcitrans) y otros dípteros hematófagos.
Cualquiera que se haya acercado a animales domésticos como asnos, caballos y vacas habrá observado el número de insectos que soportan estos animales. El coste económico para los ganaderos es muy importante: en Estados Unidos las pérdidas económicas provocadas solo por las mordeduras de las moscas de establo, unos de lo dípteros más comunes en las explotaciones ganaderas de todo el mundo, superan los 2 000 millones de dólares anuales.
El mecanismo exacto por el que las rayas evitan que las moscas hematófagas obtengan su ración de sangre no se conoce bien. Sobre este asunto también se han formulado algunas hipótesis: como resultado de una mala interpretación óptica, las moscas no pueden detectar a las cebra.
Esa hipótesis es difícil de comprobar por dos razones. En primer lugar, porque, como hacen sus parientes los mosquitos, las moscas localizan a sus víctimas más por su olor corporal que por la vista. En segundo lugar, porque las cebras, por la cuenta que les trae, son unos animales muy esquivos que se prestan poco a experimentaciones de campo. Esto complica cualquier experimento basado en la comparación con otros equinos no rayados.
Un campo de aterrizaje muy confuso
Para comparar el comportamiento de equinos rayados y no rayados, un grupo de investigadores se instaló en una granja en Gran Bretaña donde se crían caballos domésticos junto a cebras nacidas en cautividad. Para descubrir cómo interactúan las moscas con cada especie utilizaron grabaciones de vídeo y tratamiento digital de imágenes para observar a los animales en dos escenarios experimentales. En el primero se analizó el comportamiento de las moscas frente a los animales con su pelaje original. El segundo escenario cubrió a los caballos con tres tipos de gualdrapas.
El experimento inicial, cuyas conclusiones fueron publicadas este mismo año, incluyó tres cebras y nueve caballos con pelaje uniformemente blanco, negro, gris o pardo. Los investigadores observaron a los animales, los filmaron y registraron la cantidad de tábanos hematófagos que se cernían cerca de ellos. Comprobaron que las moscas se acercaban a las cebras y a los caballos a la misma velocidad, algo que no es sorprendente considerando que las moscas usan el olor para localizar a sus víctimas desde lejos. Una vez que las moscas se acercaban a las cebras, las rayas parecían interferir con su capacidad de afinar el aterrizaje sobre su prevista fuente de alimento (Figura 1).
Las moscas se comportan como los pilotos de aeronaves, que primero se aproximan a tierra y luego, gracias a las señales aeroportuarias, comprueban si están en la pista adecuada para aterrizar. Las moscas son pilotos cautelosos: vuelan directamente hacia su presa y se acercan a ella, pero se desconciertan por una pista de aterrizaje listada. Ante la duda, continúan su vuelo.
Para confirmar que el listado del pelaje era lo que frustraba la precisión de las moscas, los investigadores cubrieron siete caballos con tres gualdrapas de tela: una blanca, una negra y una listada como las rayas de las cebras. Los resultados los tienen en la Figura 2. Las moscas aterrizaron mucho menos en las gualdrapas rayadas en comparación con las blancas y negras. El elegante atuendo listado no impidió que las moscas aterrizaran sin problemas sobre las cabezas descubiertas de los caballos.
En otras palabras, para un caballo parece tener enormes beneficios poseer un pelaje listado.
Esto no se aplica solo a los equinos. Un grupo de investigadores japoneses demostró recientemente que ponerse un pijama a rayas para evitar las picaduras de los dípteros también funciona en las vacas.
¿Por qué evolucionó el pelaje rayado?
Cualquier causa que reduzca el éxito reproductivo de una población en una proporción significativa ejerce una presión selectiva. Si se produce suficiente presión, en una población pueden generalizarse los rasgos hereditarios que mitigan sus efectos, incluso los que podrían ser perjudiciales en otras circunstancias. Esa parece ser la causa del pelaje listado de las cebras africanas.
En África, donde deambulan las cebras salvajes, abundan las moscas que pueden resultar letales. Los tabánidos transmiten enfermedades mortales para las cebras, como la tripanosomiasis, la anemia infecciosa equina, la peste equina africana y la gripe equina. Estos equinos son susceptibles a la infección porque su piel relativamente delgada(mucho más que la de caballos, burros y asnos) favorece que los ataques de las moscas la perforen con facilidad.
El pijama a rayas es el rasgo hereditario que responde a la presión selectiva ejercida por los dípteros. Darwin y Wallace estarían encantados de haber conocido estos experimentos.
Manuel Peinado Lorca, Catedrático de Universidad. Departamento de Ciencias de la Vida e Investigador del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.