El género femenino representa la mitad de la población mundial y por lo tanto somos la mitad de su potencial. Sin embargo, la forma en la que han vivido nuestros ancestros ha condicionado cómo nos juzgamos en el contexto actual.
A pesar del cambio cultural y socioeconómico que han sufrido las sociedades modernas en los últimos 30 años, el rol público apenas ha cambiado, y las nuevas generaciones de hombres siguen teniendo las mismas pautas de empleo que sus padres y abuelos, con tasas de ocupación altas durante todo su ciclo vital, pero sin el papel sustentador principal en el entorno familiar.
En este sentido, la sociedad se ha adaptado de forma más rápida en el ámbito privado donde los hombres empiezan a participar de forma activa en las tareas domésticas y cuidado de menores y familiares dependientes. No obstante, las cifras de implicación todavía no son las deseadas. Por otro lado, en el ámbito público, el mercado del trabajo sigue anclado en patrones del pasado, contribuyendo a la desigualdad de género en las relaciones laborales.
Una conciliación no equilibrada
La corresponsabilidad es el camino y una conciliación no equilibrada es uno de los problemas que deberíamos solucionar desde el entorno laboral, para poder hacer uso de todo el potencial humano y lograr sociedades más sostenibles, justas y pacíficas. Hay que humanizar el trabajo mejorando las condiciones, incluidas las de conciliación. Necesitamos de medidas que permitan los cuidados familiares y que un embarazo no suponga una barrera en la carrera investigadora. Pequeños gestos como guarderías en los centros de trabajo o ayudas económicas estratégicas podrían ayudar a mejorar los datos que manejamos.