Pseudociencias: quiénes y cuántos creen en la telepatía, el contacto con extraterrestres o que las emociones provocan cáncer
Hugo Viciana, Universidad de Sevilla y Aníbal M. Astobiza, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea¿Estamos bien inmunizados como sociedad frente a los bulos pseudocientíficos?
Hace un par de meses realizamos una encuesta donde incluimos una medida de aceptación de creencias pseudocientíficas desarrollada por el investigador y especialista en pseudociencias Ángelo Fasce. A partir del panel online de IMOP Insights (pendiente de publicación), solicitamos a población adulta en España su grado de acuerdo o desacuerdo con una lista de aseveraciones relacionadas con bulos o paparruchas pseudocientíficas.
Las afirmaciones podían ir desde que la ciencia ha validado la existencia de habilidades telepáticas o que se ha “demostrado” que las emociones negativas causan cáncer, hasta que los arqueólogos han registrado el encuentro entre antiguas civilizaciones y seres alienígenas.
De manera agregada, una puntuación media mayor en estas creencias suele significar una disposición más propicia a aceptar bulos y creencias pseudocientíficas.
Mayoritariamente la población acepta la posibilidad de ideas pseudocientíficas
Los datos de la encuesta sugieren que a día de hoy la respuesta típica en España ante bulos pseudocientíficos es de agnosticismo: ni se abrazan, ni se rechazan de frente, sino que se reconoce ignorancia. ¿Está entonces el vaso medio lleno?
Hay razón para pensarse dos veces que realmente sea así. No solo una porción mayoritaria de la población adulta española da prueba de estar abierta a contemplar como plausibles ideas pseudocientíficas, sino que, en algunos casos, un porcentaje muy alto de la ciudadanía abraza directamente dichas creencias, como puede verse en detalle en esta gráfica:
Tener estudios universitarios no significa creer menos en pseudociencias
¿Cómo puede ser que un 30% de los adultos en España estén de acuerdo en que la telepatía ha sido demostrada científicamente? ¿O que casi un cuarto de los encuestados afirme que hay pruebas demostradas de contactos prehistóricos con civilizaciones alienígenas?
En nuestra encuesta incluimos las variables demográficas habituales (edad, género, nivel educativo). Respiramos aliviados al comprobar que el nivel educativo predice ligeramente una menor susceptibilidad ante las ideas pseudocientíficas. Pero, aunque estadísticamente significativa, la correlación entre haber completado estudios universitarios y abrazar ideas pseudocientíficas era pequeña. ¿Motivo para congratularse o más bien para la consternación? Después de todo, una formación superior de varios años no parece que inmunice altamente frente a imposturas intelectuales.
Como contraste, la edad (pertenecer a una generación más mayor) era aproximadamente tan predictiva como el nivel educativo: a idéntico nivel educativo, una generación mayor parece más susceptible a aceptar estas creencias.
¿Cómo puede ser que la educación universitaria, ante la que nuestra sociedad y nuestros jóvenes dedican tantos esfuerzos, no sea un factor altamente protector frente a paparruchas pseudocientíficas?
Cuánto sabemos de ciencia
En nuestro estudio también incluimos una medida de comprensión ciudadana de la naturaleza del conocimiento científico. Es decir, medimos cuán familiarizados están los adultos residentes en España con la filosofía del saber científico y la naturaleza de la ciencia como actividad, incluyendo medidas sobre si la gente entiende que un resultado puede ser científico aunque no sea absolutamente concluyente, o si, por ejemplo, la gente entiende lo que es la revisión por pares.
Medidas altas de familiaridad con la filosofía del saber científico sí eran un claro predictor del rechazo de bulos pseudocientíficos. De hecho, en nuestro modelo, la formación universitaria solo era protectora frente a los bulos pseudocientíficos cuando había servido para transmitir un mínimo de comprensión en la filosofía de la ciencia.
De lo contrario, las personas con formación universitaria no son ni menos ni más reacias que el resto a abrazar ideas pseudocientíficas.
Esto sugiere que en España la formación universitaria no está sirviendo para transmitir una mínima comprensión filosófica de la naturaleza de la ciencia en muchos casos.
Factores de riesgo
En nuestra encuesta, ser mujer también aparecía como un factor de riesgo de cara a aceptar creencias pseudocientíficas. Es así aun controlando otras variables. Es decir, a igual nivel educativo o igual nivel de familiaridad con la filosofía de la ciencia, en promedio las mujeres mostraban una susceptibilidad algo mayor. No sabemos por qué es así y el proverbial “estudios ulteriores deberían examinar esta cuestión” se aplica aquí. No obstante, ya que este resultado ha sido replicado en otras encuestas y puede ser clave para afrontar situaciones de vulnerabilidad social, creemos que merece la pena prestar atención a la dimensión de género en esta cuestión.
Como suele ser habitual, dichas diferencias promedio son modestas. En ningún caso supone que un sexo sea más crédulo que otro (en otras encuestas los varones suelen aparecer como más dispuestos a abrazar teorías de la conspiración, por absurdas que puedan llegar a ser).
Una posibilidad subrayada anteriormente es que la mayor empatía en promedio de la que dan muestra las mujeres las haga más susceptibles. Otra posibilidad más inquietante es que muchas de estas creencias hayan sido manufacturadas o que (como la cepa de un virus que se adapta a su huésped) hayan coevolucionado para captar adeptas más fácilmente entre las mujeres.
Otras encuestas muestran, por ejemplo, que en nuestra sociedad la receptividad a las terapias alternativas (una forma particularmente perniciosa de pseudociencia en algunos casos) está más extendida entre las mujeres.
El camino hacia una sociedad menos crédula
Desde hace unos años contamos en nuestro país con un, en algunos aspectos, envidiable sistema de vigilancia y detección de la epidemia de gripe. Asimismo, la covid-19 ha puesto de relieve la necesidad de contar con sistemas de detección temprana de patógenos para prevenir posibles brotes explosivos y poder actuar a tiempo de cara a contener su difusión. La experiencia y los resultados de algunos estudios nos aconsejarían tomarnos en serio la necesidad de detectar, seguir y modelizar la difusión de bulos pseudocientíficos entre la población.
Comprender qué hace que ciertas ideas perniciosas se extiendan y qué hace a algunos grupos más vulnerables fortalecería nuestra inmunidad ante las pseudociencias y sus consecuencias más perniciosas.
Una sociedad menos crédula es una sociedad menos susceptible a la desinformación y a las prácticas nocivas, y es más probable que tome decisiones con conocimiento de causa sobre su salud, el medio ambiente y otras cuestiones importantes.
Hugo Viciana, Profesor investigador en la Universidad de Sevilla, especialista en filosofía y ciencias cognitivas, Universidad de Sevilla y Aníbal M. Astobiza, Investigador Posdoctoral, especializado en ciencias cognitivas y éticas aplicadas, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.