Puede ser que, a muchos, el nombre de Scampia a priori no les diga nada, pero si decimos que este barrio de la periferia norte de Nápoles además de principal escenario del best seller de Roberto Saviano, lo es también de obras cinematográficas y de series como Gomorra, entonces la cosa cambia.
Por nuestra mente empieza a pulular todo el imaginario colectivo que hemos ido construyendo gracias al cine, la literatura y, por supuesto, la televisión y la crónica. Nos asaltan las imágenes de las drogas y las balas circulando a la misma velocidad que las motos de la paranza –grupo de fuego–, y nos figuramos a los boss y a los clanes camorristas ebrios de poder y de riquezas mientras la periferia se desangra. Incluso visualizamos a las autoridades en su papel de simples comparsas.
Unas autoridades que se sitúan muy lejos de la trama principal, casi tanto como nosotros, que nos asomamos a este mundo de tinieblas desde la protección de una pantalla o desde las páginas de un libro. Una falsa invulnerabilidad, porque a medida que nos sumergimos en el oscuro laberinto, nos vamos dando cuenta de que la mafia, la Camorra, es decir, “el Sistema”, está más cerca de nosotros de lo que creíamos. La frontera entre lo lícito e ilícito se hace imperceptible, casi invisible, como el blanqueo de capital o como esos viajes clandestinos de residuos que traen consigo montañas tóxicas.
Es curioso como el reflejo cinematográfico, el tráfico de droga y un horizonte plagado de faide y de asesinatos alcanza de pleno a la propia ciudad. Así, aún hoy, el nombre de Scampia sigue causando inquietud entre los propios napolitanos.
¿Quién puede visitar y por qué un domingo de verano el tristemente popular barrio?
Muchos podrían pensar –en nuestra inquietante sociedad actual– en esos “intrépidos” Indiana Jones y en la búsqueda del morboso selfie que los pudiera catapultar al Olimpo de las redes sociales. Y todo ello gracias a insospechados lugares y, con frecuencia, también a sitios castigados por desgracias o miserias.
Es una hipótesis llevada a la ficción por los Manetti Bros en Ammore e Malavita –premio David di Donatello 2018 a la mejor película en Italia, el equivalente a los Goya en España– con unos turistas americanos que viajan como los antiguos cruzados hasta Nápoles, mejor dicho hasta Scampia, armados de smartphones y máquinas fotográficas.
Pero nada más lejos de la realidad. Lo que nos atrajo fue la extraordinaria iniciativa Scampia Trip Tour, en la que los habitantes del barrio muestran y cuentan a los visitantes la otra cara de Scampia. Y es que finalmente, la parte sana de la ciudad “se despierta”, cansada de oír a los demás hablar tantas veces de ellos y los grupos, asociaciones y centros de vida social se unen para proponer esperanza. Una esperanza real basada en el trabajo y que encuentra en la cultura y el deporte, junto a la gastronomía, los arietes más destacados para vencer a la ignorancia y a los prejuicios.
Scampia Trip Tour no existiría sin Daniele Sanzone, cantante y escritor, y Salvatore Picale, mediador cultural. Dos jóvenes de Scampia que aman su barrio y su ciudad y, por supuesto, suspiran por el Napoli: su equipo del alma.
El viaje se inicia, como otros muchos, en una estación, la parada del metro Piscinola-Scampia. Un “templo” dedicado a Felice Pignataro, muralista comprometido y fundador de la asociación cultural Gridas, quien tiene mucho que ver en ese “despertar” del que hablábamos anteriormente. El artista nos muestra la realidad con sus dibujos, como Roberto Saviano hace con la palabra.
La primera etapa del itinerario nos lleva hasta la escuela de fútbol Arci Scampia, fundada en el 1986 por Antonio Piccolo, presidente y entrenador. El mister, un hombre humilde y valiente, ha sabido crear campeones no solo en el fútbol, sino también, y sobre todo, en la vida.
Pero el Arci Scampia no es el único centro deportivo en el que los chicos pueden formarse. El gimnasio Star Judo es hoy en día un punto de referencia a nivel nacional. La historia de Gianni Maddaloni y su hijo Pino, medalla olímpica en Sydney 2000, es un ejemplo para todo el barrio. Incluso ha sido llevada a la ficción en L’oro de Scampia.
El viaje continúa. En el cartel de la nueva estación podemos leer “Oficina de las Culturas Gelsomina Verde”, una antigua escuela, después abandonada, nido de camorristas y drogadictos, y hoy convertida en sede de diversas asociaciones. Un sincero y caluroso homenaje a “Mina”, la joven asesinada brutalmente por la Camorra en una de sus guerras.
En esta renovada escuela, fundada por Ciro Corona, hay una biblioteca y actualmente se cultivan diversas disciplinas: arte, música, murales, etc. Estos últimos, realizados con materiales de desecho de la anterior época, es decir, jeringuillas, linternas, ceniceros e incluso balas.
Asimismo, el edificio es también residencia de menores, quienes dejan de lado a la manovalanza –mano de obra de la Camorra– al encontrarse con una esperanza y experiencia real, además de un lugar de integración para los inmigrantes.
Como lugar especial de integración y fusión gastronómica se encuentra el Chikù, un restaurante intercultural donde mujeres napolitanas y rom han sabido crear un oasis de sabores y alegría donde todos tenemos cabida.
La última parada la realizamos en el “Gridas”, la casa de Felice Pignataro, la Asociación cultural fundada por el artista. Allí las puertas están siempre abiertas a la cultura, al debate y a un carnaval que organizan todos los años como símbolo de identidad cultural y del propio barrio. Pues Scampia, como nos explica Mirella, la mujer de Felice Pignataro, era un barrio sin identidad propia, de gentes que llegaron de distintos sitios.
Me gustaría terminar el viaje con el artista, con Felice Pignataro, estandarte del cambio vivido en el barrio y modelo para muchos de los que allí viven. Y si iniciábamos el recorrido con la luz de sus reveladores murales y con su deseo de despertarnos del sueño, nada mejor para terminar que otro sueño, el suyo.
Se trata de una utopía, y tratándose de política mucho más. Para Felice, la política consistía en la búsqueda del bien común, un bien que se consigue con el empeño de todos juntos. El poder no tendría valor por sí mismo, sino que sería una herramienta para cambiar el mundo y hacerlo más vivible.
Complicado, sin duda. Pero una vez más, y como si se tratase de uno de sus murales, nos sigue despertando del sueño, y en esta ocasión, no solo a los habitantes de Scampia.
Antonio Javier Marqués Salgado, Profesor del área de italiano, Universidad de Oviedo
Esta entrada fue modificada por última vez en 29/04/2021 14:20
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