En 1972, el científico australiano Sir Robert May, considerado uno de los padres de la teoría del caos, que llegó a ser el principal asesor científico del gobierno británico y presidente de la Royal Society, se centró en la dinámica de las poblaciones animales y la relación entre complejidad y estabilidad en las comunidades naturales, demostrando matemáticamente que un aumento en la biodiversidad conduce a una mayor inestabilidad ecológica.
Además, sugirió que un gran ecosistema no puede mantener su funcionalidad estable más allá de un cierto nivel de biodiversidad y que inevitablemente colapsará ante el más mínimo movimiento.
Pero la publicación de May no solo contradice el conocimiento actual y las observaciones empíricas de los ecosistemas reales, sino que, en general, parece desafiar todo lo que se sabe sobre las redes de interacción en los sistemas sociales, tecnológicos y biológicos. La predicción del científico australiano sugiere que todos estos sistemas son inestables, pero un nuevo estudio publicado en Nature Physics apunta en otra dirección.
Los autores, encabezados por la investigadora Chandrakala Meena de la Universidad Bar-Ilán (Israel) y entre los que figura Stefano Boccaletti de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC), afirman que la experiencia es directamente contradictoria con lo que planteó May.
«La biología –explican– se manifiesta a través de redes de interacción genética y nuestros cerebros se basan en una red compleja de neuronas y sinapsis. Nuestros sistemas sociales y económicos están alimentados por redes sociales, y nuestra infraestructura tecnológica, desde internet hasta la red eléctrica, son redes grandes y complejas que en realidad funcionan de manera bastante robusta”.