Propulsión: Leyes de Newton
Un cohete debe de ser capaz de trabajar en un ambiente muy dinámico, en menos de 15 minutos lograría ir desde la plataforma de lanzamiento hasta superar los 200 kilómetros de altura y viajando a 27 000 kilómetros por hora en un vacío casi perfecto, pasando por un vuelo supersónico y en algunos casos hipersónico. Deben soportar aceleraciones de varias veces la de la gravedad a estar ingrávido girando alrededor de un planeta.
Los aviones cuentan con grandes alas para mantener una sustentación durante el vuelo atmosférico. Además de ser apoyados con motores capaces de absorber aire, calentarlo y expulsar gas caliente para generar un impulso adicional y poder volar. El diseño de un cohete, por el contrario, no puede depender de alas para moverse debido al medio por el cual se moverá, donde no hay aire que logre mantenerlo en vuelo, sin embargo, podemos recuperar la otra parte, los motores.
El funcionamiento de los motores de los cohetes puede parecer de primeras contra intuitivo. Podemos entenderlo fácilmente recordando la tercera ley de Newton «A toda acción corresponde una reacción igual y opuesta», o, en otras palabras y en el caso de un motor, si lanzas algo con una cierta fuerza este objeto te empujará con la misma fuerza, pero en dirección contraria.
Los cohetes al mezclar oxígeno, o algún otro oxidante, con combustible logran generar una gran cantidad de calor, este calor a su vez permite disparar gases a gran velocidad. Estos, por la ley de acción-reacción empujarán al cohete en dirección contraria, lo único restante es asegurarse de tener la pluma (los gases) apuntando hacia abajo.