A los cosmonautas les tocó trabajar en órbita con gorros de lana, los cuales, afortunadamente, se habían llevado de casa. Pero además del frío y la oscuridad, había todavía otro problema: el dióxido de carbono, que no se reciclaba sin electricidad.
«No podíamos trabajar durante mucho tiempo en un mismo lugar. Trabajábamos todo el tiempo los dos juntos, con una linterna nos iluminábamos y con los documentos de a bordo dispersábamos el aire para que no hubiera una acumulación de dióxido de carbono en un solo lugar», detalla Savinij.
Después de algunos días de trabajo, finalmente lograron reparar el sistema de energía. Sin embargo, cuando todo parecía mejorar, surgió un nuevo problema grave. Al volver a calentar la estación, surgió agua por todas partes.
«Un ser humano libera cerca de 800 ml de agua al día, a través de los poros de la piel, a través del aire. Es decir, con dos personas ya es un litro y medio. En 10 días, es un cubo de agua, incluso más. Todo estaba disperso en pequeñas partículas por toda la estación. Toda la estación estaba cubierta de una delgada capa de agua. Este era, quizás, el momento más aterrador, cuando acoplábamos los conectores. Estaban mojados. Electricidad y agua no combinan, así que limpiábamos con cuidado cada conector, cada vez que los acoplábamos», apunta Savinij.
Después de completar la restauración de la estación, lo que incluyó una salida al espacio exterior para instalar paneles solares adicionales, los astronautas se dedicaron al trabajo científico: llevaron a cabo experimentos, realizaron observaciones, cultivaron algodón y pimienta.
El 18 de septiembre, la expedición Soyuz T-14 —con Georgui Grechko, Vladímir Vasiutin y Alexandr Vólkov a bordo— llegó a Salyut-7. Tras más de tres meses en órbita, el 26 de septiembre, Savinij y Dzhanibékov volvieron a la Tierra.