Starlink: un futuro demasiado brillante para la exploración del cosmos
16/10/2022 Editorial AstroAventuraCuando Elon Musk habla sube el pan. Lo último relacionado con el sector espacial del magnate, aunque ya tiene algún tiempo, es su constelación de satélites Starlink.
Con unas aplicaciones civiles limitadas y exiguas. Con un precio disparatado para el consumidor medio de internet. Con unas redes móviles en franca expansión y una fibra óptica con cada vez más cobertura. ¿Qué sentido tiene una constelación satelital extremadamente cara? ¿Acaso lo tiene fuera del ámbito militar? La respuesta cada vez parece más clara y es no.
Sin embargo, Elon Musk está decidido a que otra más de sus estúpidas ideas siga adelante.
¿Por qué no podemos estar a favor?
Hay muchos buenos motivos por los que estar en contra de Starlink. Pero desde AstroAventura la más importante nos parece la contaminación.
Alerta tras alerta los astrofísicos y astrónomos han informado sobre el daño que ya está produciendo a las observaciones científicas la mega constelación del bufón de Musk. En estos momentos la constelación cuenta con más de 3450 satélites en órbita. De esos, 557 no están operativos por diferentes problemas. Lo cual implica que reentrarán en próximos años, esto a su vez es más contaminación con el agravante de que no han cumplido su tiempo de servicio para considerar que haya sido bien invertida (la contaminación que genera la fabricación, puesta en órbita y desecho del satélite).
Además, hay más satélites que se han desintegrado ya que nunca llegaron a entrar en servicio.
A la constelación le queda mucho para estar terminada
En su primera fase se espera que esté compuesta por 4408 unidades, y al final alcanzar las 45000 o 50000. Dejando a un lado las 425 toneladas de CO2, las 30 de carbonilla y una única tonelada de NOx emitidas durante cada uno de los lanzamientos de un Falcon 9 según la investigación realizada por Tim Dott. Y ya van 63 lanzamientos dedicados, más algunos otros donde se ha lanzado alguna unidad suelta. Para ponerlo en contexto, un vuelo desde Nueva York a Londres emite menos de media tonelada por pasajero.
Pero realmente no nos referimos a la contaminación atmosférica, que es un problema poco explorado en el lanzamiento de cohetes. Estamos hablando de la contaminación lumínica. El cielo está empezando a ser demasiado brillante para poder ser escrutado por cualquier tipo de telescopio basado en tierra. Si alguna vez te has parado a mirar el cielo nocturno estoy seguro de que habrás visto luces blancas moviéndose por la bóveda celeste en una trayectoria fija, quien sabe, incluso has salido a ver la Estación Espacial internacional específicamente. O quizá ya estabas al corriente de los problemas que causan estos satélites Starlink y cuando algún lanzamiento te ha coincidido oportunamente has aprovechado y has visto el espectáculo de la ingeniería que es ver pasar los 50 o 60 satélites que cruzan uno tras otro a toda velocidad por el cielo nocturno. Pero el problema es que el espectáculo bloquea la ciencia.
La exploración profunda del cosmos requiere de oscuridad casi total y eso incluye la luz reflejada por los satélites. El drama más allá del espectro de luz visible es aún peor.
A los problemas que generan las telecomunicaciones para los radio telescopios ahora se suman todas estas emisiones provenientes de la órbita baja. La situación de esta rama es dramática y la lucha está casi abandonada fuera de los científicos de esta disciplina. Según la tecnología aumenta y se emplean cada vez bandas más estrechas la ciencia sufre más.
Quizá la menos afectada, pero aún así sufre es el estudio en el infrarrojo. Todos esos satélites generan mucho calor, y esos manchurrones calientes impiden la exploración de estas otras bandas del espectro electromagnético. La cual es extremadamente complicada de realizar desde tierra.
¿Existen soluciones?
No. Elon Musk afirma que los telescopios espaciales son la solución, miente.
Un telescopio espacial es una máquina extremadamente delicada, imposible de reparar, costosa y que lleva años poner en marcha. Además que es imposible realizar estudios como el del telescopio Vera Rubin que emplearán un campo de visión muy ancho. O construir espejos de 30 metros de diámetro como el del ELT para su uso en un telescopio espacial.