El último samurái: el ocaso de una leyenda a través de sus huesos
Lorenza Coppola Bove, Universidad Pontificia Comillas; José Francisco Martín Alonso, Universidad de Granada y Ramón López-Gijón, Universidad de GranadaEn el año 2020 iban a tener lugar los XXXII Juegos Olímpicos, atrasados a julio de 2021 por la pandemia. La nación designada para la realización del mayor evento deportivo mundial (que en la época de los griegos causaba el cese de todas las hostilidades por su importancia) fue Japón. Su historia, su cultura, sus costumbres y tradiciones llaman la atención de numerosos aficionados, que observan el país del sol naciente con admiración y curiosidad.
Es posible encontrar espíritus y figuras mitológicas en el patrimonio folklórico japonés. Por ejemplo, se pueden conocer las prácticas ligadas al entretenimiento gracias a las (escasas) geishas que siguen manteniendo viva esta tradición. Sin embargo, también es posible conocer a través de su propio esqueleto la verdadera historia de una figura que se sitúa entre la leyenda y la realidad: los samuráis.
Los antiguos guerreros japoneses ganaron una posición privilegiada en la sociedad nipona. Llegaron a formar parte de la cultura universal gracias a su aura misteriosa y a su figura caracterizada por un estricto código de honor basado en el bbushido, el respeto por la vida y por la muerte. Los samuráis llevan dentro de sí no solamente la fuerza y la determinación necesarias para su entrenamiento y su desarrollo como guerreros. En una parte más material de su cuerpo, el sistema esquelético, portan también los signos de una existencia dedicada al sacrificio y las huellas de los cuidados reservados a esta famosa clase de guerreros.
Dientes y heridas
Los samuráis apenas sufrían de enfermedades dentarias, como las caries, mientras que el resto de la población se veía profundamente afectada. Se cree que se puede deber al mejor nivel de higiene mantenido por los guerreros con respecto al resto de la población de la época. Es posible que fueran algunos de los primeros en cepillarse los dientes con regularidad, empleando una serie de polvos para eliminar la placa y dejando un característico desgaste en la porción bucal (la carilla que se asoma a los labios y a las mejillas) de los dientes.
Uno de los aspectos más llamativos de los restos esqueléticos de los samuráis son las heridas y los traumas mecánicos ocasionados por las batallas.
En particular, analizar estos restos nos abre una ventana sobre el estilo de combate adoptado por estos guerreros. La técnica se basaba en golpes precisos en áreas específicas para bloquear al enemigo. Según la tradición, cuando estaba a punto de morir, el samurái decapitaba a su adversario, cuya cabeza era símbolo del éxito del guerrero. Las marcas de estos cortes son visibles, sobre todo en la porción cervical de la columna vertebral y en la base del cráneo, donde se hundió el filo del arma.
Con la decadencia cayó “a plomo”
Esta clase de guerreros de élite gozaba de buena salud, tenía prestigio y admiración en todo el imperio. Entonces, ¿cómo es posible que llegara su decadencia a finales del siglo XIX?
Cuando ocurren importantes y radicales cambios históricos, es imposible encontrar una única causa. Por efecto de distintos factores, los acontecimientos conllevan una revolución completa de la sociedad y del cuadro político-económico de una población.
A finales de la época Edo (1603-1868), muchos documentos históricos evidencian la presencia de deficiencias intelectuales que afectaban a los seguidores del Shogunato (una forma de gobierno más pequeña que el imperio). En un análisis realizado en los restos de 38 niños enterrados en el Templo de Sohgenji, los investigadores pudieron observar la deposición de cantidades preocupantes de plomo en los huesos de estos individuos infantiles.
Los elementos que incorporamos a través de la dieta van a formar la estructura de nuestros tejidos, incluso el tejido óseo. Lo mismo ocurre con otros elementos cuando el organismo padece una exposición prolongada e intensa. Los investigadores llegaron a la conclusión de que el plomo procedía del polvo que las mujeres de los samuráis utilizaban para maquillarse. De hecho, seguían la moda iniciada por las geishas y los actores del kabuki, pintando su rostro con el empaku, aquí conocido como albayalde, un carbonato de plomo de color blanco muy tóxico.
Es posible, entonces, que los niños asumieran dicho contaminante cuando sus madres les amamantaban.
Además, las mujeres presentes en el mismo yacimiento tenían niveles de plomo más altos que los de los varones. Las consecuencias de esta exposición peligrosamente tóxica conllevaban secuelas físicas y neurológicas. El metal causa alteraciones anatómicas y deficiencias cognitivas.
Un ambiente político hostil, un mundo cada vez más alejado de la tradición, la pérdida de numerosas batallas y el debilitamiento físico y social de una clase que hubiese podido gobernar todo el imperio llevaron a la desaparición casi total de los samuráis.
Sin embargo, aunque el mundo pareció olvidar a estos guerreros, su aura legendaria continúa despertando nuestra curiosidad y admiración, animándonos a superar las dificultades del presente, en un mundo golpeado por la pandemia. Tal y como leemos en el bushido: “Es necesario enfrentarse a los problemas con coraje y júbilo. Si la marea sube, el barco sube también”.
Lorenza Coppola Bove, Profesora de Antropología Forense, Universidad Pontificia Comillas; José Francisco Martín Alonso, Estudiante de Doctorado en programa de Biomedicina, especialización en Antropología Física, Universidad de Granada y Ramón López-Gijón, PhD student in Biomedicine, Universidad de Granada
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.