Sombras y luces de la Edad Media
Pedro Martínez García, Universidad Rey Juan CarlosUna de las consecuencias de la pandemia que estamos viviendo es el creciente interés por el pasado, fundamentalmente por el pasado medieval. Una época que se identifica con un período oscuro, marcado por la barbarie y la enfermedad. Yo mismo escribí un texto sobre la peste negra hace un año, motivado por el clima de incertidumbre que vivimos durante las primeras semanas de confinamiento en España.
Desde entonces, las comparaciones entre la situación actual y la edad media han sido constantes, y no siempre en beneficio del medievo. A lo largo del último año muchos autores, entre ellos escritores consagrados como Mario Vargas Llosa, se han preguntado si la pandemia de Covid 19 podría suponer un regreso al medioevo (sic). Otros han considerado la cuarentena una solución medieval, en el sentido más peyorativo de la palabra. Y los hay que no han dudado en relacionar el final de la pandemia con un renacimiento, haciendo una analogía algo simplona con la cronología que marca el final de la edad media.
¿Una edad oscura?
Esta época, una compleja construcción historiográfica que abarca unos mil años, empezó a ser gestada en los discursos de los intelectuales del siglo XIV. El caso más conocido es el de Petrarca, que acuñó el término de años oscuros para definir el contraste entre la antigüedad clásica y las centurias posteriores, en las que los hombres de genio estaban “rodeados de oscuridad y densa penumbra”.
Un siglo más tarde, en 1469, el obispo italiano Giovanni Andrea dei Bussi mencionó por primera vez en una carta la existencia de una media tempestas, que correspondía al tiempo transcurrido entre la caída del Imperio Romano y la decimoquinta centuria. Esto es, el tiempo en el que los humanistas italianos como él o como Flavio Biondo, Leonardo Bruni o Lorenzo Valla, estaban intentando recuperar el espíritu del mundo antiguo y reivindicando las lenguas clásicas, fundamentalmente el latín.
Como afirmaba Julio Valdeón, este nuevo concepto tenía, en este sentido, una naturaleza fundamentalmente filológica. La idea de un mundo medieval empezó a generarse, como vemos, en los siglos XIV y XV, pero su uso cristalizó en el XVII con la publicación de Historia medii aevi a temporibus Constantini Magni ad Constantinopolim a Turcis captam de Cristóbal Cellarius.
La invención de la edad media
La edad media sigue siendo una época estigmatizada y relacionada con símbolos que superan lo puramente filológico. A los ejemplos citados sobre la pandemia se suman otra gran cantidad de lugares comunes como el fanatismo religioso, las persecuciones, las hambrunas y las guerras salvajes. Los prejuicios más comunes se pueden resumir en la famosísima frase de la película Pulp Fiction en la que un liberado Marcellus Wallace promete un trato medieval a su torturador, Zed (si no recuerdan la escena véanla, es explícita, pero tiene su gracia).
¿Qué ha pasado entonces entre el surgimiento del concepto y nuestros días?
Los intelectuales de la modernidad no fueron, la verdad, particularmente amables con este período. En los siglos XVI y XVII se afianzó el concepto de medievo como una larga etapa intermedia, y fue generalmente tratada con cierto desdén. Pero sin duda fue el siglo de las luces el que proyectó más oscuridad sobre estos mil años de historia.
Voltaire, que está en todas las críticas que se precien, afirmaba en su Ensayo sobre las costumbres y el Espíritu de las Naciones que en los tiempos que siguieron a la muerte de Carlomagno, Europa estaba sumida en un caos en el que apenas podía sobresalir el más fuerte y en el que faltaban los dos elementos centrales del pensamiento ilustrado: razón y coraje.
El filósofo francés olvidaba en su valoración una larguísima tradición de escolástica y de debate, desde Pedro Abelardo y Anselmo de Canterbury a Juan Duns Escoto o Guillermo de Ockham, que ya despertaron en su momento el espíritu laico en sus contemporáneos.
La luz de la edad media
La edad media fue una época de expansión notable. Entre los siglos X y XIII se roturaron nuevas tierras y se fundaron infinidad de aldeas y nuevos núcleos de población. La dieta varió considerablemente gracias a los avances técnicos en agricultura y ganadería, lo que facilitó el crecimiento demográfico y una mayor longevidad. La tecnología evolucionó a gran velocidad: el arado de vertedera, el yugo frontal, los instrumentos de cálculo y navegación, los instrumentos quirúrgicos, la artillería, la modernización de molinos y norias o los altos hornos son solo algunos de los inventos fundamentales de la época.
Teniendo en cuenta estos avances, es comprensible que el medievo fuera también la época en la que se desarrolló de forma más decidida el mundo urbano y todo lo que esto conlleva: la aparición de la burguesía, el crecimiento de las redes comerciales y de transporte, o la sucesión constante de movimientos de protesta, como la Jacquerie o la revuelta de los Ciompi, en las que sus protagonistas aspiraban a poner fin a los abusos de la nobleza y a conseguir una mayor participación en la vida política.
En este mundo, cada vez más territorializado, también se desarrolló la cultura diplomática y de la negociación; fue la época de los primeros grandes viajes, del desarrollo de la industria del libro, de la consolidación de muchos de los idiomas que usamos hoy en día y del surgimiento de las universidades, por citar solo algunos aspectos luminosos.
Recuperación romántica
En el siglo XIX, que los historiadores llamamos tradicionalmente “el siglo de la historia”, el pasado medieval volvió a ocupar un espacio central en los debates políticos e intelectuales de la mano del romanticismo y del nacionalismo.
Ese interés, reflejado en la narrativa histórica, en la novela gótica o en los discursos nacionalistas de toda índole, seguirá muy presente en nuestro mundo contemporáneo. Los topoi y los prejuicios anteriores conviven con una larga tradición de investigación seria y académica sobre este período.
La edad media tiene los mismos claroscuros que cualquier otra época habitada por nuestra especie. A estas alturas es inevitable preguntarse qué pensarán los observadores del futuro sobre la inacción ante el cambio climático, el negacionismo o las pseudociencias. Esperemos que a esas alturas no piensen que lo nuestro era algo medieval.
Pedro Martínez García, Profesor de Historia Medieval, Universidad Rey Juan Carlos
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.