El 31 de marzo de 2020 se cumplen quinientos años de la llegada de Fernando de Magallanes a una bahía a la que bautizó “San Julián”, donde sus naves pasaron cinco meses de invernada. Tras la estadía, la expedición continuó hasta dar la primera vuelta al mundo de la historia. También identificó un paso marítimo entre los océanos Atlántico y Pacifico, al que llamaron “Estrecho de Magallanes”, por el que transitaron miles de barcos hasta la inauguración del Canal de Panamá en 1914.
El primer encuentro (o desencuentro) entre europeos e indígenas ocurrió cerca de esa bahía, según Antonio Pigafetta, quien describió a los tehuelches como gigantes. Inspirado en una antigua novela de caballería, Magallanes los bautizó como “patagones”, término que daría nombre a la región.
Las fantasías sobre seres monstruosos y el deseo de hallar riquezas ocultas estimularon la imaginación europea. Cautivados por el misterio de los gigantes, los sucesivos cronistas multiplicaron representaciones distorsionadas y prejuiciosas sobre los tehuelche, mapuche, williche, kawésqar, yagan, selk'nam y haush, entre otros pueblos originarios. A las tomas de posesión de los territorios que los europeos creían “descubrir” seguía el reemplazo de topónimos (por otros de la liturgia cristiana), y luego persecuciones, violaciones y asesinatos en nombre de la “civilización”.
Independencia, avance militar e incorporación
Durante la época colonial (entre los siglos XVI y XIX) se firmaron varios tratados entre la Corona española y diversas parcialidades indígenas para negociar con ellas alianzas y posibles modos de expansión estatal. La firma de tratados continuó tras la independencia hasta que, a fines del siglo XIX, el Estado argentino dejó de cumplirlos y optó por la violencia directa.
El objetivo del avance militar sobre los territorios indígenas –referido como “Conquista del desierto” (1879–1885) en Argentina y “Pacificación de la Araucanía” en Chile (1861–1883)– era extender la frontera productiva e incorporar tierras fértiles para la explotación agrícola-ganadera. La concentración de tierras y capitales mediante las inversiones motivadas desde Gran Bretaña resultaron en emporios latifundistas que explotaban la mano de obra indígena.
Algunos fueron tomados como peones en estancias, otros fueron trasladados al norte para cosechar algodón, vid o caña de azúcar, o construir las vías del ferrocarril. Sufrieron traslados forzados, confinamientos en campos de concentración y el despojo de sus hijos (instancia conocida como “reparto”), que desestructuraron su organización social y política. En la zona austral se crearon “reservas” vigiladas por el Estado y la iglesia.
En Tierra del Fuego, salesianos y anglicanos concentraron en misiones a quienes sobrevivieron a la Fiebre del oro, para redimirlos de su estado “salvaje” y tenerlos trabajando a su servicio.
Trauma e invisibilización
El trauma generado por la violencia llevó a muchos a ocultar sus orígenes e interrumpir la transmisión intergeneracional de memorias, conocimientos, cosmología, lengua, etc. Como no hablaban el idioma de sus ancestros, no se consideraba a las nuevas generaciones como indígenas sino como “descendientes”.
Sirviéndose de políticas eugenésicas, los estudios científicos en auge en los años 1930 estudiaron a los supuestos “últimos indios puros” (según ideologías raciales) y anunciaron la inminente “extinción” de los pueblos originarios patagónicos. Cerrando el círculo, las políticas asimilacionistas posteriores incentivaron desplazamientos desde zonas rurales hacia las urbanas, donde pasaron a ser una parte indiferenciada e invisibilizada de los sectores más humildes.
Debates sobre las conmemoraciones
Sin embargo, los debates sobre la conmemoración del quinto centenario de lo que Edmundo O’Gorman llamó “La invención de América” trajeron vientos de cambio. Señalando que no había “nada que festejar”, activistas indígenas y sus aliados denunciaron las atrocidades cometidas por los conquistadores y las consecuencias del genocidio, que continúan hasta hoy.
La presión indígena para que los Estados reconocieran el sangriento legado de la conquista y el colonialismo impulsó la ampliación de los marcos jurídicos nacionales y locales que reconocen su preexistencia a los Estados, y la implementación de políticas de reconocimiento, reparación y resguardo de derechos.
Tanto Argentina como Chile han ratificado el Convenio 169 de la OIT (1989), y adherido a la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (2007), aunque su implementación generalmente falla.
Reemergencia y recuperación de la memoria
Ya sea con o sin reconocimiento estatal, los procesos de reemergencia y resurgimiento indígena cobran fuerza en toda América. Refutando los discursos sobre la extinción tehuelche y selk'nam y la extranjería mapuche en Argentina y en Chile, familias, comunidades y organizaciones originarias vinculan pasado y presente a través de la restauración de memorias fragmentadas, dolorosas, humilladas, silenciadas, en diálogo con investigaciones comprometidas y, en ocasiones, con ayuda de innovaciones tecnológicas.
Los pueblos indígenas luchan hoy contra el neoextractivismo –que impacta directamente en sus territorios, cuerpos y espíritus–, cuestionan iniciativas patrimonializadoras que se apropian de su pasado y conocimientos, y continúan exigiendo que se garantice el derecho a la consulta previa, libre e informada (y al consentimiento) en temas que les atañen.
El reconocimiento de la soberanía indígena y sus derechos territoriales ha colocado a algunas comunidades a la vanguardia de la protección de la biodiversidad, aunque esto también los ha convertido en blanco de ataques.
En respuesta a la historia hegemónica y a los festejos oficiales en torno al aniversario de la expedición de 1520, las voces indígenas manifiestan la gran tristeza que les aflige. Tal como ocurrió con el quinto centenario del primer viaje de Colón, los derramamientos de sangre, los despojos a los que abrió paso la llegada de Magallanes y la continuidad de la colonialidad en estos quinientos años no son motivo de celebración.
Geraldine Lublin, Senior Lecturer in Hispanic Studies, Swansea University y Mariela Eva Rodriguez, Adjunct Professor and Researcher - Investigadora y Profesora Adjunta (UBA-CONICET), Universidad de Buenos Aires
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.