En pleno siglo XXI, con el mayor acceso público a la información de la historia, se cuentan por miles las personas que niegan a diario la evidencia científica.
No tienen ninguna base fundada para cuestionar, más que el atrevimiento que da la ignorancia y el anonimato protector de las redes sociales.
Galileo Galilei, ferviente admirador de Nicolás Copérnico y sus seguidores, fue condenado por la Iglesia católica romana por postular que la Tierra gira alrededor del Sol. Tuvo que retractarse para salvar su vida.
No fue hasta 1992 cuando el Papa Juan Pablo II repudió la denuncia de Galileo. 359 años pasaron entre un hecho y otro. Más de tres siglos de oscurantismo oficial religioso; un claro ejemplo del miedo a la verdad, aquella gente de 1633 se negaba a aceptar que sus dogmas de fe estaban equivocados. Una sola persona, estudiando los cielos ponía en jaque a la institución más poderosa.
Menos suerte corrió Giordano Bruno. Sus teorías sobre el Universo superaron incluso a las de Copérnico. Propuso que el Sol era una estrella más en el cosmos, y que este podría albergar innumerables mundos habitados por seres inteligentes. Fue demasiado para la Inquisición romana. A Giordano lo quemaron vivo en el Campo de Fiori de Roma en el año 1600.
La historia nos invita a sacar conclusiones. ¿La autoestima humana es realmente tan pequeña que necesitamos situarnos en el centro de todo? ¿Es una cuestión de vanidad? O algo más sencillo pero igual de primario: el egocentrismo.
Hemos avanzado
Hoy en día, en el mundo occidental, nadie es enviado a la pira de fuego por investigar y teorizar sobre el universo. Pero, de aquellos polvos estos lodos. Lo que no se ha perdido es el miedo del que no conoce, que le da suficiente valor para señalar como falso lo que no entiende. La Tierra plana, las vacunas malditas, el montaje del hombre en la Luna y tantas otras teorías de la conspiración.
No han sido pocas la veces que desde aquí hemos publicado imágenes del universo que sitúan a la Tierra como un punto diminuto. Un punto, que visto desde miles de millones de kilómetros, es menos que un grano de arena en nuestras manos.
Y al señalar tal insignificancia no son pocos los que se sienten ofendidos. La realidad les molesta y por eso no la quieren ver. La verdad probada les estropea un pensamiento cómodo de superioridad. Y ahí empiezan a negar.
¿Qué busca la gente en la religión?
Detrás de gran parte del argumento negacionista se encuentran los creyentes religiosos. La realidad que nos presenta la ciencia sobre el ser humano y su planeta como algo realmente insignificante dentro del Universo es demasiado aterradora para muchos.
En la religión buscan tranquilidad, cuidados y promesas sobre una vida mejor tras su breve paso por este mundo. Un camino mucho más tranquilizante que el que presenta la ciencia. Un argumento tan fuerte para el que está falto de consuelo vital que hace que nieguen por sistema cualquier avance científico que haga tambalear su fábula existencial.
No queman a nadie en la hoguera, pero en resumen, es el mismo pensamiento que condenó a Galileo y a Giordano Bruno.
En la Edad Media, la gente creía que la Tierra era plana, para lo cual contaban al menos con la evidencia que les proporcionaban los sentidos: nosotros creemos que es redonda, y no porque un nimio uno por ciento de entre nosotros pueda aducir las razones de la física, sino porque la ciencia moderna nos ha convencido de que nada de lo que parece obvio es cierto, y de que todo lo mágico, improbable, extraordinario, gigantesco, microscópico, despiadado o atroz es científico.
-George Bernard Shaw en el prólogo a su obra Santa Juana
Otra de las razones más comunes para negar es el simple hecho de la desconfianza. Mucha gente desconfía de todo y, eso nos vuelve a llevar a nuestro camino principal: el miedo a lo que no se conoce. También hay variantes negacionistas que existen simplemente porque los resultados científicos no satisfacen sus deseos, de cualquier tipo.
Tantos deseos como personas no satisfechas ocupan miles de tweets diarios negando hasta la cosa más simple. «La nieve no es real«, dijeron muchos el último invierno, quizá hartos de tanto frío y calles resbaladizas. Quién sabe qué caminos les llevan a tratar de negar lo evidente tan solo porque el resultado no es el que les gustaría.
Los negacionistas remunerados
Todas estas personas también buscan sus gurús, que les guíen en sus pensamientos surrealistas. Aquí ya entramos en el ámbito económico. Los negacionistas que son líderes de opinión, buscan plataformas como Youtube o Twitch para difundir sus mensajes. Les reportan, en algunos casos, importante ingresos por publicidad.
Saben que tienen fieles dispuestos a comprar sus discursos, de los cuales no estamos muy seguros ni que ellos mismos se crean. Aquí manda el dinero, y lo que hoy es blanco, si me genera una ganancia extra, mañana será negro.
Miramos a través de miles de millones de años luz de espacio para vislumbrar el universo poco después del big bang, y sondeamos la magnífica estructura de la materia. Ponemos al descubierto capítulos ocultos en el registro de nuestros propios orígenes y, con cierta congoja, comprendemos mejor nuestra naturaleza y perspectivas. Creamos medicinas y vacunas que salvan la vida a millones de personas. Nos comunicamos a la velocidad de la luz y damos la vuelta a la Tierra en una hora y media. Es justo que nos deleitemos con nuestros logros, que nos sintamos orgullosos de que nuestra especie haya sido capaz de llegar tan lejos, y también que atribuyamos parte del mérito a esa misma ciencia que tanto ha rebajado nuestras pretensiones.
Carl Sagan en su libro “Un punto azul pálido”
Los avances científicos nos han permitido ver el mundo de una forma diferente. La ciencia avanza cada día más rápido. A pesar de que haya miles de personas que la niegan cada día, lo cierto es que han sido relegadas a un plano marginal. La religión sigue teniendo mucha influencia en las personas, pero cada día que pasa pierden más seguidores.
Estamos ya en la segunda década del siglo XXI, y por suerte cada vez con más fuerza, la gente prefiere el conocimiento a la ignorancia. Cada vez hay más personas que prefieren comprender la dura realidad que creer, sin cuestionar, en una ficción que les tranquilice.