Varios miles de personas han escalado el Everest. Sobre seiscientos han estado en el espacio. Unos cientos han llegado al Polo Norte o al Polo Sur. Pero sólo una docena de personas han cruzado el estrecho de Bering a pie.
Agustín Amaro/ Miguel A. Julián
Una de las situaciones más surrealistas, de todas con las que nos hemos encontrado mi compañero Miguel y yo en más de diez años de viajes por el Ártico de Siberia, ocurrió en un pequeño salón del hotel Chukotka de Anadyr.
Tras dos semanas metidos en el interior de la región durmiendo en el suelo y comiendo con las brigadas de renos (alguna que otra vez carne cruda) decidimos que los días previos al vuelo a Moscú fueran lo más cómodos posibles.
Sergio el director del hotel, un boliviano que llevaba varios años residiendo en Chukotka (toda una sorpresa encontrarlo allí) nos hizo un precio especial en cuanto nos vio entrar, con la condición de que aceptáramos cenar con él, estaba deseando hablar en castellano y conocer la razón que nos había llevado a un lugar tan poco frecuentado por extranjeros.
Por supuesto, aceptamos.
Pero la sorpresa sería doble cuando tras ducharnos bajamos al hall del hotel para esperar a Sergio, nos encontramos en un sofá a dos hombretones enormes, morenos, abrigados hasta las cejas con gorro y bufanda (El hotel tenía calefacción y la temperatura era agradable a pesar de los -35 grados de exterior) y los escuchamos hablar en español cubano.
Me dirigí a hablar con ellos.
La sorpresa fue mayor, cuando ya junto con Sergio nos explica que entraron ilegalmente en Chukotka.
Los ciudadanos de Cuba pueden entrar en la Federación Rusa sin visado, pero Chukotka es otra historia, es territorio militar y hasta los mismos rusos necesitan un permiso especial para entrar.
Por una razón muy simple: es la frontera entre Rusia y EEUU, allí las dos grandes potencias se miran cara a cara.
Pues bien, nuestros amigos cubanos (Llegamos a tener una relación cordial con ellos) pretendía entrar en EEUU y pedir asilo de la manera más rocambolesca posible, nada menos que cruzando el Mar de Bering para llegar a Alaska.
Solo 87 kms separan los poblados de Uelen( Rusia) y Gales (EEUU), y una distancia parecida entre el poblado de Novo Chaplino y la estadounidense isla de San Lorenzo.
Más tarde, supimos que, a pesar de la absoluta prohibición de cruzar las fronteras, era habitual que los pescadores Chukchis pasaran por San Lorenzo a visitar familiares.
Pero es que los dos países están aún más cerca. A mitad de camino entre Uelen y Gales están las dos islas Diómedes, Mayor que pertenece a Rusia y Menor que pertenece a EEUU, sólo separadas por 3,7 Kms.
Así que lo que pretendían cruzar nuestros amigos era una de las fronteras más vigiladas del mundo, por un mar helado con continuos desplazamientos y fracturas y lleno de peligrosos osos blancos y feroces glotones. Con temperaturas por debajo de los -40 grados, múltiples ventiscas y tormentas y sin preparación ni ropa adecuada, con completo desconocimiento del mundo ártico. No me tengo que apostar nada a que no hubieran sobrevivido.
Tuvieron la suerte que desde el primer momento la policía militar de Chukotka sabía que estaban allí y los detuvieron en cuanto se les ocurrió poner un pie en el hielo del canal. Ahora se enfrentaban a la posibilidad de pasar once años de cárcel, que es con lo que se castiga la salida ilegal de Rusia.
Nunca supe qué fue de los cubanos, si finalmente los repatriaron a Cuba o si los condenaron a una prisión rusa. A mi vuelta a Anadyr, dos años más tarde, Sergio no estaba en la ciudad y no pude preguntar por el destino de estos osados caribeños.
No es nada fácil. La última vez se intentó fue en 1989, gracias a la iniciativa de un explorador de Minnesota, Paul Scharke, que consiguió involucrar a la National Geographic Society en un esfuerzo para unir dos continentes.
Eran los tiempos de la glásnost, la perestroika y el fin de la guerra fría; un conjunto político que permitió abrir unas fronteras que llevaban décadas cerradas e involucrar a los gobiernos de EEUU y la URSS.
Se proyectó un equipo de doce personas, seis por cada lado-incluyendo tres nativos de Alaska y tres de Chukotka- para una ruta de 1200 millas con salida de Anadyr hasta llegar al poblado de Kotzebue en Alaska, pasando por catorce poblados de la costa, con skies y trineos tirados por perros.
Del lado soviético, dos veteranos: el conocido explorador Dmitry Shparo y Alexander Tenyakshev, profesor de comunicaciones. dos cazadores/pastores esquimo, el médico del equipo y un ingeniero.
Del lado estadounidense: otra veterana exploradora, Ginna Brelsford, tres nativos de la región de Bering y un carpintero.
Normalmente, para una expedición tan ambiciosa, llevaría años para conseguir los permisos necesarios, pero el bien conectado Shparo y el interés del mismísimo Mijaíl Gorbachov consiguieron la luz verde en solo seis meses.
La salida ese fijó en marzo, para intentar llegar al estrecho antes de que el hielo estuviera demasiado blando, pero Chukotka siempre impone sus planes y se encontraron con tormentas y vientos de entre 60 y 80 millas/h, que les obligaron a parar varios días.
En esos días se pudieron ver las distintas filosofías que separaban las culturas de Oriente y Occidente.
Mientras los americanos intentaban apurar y hacer el máximo de distancia diaria, los soviéticos más precavidos, preferían no arriesgar y tomarse la expedición con calma sin riesgos innecesarios.
A pesar de las diferencias y las tormentas, la expedición seguía adelante e iban parando en los distintos pueblos de Chukotka, donde los lugareños curiosos salían a recibir a esos extraños visitantes que les llegaban de otro mundo como celebridades a las que agasajaban con bailes, honores y la habitual hospitalidad siberiana (algo que hemos vivido Miguel y yo en nuestras visitas a Siberia).
Aún más de 30 años después, todavía recuerdan la visita de esos extranjeros americanos y cómo intercambiaban objetos tan simples como bolígrafos o lápices. Y lo más importante: el encuentro entre los eskimos de ambos lados del estrecho que llevaban décadas separados por la guerra fría.
Finalmente, tras cinco semanas de viaje agotador, en el que los roces culturales entre los equipos se incrementaron, llegaron al estrecho de Bering para encontrarse que los días de retraso pasaron factura: el hielo estaba demasiado fino, empezaba a romperse y el cruce a pie no sería posible.
Tuvieron que recurrir a utilizar las tradicionales uniak (Una embarcación mayor que kayak que puede llevar hasta 20 personas y que se suele utilizar para el transporte o para la caza de ballena).
Para la expedición, ese fue el momento más inquietante y peligroso, los uniak llevaban décadas sin cruzar el estrecho. Tras horas de dura travesía entre bloques de hielo en la niebla aparecieron los acantilados de la Gran Diomedes.
Dos millas antes de llegar, la expedición fue forzada a bajar y recorrer esa última parte con los trineos.
Y allí, entre las dos islas les esperaba una delegación soviética, con miembros del partido, periodistas y representantes nativos, demostrando así la importancia que para el Kremlin tenía la expedición; con la guardia de la isla improvisando una frontera simbólica sobre el hielo entre las dos islas, preparada para el momento en el que este se reuniría con el oeste y, tras décadas de «cortina de hielo» se abría la comunicación entre los dos pueblos de ambos lados del estrecho.
Pero la ironía de la historia es que los amigos cubanos no fueron los primeros en intentar buscar asilo por ese camino. Dos periodistas de la delegación oficial aprovecharon ese momento para cruzar la frontera y pedir asilo político en los EEUU.
A pesar del contratiempo diplomático, tal era la importancia que le daba Moscú a la apertura de relaciones, que permitió continuar la expedición y una apertura de frontera que posibilitaría por fin que los pueblos de ambos lados pudieran visitarse y familias que llevaban décadas sin reunirse, volver a contactar.
Ese cruce de este a oeste es también un viejo sueño que Miguel y yo llevamos años intentando conseguir. Desgraciadamente en nuestra visita a Chukotka, en 2017 las relaciones se habían enfriado ya y era imposible conseguir los permisos, a pesar de que conseguimos adentrarnos unos pocos Kms en el mar helado y visualizar, a lo lejos, la costa de Alaska.
Arrancamos esta historia con la frase que lanzó la expedición que británica que también, sin éxito, quiso realizar la travesía en 2016 que dan cuenta de lo extremadamente difícil de la hazaña.
Además, las desafortunadas y trágicas circunstancias actuales, junto a calentamiento global, lo hacen aún más irrealizable.
Quiero agradecer la colaboración de David Pacheco, Carmen Cabeza y Claudia Martín.
Esta entrada fue modificada por última vez en 10/10/2023 22:14