Voy a hacer algo poco habitual en mí para los que me conocen. Escribo sobre un lugar que todavía no he pisado, y lo acompaño de fotos que yo no he tomado, algo que espero solucionar pronto.
El año 2020, por razones que todos conocemos ha sido un año perdido, donde hemos tenido que aparcar todos nuestros proyectos. A mí en concreto el comienzo de esta situación, me pilló en el Ártico, en la base de la Universidad Múrmansk, donde estaba como invitado junto al etnólogo Miguel A. Julián.
Las noticias sobre la pandemia que se extendía me hicieron volver rápidamente a Tenerife, dejando aparcado ese año uno de los proyectos más interesantes que me habían propuesto: «Nenetsia y Vaigach«.
No me voy a extender mucho con Nenetsia, para decir solo que es una de los cuatro distritos autónomos que conforman los ochenta y cinco sujetos federales de Rusia. Se caracteriza por su aislamiento. Sólo un par de vuelos semanales comunican su capital, Narián-Mar, con Moscú. No hay ni carreteras ni vías férreas que te lleven a Nenetsia.
Frente a ella, separado por el mar de Pechora y entre los mares de Barents y Kara, el archipiélago de Nueva Zembla con sus dos grandes islas principales divididas por el estrecho de Mátochkin.
Seguro que si nos nombran Nueva Zembla lo primero que nos viene a la cabeza es la bomba Zar, la bomba de hidrógeno desarrollada por la Unión Soviética, lanzada en octubre de 1961, la mayor explosión provocada por la humanidad. Con un poder destructor 3.300 veces mayor que la bomba de Hiroshima. El hongo que produjo tuvo una altitud de 64.000 metros, una energía lumínica con tanta intensidad que pudo ser vista a una distancia de 1000 km, y la onda de choque experimentada fue tan potente que rompió vidrios en un radio de más de 900 kilómetros.
Otra razón, por la que nos puede sonar este archipiélago es por el efecto Nueva Zembla. Un efecto óptico que lleva su nombre porque allí fue observado, y documentado, por primera vez por la tripulación de un barco holandés capitaneado por Willen Barents, barco que quedó atrapado en los hielos árticos el invierno de 1597. A pesar de que el sol no debía volverse a ver hasta el 8 de febrero, tres marineros afirmaron haberlo visto un 24 de enero. Barents no les creyó pero, tres días después, él también fue testigo de ese extraño fenómeno: el sol estaba brillando ante ellos.
Hoy se sabe que, el efecto Nueva Zembla, está causado por la alta refracción de la luz solar entre las termoclinas atmosféricas, las diferentes temperaturas de las capas de aire. Si el aire pegado al suelo helado está lo suficientemente frío, se puede formar una capa de inversión de la temperatura, que actúa como una pantalla en la que rebotan los rayos del sol. Al rebotar, los rayos doblan la curvatura de nuestro planeta y proyectan un espejismo ártico del sol, en la línea del horizonte.
Pero, ya en el terreno de la leyenda y lo mítico, encontramos, a sólo unos pocos Kms de la costa, separada por el estrecho de Yugorsky, la pequeña isla de Vaigach, territorio sagrado de los nenets, donde habitan sus dioses: la misteriosa y deshabitada «Isla de Pascua» del Ártico, llamada también «Hebidya Ya» que significa «Tierra Santa». Hay dos traducciones posibles del nombre de la isla, a partir del Nenet. «Tierra de aluvión» o ‘muerte terrible’. También ‘territorio de la muerte’, en el idioma local. En ella, se encuentran numerosos ídolos de madera policéfalos, pintados con la sangre de los animales sagrados.
Desde tiempos inmemoriales, los pastores de renos y cazadores nenets visitan anualmente la isla, para ofrecer sacrificios a los dioses y orar, con el propósito de pedir protección frente a los enemigos y buena suerte en la caza. Cada clan construía su ídolo familiar, poblando la isla de tótems ensangrentados que le daban su aspecto único. Esos santuarios fueron, casi completamente, destruidos por los misioneros ortodoxos, y luego por las autoridades soviéticas. Sólo quedan unos pocos en pie, pero los nenets han vuelto, otra vez, cada año, a visitar a sus dioses y a honrarles con sacrificios de renos, ante los santuarios reconstruidos.
Era allí, a la misteriosa «Isla de Pascua» ártica de tótems ensangrentados, la tierra de la Muerte Terrible, donde nos proponíamos viajar en 2020. La expedición está aparcada por la pandemia y los problemas económicos que impiden la financiación pero, si todo va bien, y la vacunación devuelve a una moderada normalidad, esperamos retomar el proyecto pronto.